– Fernan, son las siete de la mañana y la nieve estaba ya «sopa». – Menos mal que nuestra vía solo pilla roca que si no…, ni escalar sobre un gelatto italiano, contesté mientras me colocaba los friends de escalada sobre el arnés, que ya parecía más una falda hawaiana hecha por un herrero. Hacía apenas un par de días estábamos en Bilbao despidiendo a mi padre en el aeropuerto, que se ofreció a llevarnos desde Logroño. Ahora estábamos comenzando la «Sunshine Crack» al Snowpatch spire en los Bugaboos. Un lugar impresionantemente bello y aislado en las Rocosas canadienses. El acceso a este lugar sirve de puesta al corriente de lo que nos esperará los próximos días. Una hora larga de carretera separa el pueblo más cercano (Golden) del empalme a la pista forestal de 50km que nos introduce más si cabe en el meollo, atravesando un joven río Columbia. Una vez en el aparcamiento de los Bugaboos imitamos al resto de vehículos allí presentes y preparamos una empalizada de mallazo metálico, piedras y palos, que hubiera hecho dudar al mismísimo Julio César, para protegerlo de unos enemigos mucho más pequeños, los roedores. Estos animalitos tienen especial predilección por las ruedas y los manguitos del coche, y por nada del mundo queremos comprobar la minuta de una grúa en este lugar. A diferencia de la mayor parte de la roca en las Rocosas, que es caliza, los Bugaboos son torres de granito, que se levantan hasta un kilómetro sobre los glaciares de su base. Se trata de uno de los granitos de más calidad que hayamos escalado, casi blanco por la cantidad de cuarzo que presenta. La «Sunshine Crack» recorre una fisura de doce largos y es una de las joyas verticales que hemos escalado. La fisura pasa del tamaño de dedos, a manos, puños y off-width a su libre albedrío, regalándonos un día espectacular, en el que incluso a la sombra pasamos calor. Las vistas del Bugaboo spire, en frente nuestro, con su arista principal escalada en 1916 por Conrad Kain fue uno de los hitos de la escalada en Norte-América. El penúltimo largo es de esos que se recuerdan toda la vida: una fisura de puños de 30 metros en la que me armo de paciencia para disfrutar todos y cada uno de sus movimientos. – Fernan, a este ritmo te la vas a subir metiendo solo dos friends del cuatro, me gritó Javier desde la reunión con una sonrisa. – Ya verás que largazo hermano, le dije mientras subía uno de los dos friends a la altura de mi cintura, para que el otro friend, a la altura de mi cabeza no sintiese pena. Sintiendo la seguridad de tener mis dos puños metidos en la fisura hasta la altura del hombro miro a las Howser Towers, sin duda los bastiones más impresionantes y aislados de la zona. Mañana si todo va bien, allí que estaremos, pensé. Tras un último, pero intenso largo que Javier escala con decisión nos apretamos las manos, sabiendo que esto no será el final del día.
Rapelamos la vía y nos cargamos las mochilas que habíamos dejado a pie de la misma con el equipo de vivac para esta noche. Todavía nos quedan casi tres horas de aproximación hasta el «East Creek», lugar de vivac para las Howser Towers, ya fuera del Parque Regional y donde está permitido pernoctar. Nuestra recomendación es saltarse esta norma y vivaquear en el collado del Pigeon spire (dentro del Parque), ya que nadie va a venir a esta distancia a comprobarlo. Así se evita un rompepiernas de 200m de desnivel para recoger el equipo de vivac bajo unos seracs, que al final de un largo día de escalada no tienen cara de buenos amigos… En cualquier caso, como no lo sabíamos, bajamos al «East Creek». Por la noche tenemos la visita de una marmota, que pincha mi colchoneta y casi se mete dentro del saco de mi hermano.
