Unión de Comoras

Comoras es uno de los países más desconocidos y menos turísticos que hemos visitado. Los vuelos rara vez bajan de más de  mil euros  y, además, las combinaciones para llegar son muy limitadas y pasan por ir primero a Madagascar, Tanzania o La Reunión, destinos generalmente ya de por sí bastante costosos. Nos picó la curiosidad cuando visitamos La Reunión en febrero de 2022, una isla relativamente cercana de Mayotte, esta última, también perteneciente al archipiélago de Comoras, y que desde hace pocos años y tras un referéndum decidió ser acogida en el seno francés como una provincia más. Las otras tres islas principales del archipiélago, Gran Comora, Anjouan y Moheli, conforman el país integrante de la ONU conocido como Unión de Comoras.

El verano pasado marcamos el objetivo vacacional en conocer destinos poco habituales en nuestros viajes, como son las islas lejanas y de turismo de palmera y arena blanca. Cuando encontramos que Egypt Air ofrece el pasaje a Moroni, capital de Comoras, por unos trescientos euros y en pleno verano, pensamos que se trata de algún error, ya que este vuelo solo está disponible en la página web de un intermediario y no en la propia página de la compañía aérea. Tras comprarlo llamamos por teléfono a la central de Egypt Air para ver si se trataba de una broma. -¿Comoras, y eso dónde está?, una pregunta que, por cierto, nos hará todo el mundo después. – Es un archipiélago al norte de Madagascar, custodiando el canal de Mozambique. Tras cinco minutos de espera telefónica mientras lo comprueban nos indican que efectivamente el vuelo existe y, no solo eso, que los vuelos ya están a 1.300 euros, pero que no nos preocupemos que nuestra reserva está correcta. Tras verificar esto encajamos el puzzle que representa encontrar vuelos para completar Comoras con Seychelles y con Mauricio, el triple mortal contando que es para agosto. Sin embargo, con unos incontables clics de ratón y haciendo una tabla de combinaciones posibles descubrimos una única opción de días y vuelos para llegar con un presupuesto bajo, muy bajo, de hecho. Más vale que no nos cancelen ningún vuelo, pensamos, porque nos prepararían una auténtica faena.

Llegamos a Moroni en un vuelo con destino a Dar-Es-Salam, que previamente da un rodeo para descargar a los pocos pasajeros que vamos a Comoras; ningún turista occidental, por cierto. Varios aviones reventados a pocos metros del final de la pista, ningún otro avión aparcado y una infraestructura muy básica nos dan la bienvenida a este país de volcanes, de religión musulmana, antiguo escondite de piratas y segundo exportador mundial de vainilla después de Madagascar. Desde el aeropuerto llegamos a la capital, Moroni, que en lengua local significa sitio caliente o infierno. Dejamos nuestras mochilas en un pequeño hotel recién abierto y nos vamos a conocer Moroni. La medina con sus callejuelas estrechas, las mujeres con velo que nos miran curiosas al pasar, los niños correteando y jugando al balón y el mercado lleno de frutas coloridas y atunes, son flashazos de un país, que más cosas tiene en común con Madagascar que con el África continental. Desde un primer momento nos llama mucho la atención lo amable que es la gente. Sin tópicos. Los comoranos son gente muy amable y hospitalaria, que dejan tranquilo al visitante sin agobiarle y sin tratar de que la relación sea una antesala de una posible transacción comercial.

Puerto de la capital de Unión de Comoras, Moroni
Mezquita del Viernes de Moroni, capital de Unión de Comoras
Trasegando pescado en Moroni, Unión de Comoras

