Homo Taxiens (7a+, 6c obl). Nueva via en Sierra de Cantabria

El agua cayendo de un grifo, la luz que se enciende al pulsar un interruptor, la puntualidad en los transportes, comer ensalada sin preocuparse de las tripas de mañana, no llevar una faltriquera de plástico en los calzoncillos con el dinero del viaje, la sencillez de seis kilos de pertenencias en la mochila, saludar y que te saluden con una sonrisa, son algunas de las banalidades cotidianas que llaman la atención después de algunos de nuestros viajes. A veces duran horas, a veces días, pero siempre acaban difuminadas por otros estímulos del día a día. Quizá uno de los elementos que más llaman la atención y que más perduran a todos los que hemos visto la forma de vida en otros lugares, no necesariamente subdesarrollados, es la de la abundancia de ayudas del Estado sin una contraprestación; solo por el mero hecho de vivir en este país. Brotadas en los últimos años como hongos, caídas del cielo como derechos, justificadas bajo el dogma de la bondad de nuestra especie y de que todos haremos un uso justo de las mismas, compitiendo de tú a tú en muchas ocasiones con el trabajo y el esfuerzo, a veces incluso mirando por encima a aquel que madruga para trabajar, han venido para quedarse y no necesariamente generando una sociedad más justa, sí más dependiente del Estado y, por tanto, propiciando en él un mayor afán recaudador de impuestos para sustentarlas: el nacimiento de Homo Taxiens.

Probablemente nadie sepa de ayudar y de ayudas más que algunos de los religiosos en muchos países africanos, algunos de los cuales hemos tenido el gusto de conocer, dedicando décadas de su vida en condiciones muy duras y aislados de todo su entorno, a veces trabajando en países en conflicto sin marcharse, en los que la práctica totalidad de los extranjeros salen despavoridos en los primeros aviones de evacuación. Una de las preguntas que siempre les he hecho es cómo pueden ayudar a la población a que mejore, si no se encuentran en una situación de emergencia humanitaria. Jamás en su respuesta he escuchado el dar dinero porque sí. En el norte de Mozambique, una de las zonas más pobres y subdesarrolladas del mundo, con mucha diferencia, vi con mis propios ojos como una religiosa de 80 años de Almería respondía con genio a unos hombres que pedían dinero para comprar troncos para construir su casa: – corten esos árboles como siempre han hecho, mientras les señalaba los mismos eucaliptos que desearían conseguir en el mercado ya cortados, les contestó. Poco después se justificaba con nosotros en otro tono explicando que a diario le toca discernir entre el que pide por comodidad y el que pide por necesidad. En esa misma zona, otras religiosas españolas tuvieron que montar un centro de tratamiento de niños malnutridos severos al darse cuenta de que si les daban los preparados a base de cacahuete a sus madres, estas los revendían, se los comían ellas mismas, o se los daban a otros niños usando un niño malnutrido como motivo para seguir recibiendo estos preparados. Tras semanas o meses viendo a los mismos niños que no ganaban peso, incumpliendo cualquier indicación de la FAO al respecto, se dieron cuenta de la dependencia creada, razón para montar este centro en el que asegurarse que esos niños se comían el preparado allí mismo. Otro ejemplo africano de éxito es el del centro de salud que dirige la hermana Susana en Turkana, Kenia, donde salvo situación de emergencia o imposibilidad de pago pide un pequeño copago por el uso de los servicios sanitarios. – Tienen que ser conscientes del coste de las cosas para poder valorarlas y cuidarlas.

Por eso, la creación de tantas ayudas sin contraprestación resulta tan llamativa, sobre todo mientras otros derechos como el de una asistencia sanitaria adecuada ven su financiación y calidad disminuir a pesar de los esfuerzos que hace Homo Taxiens. Es evidente que años de este tipo de programas, quizá décadas en algunos casos, no han conseguido una sociedad más justa, aunque ha aumentado considerablemente la dependencia de los que reciben estas ayudas hacia los avatares de la Administración. Qué difícil resulta tratar estos temas tabúes sin caer en el idealismo dogmático o en el más frío pragmatismo.

Así, comentando estos temas, en una tórrida tarde de otoño y en compañía de mi hermano Javier y Simón Elías fuimos abriendo cada tributo vertical de Homo Taxiens, una bonita aventura de escalada sin chapas, en la cara Este del pico Larrasa de nuestra querida Sierra de Cantabria, dedicada a aquellas velas encendidas que hacen del verbo ayudar el objetivo de sus vidas.

Javier pagando el primer tributo de Homo Taxiens
Abriendo el tercer tributo de Homo Taxiens

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