Una tímida luz ilumina el cielo y es 3 de julio, mi cumpleaños. El año pasado escalamos la «Out of Africa» en Madagascar y esta año nos toca otra gran clásica a modo de regalo, la «Beckey-Chouinard» al South Howser, casi un kilómetro vertical de aventura. Una gran línea para subir una gran pared. La nieve de la aproximación hoy está algo más dura que el día anterior, aunque subimos sin crampones hasta el comienzo de la vía donde una cordada de tres canadienses se prepara para empezar. Tras hablar un rato con ellos acceden a dejarnos pasar, adelantándoles al ensamble mientras una intensa luz anaranjada marca el amanecer. Nos toca el primer resalte de 5.10 (un 6b en escala francesa). Tiro de primero con la mochila cargada y tras un pasito tonto sobre un microfriend estoy debajo de un techo donde puedo protegerme mejor. Empotro la mano derecha y ¡zas!, mi pie izquierdo se resbala y vuelo sin motor. Sigo hasta la reunión para asegurar a Javier y soy testigo de que también se le escurre el pie en el mismo sitio y se cuelga. En la reunión comentamos lo sucedido mientras nos comemos unas barritas. Los largos se van sucediendo entre diedros, chimeneas y fisuras hasta llegar al bastión final de la torre. Las vistas son espectaculares y a partir de entonces nos tocará escalar a la sombra por encima de 3000m. Javier se embarca en un largo y abre una variante más sencilla al paso más duro de la vía. De este modo, solo seis largos de trepada nos separan de la cumbre, a la cual llego reventado! Sin duda, una vía magnífica abierta en un estilo muy puro.
La nieve que cubre el glaciar se encuentra en muy malas condiciones, ya que ha sido un invierno extremadamente seco y un verano anómalamente caluroso, y decidimos no asumir más riesgos y cambiar de aires. Atravesamos las Rocosas hasta Vancouver, 700km de conducción que no se hacen largos debido a la belleza del paisaje. Bosques infinitos, lagos turquesas, glaciares abiertos y paredes oscuras son la tónica del viaje en el que hacemos una parada para bañarnos en el lago Columbia. Pasamos debajo del Mount McDonald, un paredón impresionante que recuerda a la norte del Eiger. Vancouver es una ciudad interesante sobre la bahía del mismo nombre, en la que no es difícil ver orcas y ballenas jorobadas. Al igual que otras ciudades de la costa Oeste, como Portland (Oregon) o San Francisco, presenta un aroma alternativo entre alguna de sus calles. No así, en las calles Hastings con Cordoba, en pleno centro financiero de rascacielos, donde las autoridades han decidido hacer la vista gorda y decenas de yonquis se pinchan en la acera mientras encorbatados caminan con normalidad. Comemos en el barrio chino en un restaurante más chino que un juguete de plástico y hacemos algo de compra para nuestro siguiente destino, Squamish. Allí pasaremos los próximos diez días disfrutando de su excelente granito y de la comodidad de las aproximaciones cortas. Squamish probablemente sea el destino de escalada más internacional de Canadá. En su camping de escaladores coincidiremos con Eduardo (madrileño) y Jessica (catalana), con los que rápidamente haremos buenas migas. Él ya ha dado dos vueltas al mundo, mientras que ella va por la primera, y aunque han empezado a escalar hace poco, enseguida estarán apretando. Nos explican muchas cosas de Canadá, donde están viviendo los últimos años y también de sus viajes alrededor del mundo.
