San Cristóbal y Nieves

Dejamos la República Dominicana con la pena de abandonar un país que nos ha cautivado mucho y también con la ilusión de comenzar una nueva etapa de este viaje en la que nuestro objetivo será el de conocer las Antillas Menores. Las islas San Cristóbal y Nieves fueron avistadas y nombradas por Colón como San Jorge y San Martín en su segundo viaje. Esa toponimia no duraría mucho y a la primera se la nombraría en honor del navegante y a la segunda se la llamaría Nieves, por las nubes del volcán de esta isla, que parecen nieves perpetuas.

San Cristóbal y Nieves es el país más pequeño de América con apenas 260 kilómetros cuadrados, o, lo que es lo mismo, la superficie de un rectángulo de 10 por 26 kilómetros. La población del país, unos 55.000 habitantes, no sirve para ahuyentar el espíritu nacionalista en la isla de Nieves, por el que algunos de sus habitantes desean fundar un nuevo país independiente a tan solo 3 kilómetros de mar de sus hermanos de San Cristóbal. Sea como fuere, el nacionalismo no entiende de razones.

Hasta la llegada de los europeos, los caribes, una cultura muy belicosa, habitaba las faldas de los dos volcanes principales de ambas islas, el Liamuiga de 1.156 metros en San Cristóbal y el Nieves de 985 m, en la isla homónima. Puerto de corsarios como Francis Drake y de otros ingleses en sus incursiones a Virginia, no recibirían una colonización como tal hasta el siglo XVII, cuando los ingleses se apoderarían de las islas mediante un acuerdo con los caribes. Pocos años después, leyenda o no, una mujer caribe traicionó a su pueblo informando a los ingleses del plan de ataque de los suyos, que fue usado como justificación para que los ingleses exterminasen como ratas a 2.000 caribes en un barranco angosto que ahora se conoce como “Bloody Point”, -el lugar sangriento-, que además tenía un fuerte significado ancestral para los nativos, a juzgar por el gran número de petroglifos en ambas paredes del barranco.

Aterrizamos en Basseterre, la capital del país y nos dirigimos al apartamento que hemos alquilado durante la estancia. Por apenas 30 euros al día, una cantidad ridícula viendo después el altísimo nivel de vida de estas islas -que son paraíso fiscal-, disponemos de una cómoda base de operaciones. Además, la cercanía al tranquilo aeropuerto de este país nos permite ir caminando. El primer día comprobamos que el transporte público en la isla solo permite conocer los lugares no turísticos y que para el resto será necesario contratar taxis, muy caros por cierto, o realizar autostop, como acabamos haciendo. Solo así podemos conocer el extremo oriental de la isla, el istmo de Friars, donde se encuentra su mejor playa, la Carambola. Allí asistimos in situ al estudio y marcaje que realizan a varias tortugas marinas, recién capturadas y cuyas especies se están recuperando de su caza. En otro trayecto de autostop llegamos al extremo de la isla, la playa Cockleshell. Como tótems de un pasado lejano se levantan sobre la densa vegetación de arbustos las chimeneas de las antiguas fábricas de azúcar de caña, allí donde los antepasados de las mismas familias que disfrutan ahora relajadas en la playa eran esclavizados. Después de la experiencia cercana que tuvimos en Haití, país de antiguos esclavos convertido en estado fallido, San Cristóbal y Nieves es el primer ejemplo opuesto que hemos conocido. Aquí también la práctica totalidad de la población es de origen africano, al repoblarse una vez aniquilados los nativos caribes, pero su situación económica, cultural y educativa les permite un grado de desarrollo elevado y el gozar tranquilamente  del entorno en el que viven.

Antes pesqueros ahora cruceros a pares, Basseterre, capital de San Cristóbal y Nieves
El pasado colonial todavía se deja ver
Centro colonial de Basseterre, la capital de este pequeño país, con su Big Ben
Habitantes de la playa Carambola
Mangosta en la playa de la Carambola
Vistas del istmo de Friars con la isla de Nieves al fondo desde Carambola
Nieves desde la playa de Cockleshell

