Haití, una revolución temprana

La historia de Haití es la historia de un desastre que comenzó con la autorización de Carlos I en 1517 de la trata de negros para suplir la escasez de mano de obra taína en la isla de La Española. El optimismo inicial de la riqueza mineral de esta isla sucumbió por el escaso oro encontrado allí en comparación con el de las recién conquistadas tierras peruanas y mexicanas. Si no había minerales, por lo menos se explotaría la agricultura y para ello hacía falta mano de obra barata. Mientras que la zona oriental de la isla y su capital, Santo Domingo, tuvieron un control español más directo, la zona occidental se dejó más desprotegida, lo que permitió las incursiones francesas y su dominio posterior de esa mitad de la isla. Los franceses encontraron su oro particular en forma de azúcar, llegando a ser la colonia más rica del mundo gracias a esas exportaciones sostenidas que necesitaron de una ingente cantidad de esclavos traídos de África.

La revolución francesa exportó ideas nuevas a Haití, que agitaron el país durante la Rebelión de los Esclavos y la Revolución Haitiana, que consiguieron, primero, la abolición de la esclavitud y, segundo, el exterminio de todo blanco en el territorio. En 1804 Haití consigue la independencia, solo por detrás de EEUU en toda América y su revolución es considerada una de las pocas rebeliones de esclavos exitosas,  constituyéndose como la primera república negra del mundo. Además, durante un periodo de 20 años Haití dominará toda la isla, incluyendo la mitad española, con genocidio de dominicanos de por medio, que explicará después las tensas relaciones con la República Dominicana. Por otra parte, para evitar que su “éxito” se propagase por otras colonias, las potencias europeas someten a un bloqueo a Haití, que acaba cayendo, libre ya de toda esclavitud, en la agricultura de subsistencia al estilo africano. De este modo, cortado el cordón umbilical con la metrópoli, alejado del comercio internacional y arrasado por huracanes y terremotos, Haití se va empobreciendo y retrasando hasta su situación actual, siendo con mucha diferencia el país más pobre de América, con una renta per cápita de 1.500 euros (posición 156 de 193 países) y en la posición 163 en el Índice de Desarrollo Humano. A esta situación tan dura se suma la inestabilidad política, -en verano de 2021 asesinaron a su presidente- y la extrema peligrosidad del país, especialmente en el área metropolitana de Puerto Príncipe, donde nadie se libra de los robos, secuestros y asesinatos.

Desde Pedernales, ciudad fronteriza con Haití valoramos si cruzar o no al lado haitiano a Anse-a-Pitre. La motivación de conocer estos dos países y comprender un poco mejor sus diferencias hace que nos decantemos por cruzar sin nada más que nuestro pasaporte y 20 dólares en el bolsillo, el resto, que tampoco es mucho, lo dejamos custodiado en una pensión. Aviso a mi hermano que de no dar noticias a la noche quizá estemos en problemas. Hacemos a pie los dos kilómetros de calle que separan Pedernales del río homónimo, la frontera natural real entre ambos países. Una multitud de motos cargadas de objetos de lo más variopintos nos adelantan a toda prisa hacia la frontera mientras vamos recorriendo una llanura de hierba seca completamente llena de basura, tierra quemada de toda belleza. Por el arcén y con los pies bien empolvados vamos avanzando hacia un lugar místico, un viaje hacia el corazón de las tinieblas, como describiría Conrad.

Finalmente alcanzamos las casetas de inmigración y una valla metálica que da paso al cauce del río seco lleno de cantos rodados que sirve de frontera. Hacemos los papeles de inmigración mientras una multitud de haitianos  miran fijamente cada uno de nuestros pasos desde la valla de la otra orilla sin mucha alegría. Decididos, cruzamos el río, esquivando a los buscavidas que abundan en la zona y hacemos lo oportuno con la inmigración haitiana. Nos piden 20 dólares por persona desde una caseta pagada con fondos de cooperación internacional, 20 dólares que pensamos fácilmente acaben en el bolsillo del funcionario. Acostumbrados a lidiar con situaciones parecidas en África, probamos diciendo que vamos a visitar a un colega médico al hospital y que será un momento, que no nos queremos quedar muchos días en el país. El funcionario levanta la mirada sobre las gafas y nos desea un “bonne journee” mientras nos devuelve nuestros pasaportes. Ya en Haití se nota un cambio importante de nivel de vida. La totalidad de la población que vemos en Anse-a-Pitre es de origen africano y sin mestizaje, algo que no ocurre en el lado dominicano. Los carteles de ONGs y de agencias de cooperación florecen bajo los edificios de obra mientras que una multitud de casas más humildes y de una sola altura son el hogar de esta población de pescadores y comerciantes. El “bon jour” con los vecinos se impone y nos relajamos un poco.

Río Pedernales, la frontera entre ambos países
Tránsito de mercancías entre Haití y República Dominicana
Entrando en Anse-a-Pitre, Haití

Bajo la sombra de algún árbol, una multitud de botellas de refrescos y cerveza llenas de gasolina son la estación de servicio. Por la noche la cerveza da la alegría y durante el día esas mismas botellas de cerveza mueven a su población.  Llegados al puerto, los pescadores arreglan sus redes de pesca y desescaman las capturas de la noche anterior. Nos miran con la misma curiosidad con la que nosotros visitamos su país, con los ojos y oídos bien abiertos, de qué otra forma se puede entender la que es una de las fronteras más desiguales e incomprensibles del mundo. Continuamos el paseo hacia el cementerio, cuyos muros están medio caídos y desde el que se ven las tumbas en forma de bloque de hormigón, al estilo africano. En las paredes del muro del cementerio, varios artesanos tejen fibras de palmera para hacer nasas con las que pescar langostas. Chapurrean algunas palabras de español con nosotros porque trabajan a temporadas en República Dominicana, mientras que el criollo es su lenguaje habitual. Nos aseguran que sus nasas tienen buena durabilidad para pescar mientras nos justificamos de que no podemos comprarles ninguna porque no sabemos pescar.

Gasolinera de Anse-a-Pitre
Puerto de Anse-a-Pitre
Pescadores en Anse-a-Pitre

Después, entramos en el hospital, nuestra coartada para entrar en el país, un hospital humilde pero digno, en el que una multitud espera ser atendido. Con los haitianos que hablamos es un tema tabú hablar del terremoto. Quien más, quien menos perdió a varios familiares durante esta tragedia. Finalmente nos dirigimos al mercado, que está ubicado en una zona franca y que permite el libre tránsito de mercancías entre ambos países. Mientras que en el lado de Haití se pueden encontrar plátanos y mangos, en el lado dominicano abundan los puestos de ropa usada y en los que se venden patas de pollo sin refrigerar, solo aptas para personas con el estómago a prueba de bombas.

Mercado interfronterizo de Haití-República Dominicana

Tras esta corta incursión en Haití, un país al que no es recomendable viajar por su situación actual, regresamos a Pedernales, donde celebraremos la grandeza de vivir en un lugar tranquilo y seguro y donde el miedo no forme parte del día a día y la esperanza de una mejoría no sea una quimera.

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