Portugal, de norte a sur

Todos los buenos viajes suelen surgir a través de la imaginación contemplando esas zonas del mapamundi sin chinchetas o a partir de la quinta cerveza entre colegas. Este fue el caso del último viaje que nos llevaría a recorrer Portugal de norte a sur unos amigos, como si de aves migratorias se tratase en busca de tierras más cálidas y evitando la tristeza que nos afrenta a la gente diurna en el mes de noviembre.

Las andanzas comenzarían recorriendo la coqueta ciudad de Zamora con un paraguas en una mano y en la otra unos jugosos emparedados. La primera noche se tornaba cuanto menos interesante ya que desde ese día dormiríamos los cuatro amigos en mi furgoneta. El día siguiente se levantó soleado, tónica general en el resto del viaje y recorrimos las curvas y ondulados paisajes del Duero a lo largo del Parque Internacional del Duero entre Portugal y la provincia de Zamora. Atravesamos varias presas históricas como la de Ricobayo de unos 300MW, que cobran su peaje al río y sirven de puente improvisado a la carretera. Las nieblas y el cambio de color de las viñas en sus escarpadas laderas recordaban a las pinceladas de las acuarelas y óleos de Segundo Arce. Las ciudades de Vilareal, Guimaraes y Braga nos sorprendieron agradablemente con centros históricos muy cuidados y pastelerías donde también haríamos historia.

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Plaza central de Guimaraes, lugar para sentarse y disfrutar de su encanto

Si hay algo que caracteriza a Portugal culinariamente es el bacalao y su gusto por la pastelería. Después de ver tantos viñedos decidimos que ya estábamos listos para conocer Porto y sus bodegas de vinos ajerezados. Porto es una ciudad hecha a sí misma sobre la desembocadura del Duero. La dejadez que presentaban muchos de sus edificios y los olores de sus calles invitaban a conocer sus cuevas y endulzamos esa melancolía visitando la bodega de Calem. El Porto a diferencia de otros vinos se produce mezclando más de 10 variedades de uvas blancas y tintas y dejando envejecer muchos años en grandes barricas de roble o en el caso de los vinos vintage dentro de botellas. Suertes del destino, en la visita nos acompañaban unos amigos de la enóloga y eso se tradujo en probar vinos de 10 años. La mayor parte de estas bodegas al igual que sus homólogas españolas fueron fundadas con capital inglés a finales del siglo XIX, aunque según nos confirmaron, Nova Caixa de Galicia es desde hace poco la propietaria de las mismas. Esperemos que no consideren al Porto como preferente…

Pasear y perderse en Porto es retroceder unas décadas al pasado

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Porto, cuna de navegantes y de grandes vinos

Lo bueno que tiene viajar en furgoneta es poder aparcar delante de buenos hoteles, para así poder pensar el muchísimo dinero que nos estamos ahorrando durmiendo en ella, como el dicho que decía puestos a correr es mejor hacerlo detrás de un taxi que de un autobús…

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Con Juan y Dani, grandes compañeros de viaje, en Sintra