Decidimos emprender el regreso al apartamento a la hora de la siesta, cuando el tráfico es muy escaso. Esperamos en la cuneta un buen rato, cuando un scooter con una pareja de europeos sonrientes nos pasa en nuestra misma dirección, a los que saludamos. -Qué suerte tienen de no depender de otros, nos decimos, mientras aguantamos bajo un sol de justicia. Como si nos hubiese escuchado, al instante, una pick-up destartalada de un pescador aparece y se ofrece a llevarnos en la caja, entre cañas de pescar y sus capturas: peces sierra y agujas de mar. Al cabo de dos minutos, en una curva vemos el desastre. El chico, que conducía, llora desconsolado mientras contempla impotente a su novia, sin una pierna ya y en un inmenso charco de sangre, debatiéndose entre la vida y la muerte. Una furgoneta llena de pasajeros en sentido opuesto había sido la culpable de impactar contra la moto y el guardarraíl había seccionado completamente su pierna. Se nos hiela la sangre y me dan ganas de vomitar mientras nos agarramos más fuerte si cabe a la carrocería de nuestro vehículo. Nuestro pescador no frena, tampoco podemos ayudar en mucho. Al cabo de unos 15 minutos escuchamos la ambulancia que se dirige al lugar. Dos días después nos enteramos de que la chica sigue viva, pero seguro con un recuerdo mucho más triste y duradero del que tendremos nosotros de este país. Tras este golpe de realidad nos retiramos al apartamento donde nos quedamos un poco abatidos. La carretera y su altísimo riesgo.

Al día siguiente decidimos conocer el Bloody Point, el lugar del genocidio caribe. Apenas una inscripción en una pared de la escuela da muestra de lo que allí ocurrió. Entre raíces de ficus y vegetación selvática vamos entrando en el barranco mientras un sinfín de petroglifos con caras humanas nos observan desde las alturas: un lugar de silencio y de misterio.

Accediendo al barranco de Bloody Point, isla de San Cristóbal
Petroglifos de los nativos caribes con caras que observan a ambos lados de Bloody Point

Desde allí vamos recorriendo pueblecitos pequeños que van floreciendo con casas coloridas a lo largo de la carretera, entre mangos y otros árboles tropicales, hasta llegar al punto de partida para la ascensión al volcán Liamuiga, el techo del país. Las tierras ricas en minerales permiten una agricultura menos intensiva que la que ocupó los tiempos coloniales, de hecho, hasta las mismas zanahorias se importan ahora desde la lejana Canadá. A pesar de la cercanía con otros países como la República Dominicana, es evidente que este país tiene una conexión mucho más estrecha con EEUU, Canadá y el Reino Unido, que con sus vecinos hispanos. Esto también es aplicable a la forma de relacionarse, menos alegre y dicharachera que la que sentimos en la República Dominicana.   Al comienzo de la ascensión coincidimos con dos españoles: Álvaro y Conchi, de Cantabria, con los que compartiremos el día. El sendero sube de forma bastante abrupta a través del bosque primario hasta el cono somital, con excelentes vistas del cráter. Álvaro nos anima a bajar juntos al interior del cráter, el cual se completa haciendo uso de varias cuerdas viejas atadas a los árboles para salvar el tremendo desnivel.

Casas tradicionales en la circunvalación a la isla de San Cristóbal
Restos del pasado colonial azucarero
Cráter del volcán Liamuiga, uno de los sitios que ver en la isla de San Cristóbal
El volcán Liamuiga desde la zona oriental de la isla

Esta pareja también está recorriendo las Antillas Menores, en su caso, mediante coche de alquiler, que usan para encontrar buenos lugares donde acampar libremente. Se ofrecen a llevarnos hasta el apartamento y nosotros les correspondemos dejándoles dormir allí, previa ducha y cena. Pasamos muy buen rato con ellos aunque nuestra despedida será temprana porque a la mañana siguiente tomaremos el barco para conocer Nieves.

Con Álvaro y Conchi en la terminal de Basseterre

Desembarcamos en su capital, Charlestown, una bonita ciudad colorida muy pequeña, de edificios de dos alturas en la que abundan más las notarías y bancos, como paraíso fiscal que es, que las fruterías. Pasamos la mañana en la playa de Herbert, de aguas turquesas y la tarde en el balneario público de aguas termales de Charlestown charlando con varias personas que nacieron en Nevis pero que han vivido en EEUU, Canadá y Reino Unido.

Rumbo a la isla de Nieves
La vida en Nieves transcurre con una tranquilidad notoria
Cañones de Charlestown, capital de Nieves
Playa de Herbert, isla de Nieves
Playa de Herbert

Desde Nieves tomamos un nuevo barco que nos devuelva a la isla de San Cristóbal donde aprovecharemos el resto del tiempo atendiendo las obligaciones laborales, desde la comodidad del apartamento, y de organizar lo que continuará en Antigua y Barbuda, nuestro siguiente destino.

4 comentarios en “San Cristóbal y Nieves

  1. Queridos Fer y Bea. Impresionantes sus viajes y ni que decir de la Narración. Enhorabuena! Los seguimos esperando en South horr. Abrazos y bendiciones

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