Antigua y Barbuda

La comunicación entre algunas de las islas del Caribe mediante ferry es muy escasa y esto hace que cuando se pretende conocer varias de ellas se tenga que recurrir o bien al autostop con veleros -si se dispone del suficiente tiempo y medios para poder esperar en estas carísimas islas hasta que surja una oportunidad-, o a los cruceros -fuera de cualquier consideración para nosotros- y, si no, al avión. Por ello, a pesar de la corta distancia entre San Cristóbal y Nieves y Antigua y Barbuda, apenas 80 kilómetros en línea recta, llegamos en un enorme y poco glamuroso avión de British Airways que, desde Londres, hace escala en San Cristóbal primero, antes de desembarcar finalmente en Antigua.

Antigua y Barbuda fueron avistadas y nombradas por Colón, la primera en honor a la virgen de la Antigua, venerada en la catedral de Sevilla y la segunda, en honor a esos árboles con raíces aéreas, como barbas, que crecen en su orilla, higueras, o posiblemente mangles. De la población originaria arahuaca y caribe, nada queda ya, y, hoy en día, más del 90% de los habitantes son de origen africano o mestizo. También Antigua y Barbuda fue una importante colonia británica de producción de azúcar de caña y también usaron esclavos africanos de forma masiva. Únicamente el 1.5% de la población de la isla es de origen británico, aunque su influencia como la permanencia en la Commonwealth es patente.

El aeropuerto de Saint John, capital de este pequeño país independiente de unos 100.000 habitantes, no deja lugar a dudas, también se trata de un paraíso fiscal. El mármol, la iluminación y la limpieza brillan gracias a los fondos que muchos esconden aquí y que han originado también una verdadera burbuja de precios. Hacer la compra en Antigua y Barbuda no es un ejercicio agradable y acabamos por imponer la dieta PMP (plátano, mantequilla de cacahuete y pan), con la que aun así no bajaremos de los 20 euros al día en comida. Todavía recordamos aquella pareja de regatistas de un velero de lujo que pagaron al cambio 400 euros por un par de bolsas de comida sana, como frutas, verduras y yogures. Increíble pero cierto.

En Saint John alquilamos un vehículo, por unos 50 euros al día, que nos servirá de hotel abatiendo sus asientos. Este país se puede conocer en transporte público, sí, en autoestop, posiblemente también, pero encontrar sitios donde dormir cada noche por menos de 100-150 euros, eso ya es mucho más complicado. Por otra parte, combinar el autoestop con la acampada libre en lugares con un nivel de vida tan alto suele generar bastante vulnerabilidad y ante cualquier problema tocará soltar talonario de forma proporcional. La mayoría de los extranjeros duermen en los cruceros que atracan en la capital, o en sus veleros, muchos de los cuales han llegado desde las Canarias.

Con nuestro flamante coche daremos la vuelta a la isla de Antigua. Comenzamos en el Devil’s Bridge, un arco natural de caliza horadado por la constancia del mar. A pesar de la tranquilidad que este inspira durante nuestra visita, en 2017 el 97% de la isla de Barbuda fue arrasado por el huracán Irma. Hoy el mar es más generoso y nos devuelve de forma constante los sargazos, unas algas que forman auténticas barreras de kilómetros de longitud, muy visibles desde el aire. Las playas que dan hacia barlovento, es decir, las que reciben las corrientes del Atlántico, son las más propensas a convertirse en auténticos campos de algas en descomposición y de hervideros de mosquitos, lo opuesto a playa paradisíaca del Caribe. Los sargazos también son una defensa natural para las crías de tortuga, las cuales se cree pasan sus primeros meses de vida protegidas en estas islas flotantes. La proliferación de los sargazos es preocupante y la industria hotelera, tan dependiente en la actualidad de los comentarios de sus clientes, poco tiempo más puede sostener el discurso actual de que “es la primera vez que esto nos ocurre”. Mientras tanto, legiones de rastrilladores luchan día tras día contra un enemigo difícilmente superable. Con las toneladas de algas recogidas, una vez secas al sol, hacen compost o las esparcen directamente por los campos de cultivo como fertilizante natural. Un buen ejemplo de esto es la bahía “Half Moon”, nombrada así por su forma de media luna. A medida que los rastrilladores van liberando el blanco de la arena los turistas van llegando y los trabajadores del chiringuito hacen su agosto. Asistimos atónitos cómo cobran 70 euros por dos cocos con ron a unos ingleses que descansan cerca de nosotros. – Timo a la vista o, quizás aquí no, comentamos.