Aveiro, considerada la Venecia Portuguesa y Coimbra, ciudad asociada a su antigua y prestigiosa universidad nos dejaron un soso sabor de boca, quizá porque las visitamos bajo una fina lluvia o quizá, porque se hacía inevitable su comparación con Porto. Tras una discusión a golpe de timón cambiamos visitar Fátima por las encaladas calles de Óbidos, pueblo medieval convertido en parque temático rebosante de turistas. Sin embargo, su castillo medieval y las vistas del atardecer desde las almenas del mismo más valen una pequeña parada en el camino. Esa noche dormiríamos en Sintra, uno de esos lugares con mucho encanto, ubicada en un bosque húmedo. Sus castillos y palacios de la realeza portuguesa se levantaban sobre las copas de los árboles y sus empinadas calles hacen que sus vecinos mantengan buenas pantorrillas. La carretera que discurre entre Sintra y Lisboa por la costa es de esas que no se olvidan por su belleza. El cabo da Roca, punto más occidental de Europa (9o 30’W) nos hizo recordar a los marinos portugueses que en pleno siglo XV se adentraron a lugares en los cuáles ni siquiera había una chincheta que poner. En Cascais hicimos una merecida parada y preparamos unos espaguetis al borde de unos acantilados sobre el mar. Esa misma tarde perdimos un vagón de nuestro tren, ya que Juan se volvería desde Lisboa a Logroño para hacer un taller de arte en la naturaleza de una hora en un asilo de ancianos y con semejante ineludible razón cómo insistir en que se quedara. Al día siguiente visitamos Lisboa y comimos un arroz con marisco en un sitio que sería nuestra Fátima particular (el restaurante UMA, que hace gala de servir el mejor arroz caldoso de Portugal). Al atardecer, en la calle Diario de Noticias del barrio alto cenamos bacalao en uno de esos garitos con encanto. La cocinera con delantal y pañuelo de cuadros en el pelo dejaba los fogones para cantarnos fados al tiempo que los camareros también intervenían. Las miradas del guitarrista y del músico al laúd evocaban melancolía mientras algunos viajeros disparaban sus flashes.

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Algunos viajeros tenemos predilección por los Cabos… en este caso el punto más occidental de Europa

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Lisboa, una capital con sabor a mar

Al día siguiente seguimos rumbo sur, cruzando el puente de Salazar, que recuerda al Golden Gate de San Francisco. Conoceríamos Portinho da Arrabida en el parque natural de la Arrábida y después cruzamos con la furgoneta en un ferry a la península de Troia, íntegramente formada de arena, donde nos pegamos un chapuzón en las frescas aguas del Atlántico. En Sinse paramos a dar una vuelta por su puerto pesquero jalonado por cientos de gaviotas. Como si de estos pájaros se tratase, tras charlar un rato con un pescador entrado en años fuimos obsequiados con tres lenguados recién pescados y que convirtieron el siguiente objetivo del viaje en encontrar un buen sitio para freírlos. Y este sitio fue Zambujeira do Mar en el Alentejo, en una cala desierta de gente. Esa noche contemplamos un precioso atardecer frente al mar que nos sirvió de postre a los pescados recién fritos de hacía unos minutos.

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Precioso atardecer en Zambujeira do Mar, Alentejo portugués

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Después del Cabo da Roca el Cabo de San Vicente

Seguimos rumbo sur y desayunamos en Albubel, con su pintoresco castillo del siglo X sobre una fortificación de la edad de piedra. Una parada en la espectacular playa de Carrapateira para darnos otro baño nos separaba del Cabo de San Vicente, meca de surferos y jubilados nórdicos con sus flamantes autocaravanas. Los acantilados calcáreos de más de 100 metros sobre el mar, inspirarán algún que otro viaje a esta zona para escalarlos. Esa noche dormiríamos en la famosa gracias a Ryanair, Faro. La mañana siguiente nos despertaríamos a unos metros de una cuadrilla de mariscadores aprovechando la bajamar. Las fronteras son siempre bastante estúpidas, al igual que muchos de los chistes de los vecinos de Lepe en la provincia de Huelva. Sus tabernas y la clase de sus parroquianos, así como sus tapas y precios son obligada parada en Andalucía. Como en casa no hubiera sido bien recibido si al pasar por esta bella provincia, sin volver con al menos tres patas, qué mejor que una de Jabugo de la sierra de Aracena. Ahora mismo cambiaría tanto vino de Rioja, por los cerdos onubenses. Y como después de tantos días sin ducharnos nosotros también íbamos un poco cochinos, emprendimos desde Huelva el viaje de vuelta de esta andanza por tierras lusitanas. Por cierto, ya va siendo hora de echar otras cervezas y hablar del próximo viaje…

 

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