Los dos primeros días estaré asegurando a mi hermano, ya que todavía tengo una buena rozadura en el talón por estrenar botas nuevas en Bugaboos y quiero que se cure bien. Al tercer día y viendo que no mejora nada, desisto de ello con el lema de «escalar hasta que se infecte». Los próximos casi veinte días, la rozadura será mi compañera de escalada, la cual me avisará como ella sabe en los pasos de adherencia. Escalaremos grandes clásicas como «The Great Grand Wall», una combinación de «Apron Strings» y «Grand Wall», que remataremos con «Grand Finale», en total unos 500m de escalada tope gama, en la que mejor no hacer la traducción de los grados a la escala francesa. En la última vía tenemos que acerar como podemos largos de 6b-6b+, que ni de largo serían esto al otro lado del charco. Creemos que los aperturistas que la abrieron ya sabían el grado que tendría antes de escalarla… Otras vías de largos como «Bullethead East», o «Liquid Gold» nos dejan muy buen sabor de boca, con largos de fisuras de dedos de gran calidad y disfrutando de un tiempo muy bueno. Con Jorge, bombero de Madrid, escalaremos otras clásicas de un largo como «Exasperator» o «Rutagaba» y rápidamente se unirá a nuestro grupo por las noches. El día de descanso lo dedicamos a conocer Whistler, uno de los lugares donde se celebraron los juegos olímpicos de Vancouver. Demasiado artificial para nuestro gusto, aunque un baño en su lago bien merece una visita. Para el último día de escalada en Squamish nos reservamos la «Freeway», en homenaje a la autovía que pasa por debajo de la pared y que en muchos momentos por su ruido nos impedirá oírnos entre nosotros. La vía es magnífica y los grados de dificultad de sus largos, del mismísimo surrealismo de Dalí. Apretamos de lo lindo en sus diedros y desplomes. La última etapa del viaje la dedicamos a la zona de Banff y Canmore, en las Rocosas orientales. Los dos primeros días dejamos descansar las yemas de los dedos y visitamos el parque nacional de Yoho, con sus joyas de lagos: O`Hara, McArthur y Emerald y su cascada Takakaw, tan impresionante que escalaremos una línea de once largos paralela a la misma y así sentiremos de más cerca su fuerza. También hacemos la ruta de los seis glaciares en Lake Louise, una clásica entre los recién casados, pero no por eso menos bella.
Nuestro amigo Ino de Logroño ha venido a Canmore a ver a su novia Crista y un amigo de un amigo suyo, Pau, también está por aquí. Todos juntos vamos a escalar a un sector de deportiva cerca de Canmore, Grassi Lakes. Un lugar muy agradable con una roca muy curiosa, ya que es un antiguo arrecife de coral y muchos de sus agarres son antiguos fósiles de ostras. Al día siguiente, Javier y yo nos llevamos a Pau a escalar la «Sisiphus Summits» al Ha Ling Peak, una vía de 600m. Será la primera vía de largos que hace Pau en muchos años y los tres disfrutamos de lo lindo en una caliza que nos sorprende por su calidad. También escalamos juntos la «Early Worms» en una cercana estación de esquí, antes de que Pau marchase a Squamish a continuar su viaje en solitario.

Amanecer en el Ha Ling, Canmore. La Sisiphus Summits recorre el tramo más largo de pared para sumar sus 600m
Siempre solemos aprovechar los días de lluvia como días de descanso, y en este caso recorremos la carretera de Lake Louise a Jasper. Una de las carreteras más impresionantes que hayamos recorrido nunca. En sus 150km no deja de haber glaciares ni picos puntiagudos ni un solo tramo. Hacemos algunas caminatas en este trayecto como en el Columbia Icefield, un glaciar de dimensiones gigantes. Hay un punto en este glaciar cuyo hielo al derretirse va a parar al Océano Ártico, al Atlántico y al Pacífico. Tuvimos ganas de encontrar este punto y echar una meadilla, pero no lo encontramos…
Los últimos días en Canadá los dedicamos a atestiguar la calidad de la caliza de esta zona, escalando en el Yamnuska, la «Forbidden Fruit» y la «Moon Shadow» en las Lunar Slabs, dentro del parque regional de Kananaskis. Este último lugar nos sorprendió por su calidad y fue de los que mejor sabor de boca nos dejó del viaje. Para celebrarlo preparamos una tortilla de patata con el hornillo y nos bebemos nuestras últimas cervezas. Mientras, echamos la vista atrás y recordamos la cantidad de lugares y personas magníficas que hemos conocido en el último mes. Un viaje es una mezcla de todo. Sin embargo, lo mejor de todo ha sido el compañero de viaje que he tenido, mi hermano Javier, que con su compañía menos a ver capitales europeas a cualquier sitio me iba!