Atardecer con sargazos en el norte de Antigua
Devil’s Bridge, Antigua
Alrededores de Devil’s Bridge, urbanizaciones y hoteles de lujo de estilo inglés
Rastrilladores recogiendo el sargazo todos los días, playa de Half Moon
Bea haciendo snorkel en la playa Half Moon
Playa Half Moon, Antigua

A diferencia de las anteriores islas visitadas en la región, mucho más volcánicas y montañosas, la mayor elevación del país, el pico Boggy, de 470 metros de altura, dibuja una geografía más llana. Los restos de la fábrica de azúcar Betty’s Hope, con su bien conservado molino, todavía destacan en esas colinas. Tras varias paradas breves en Stingray bay -convertido en un reclamo turístico para sacarse fotos con rayas a las que alimentan- y en pueblos del interior de la isla, cuyas casas recuerdan mucho a las de la campiña inglesa, llegamos a English Harbour, tradicionalmente el puerto más importante de la isla y uno de los más importantes para los británicos en el Caribe. El excelente estado de conservación de los edificios coloniales lo convierten en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y uno de los sitios que ver. El muelle se llama Nelson’s Dock en honor a los tres años que el almirante Nelson vivió allí. Gracias a la aplicación Maps.me encontramos la puerta de atrás para evitar abonar la tasa de entrada y entrar como piratas a un puerto en el que estos se escondieron.

Molinos del pasado colonial, Betty’s Hope
Anclados en los sargazos en English Harbour, Antigua
English Harbour, Antigua
Snorkel en English Harbour, un buen sitio en esta isla
Nelson’s Dock en English Harbour, patrimonio de la Unesco
Bocana de acceso a English Harbour
Acceso protegido al puerto de English Harbour

Entre barcos veleros y yates se esconde un buen punto para el snorkel en esta isla, en el que vemos tortugas, rayas y multitud de peces de arrecife. Entre tanto y tanto algún velero enorme entra por la bocana natural del puerto, con toda su tripulación de uniforme. Esa noche “fondearemos” en la playa Pigeon, un lugar muy tranquilo para dormir.

A la mañana siguiente hacemos una caminata hasta la playa Rendezvous, probablemente la playa más salvaje del país, sin corromper todavía por el turismo. A pesar de la ausencia de rastrilladores, el mar ahí no trae sargazos, como si quisiera perjudicar únicamente a las playas turísticas y disfrutamos de la misma completamente solos. Continuamos la ruta por la zona occidental de la isla. A pesar de que la vegetación no es tan verde como sus vecinas San Cristóbal y Nieves, al no frenar el paso de las nubes sus montañas de menor altura, y haber sido en su mayoría deforestada, lo poquito que queda de bosque en el parque nacional Greencasttle Hill, dibuja un pasado más verde.

Playa salvaje de Rendezvous, una de las mejores del país

Poco a poco nos vamos acercando a Saint John, la capital de la isla y un bullidero de vida. Su colorido mercado y los puestos ambulantes contrastan con las oficinas bancarias, mucho más grises. En Saint John, durante la temporada de cruceros llegan uno o dos todos los días, lo que hace que, cuando estos barcos hacen sonar la bocina al partir, la ciudad suspire de tranquilidad.  

Mercado de Saint John, la capital del país
Saint John, importante puerto de cruceros en el Caribe

Dejamos Antigua y Barbuda, un país recomendable para combinar con alguno de sus vecinos, antes de continuar nuestra ruta hacia la siguiente isla, que será Barbados.

2 comentarios en “Antigua y Barbuda

Deja un comentario