A la mañana siguiente tenemos el objetivo de subir al Karthala, el techo de este país, un volcán activo cuya última erupción de 2007 dejó la carretera principal de la isla cortada, un volcán que desde su punto de partida implica subir más de 2.000 metros positivos en un entorno mayormente tropical, un auténtico sudadero que nos abrirá los poros de la piel de qué manera. Primero tenemos que comprar gasolina para nuestro hornillo multifuel. Varias gasolineras se han quedado ya sin gasolina y esperan tranquilas a que el barco llegue para reponer el stock, así que toca correr a encontrar una que sí lo tenga. La gente me mira sorprendida corriendo en un país en el que no existe la prisa, en este caso la prisa viene alimentada por evitar las posibles tormentas de la tarde en la cumbre.  Llevamos tienda de campaña (ya sabemos que es posible meterla en el equipaje de mano sin problemas) y cocinaremos en el  país. Acampar en una capital africana nunca fue una opción muy inteligente y salvo en Addis Adeba y Ciudad del Cabo, no nos hemos decantado por esa opción tampoco en Moroni, pero sí lo haremos durante el resto del viaje. Tras cargar la botella de gasolina en una gasolinera cuya bomba de combustible la acciona con su propia fuerza el gasolinero, nos dirigimos a comprar víveres y conseguir agua para la ruta.

Como mulas de carga iniciamos el ascenso por un sendero que se va comiendo la vegetación. Sudamos a raudales y los mosquitos aprovechan nuestra flaqueza para darnos un envite tremendo. Será el único momento del país en el que nos coman literalmente vivos. Por eso, cuando ese pequeño sendero se cruza con una pista forestal, más abierta y menos expuesta a la guerrilla de estos insectos, no dudamos y continuamos por la pista. Ya llevamos un buen rato de ascensión cuando oímos el ruido de un vehículo a motor. Pasa a nuestro lado de subida y nos pregunta que a dónde vamos. – Está muy lejos, suban atrás en la caja de la pick-up, nos dicen. No dudamos ni un instante en esta pequeña trampa del purismo montañero pero que nos ahorrará un buen desnivel. El todoterreno va recorriendo bosque primario salpicado por recientes plantaciones de banana y extracciones de madera. Las reglas del juego aquí son diferentes y el sacar algo que permita vivir o vivir algo mejor marcan las normas. Resulta que el conductor del vehículo tiene vacas que se alimentan en la hierba que crece cerca del cráter. Nos parece un tipo muy amable y dejamos los bultos en su cabaña para coronar el cráter sin tanto peso. Esa noche vivaquearemos en su porche a casi 1.800 metros tras la ascensión. En la cumbre la niebla y los gases volcánicos coquetean en un entorno lunar y sin un alma alrededor. Las islas Comoras fueron bautizadas por los conquistadores como las islas de la Luna, quizá también subieron al Karthala.  

Autostop en la caja de una pick-up camino del Karthala
Aproximación al cráter del volcán Karthala
Cráter del Karthala
Cráter del Karthala, techo de Unión de Comoras

Bajamos temprano con la luz de los frontales. No hemos podido dormir nada porque nuestros sacos sábana son insuficientes a esa altura y entre estar pasando frío por la humedad de la niebla y entrar en calor bajando a buen ritmo, optamos por lo segundo. Un par de cacatúas negras sobrevuelan encima de nosotros, por cierto, un ave extremadamente rara que el propio narco Pablo Escobar mandó comprar a doblón para su casa como una excentricidad en un país como Colombia en el que las cacatúas son azules o rojas. Los sonidos del bosque marcan el pronunciado descenso hasta la costa donde cargamos energías antes de tomar una furgoneta compartida que nos lleve al norte de la isla, a Mitsamiouli y concretamente a la playa de Galawa. El color verde esmeralda y los cocoteros en la misma orilla nos invitan a quedarnos a dormir. Plantamos la tienda de campaña sin más compañía que las olas y algún cangrejo. Una nube pasa y nos ducha, una buena forma de quitarnos la arena y la sal de la piel.

A la mañana siguiente disfrutamos de un buen baño buceando en el cercano arrecife de coral, en muy buen estado de conservación. Más tarde, mientras preparamos la comida un hombre viene y nos indica que no podemos estar ahí. Esta playa ahora es privada, la han comprado unos árabes y quieren montar un hotel con la playa exclusiva para el mismo. Así pues, sin ganas de discutir por algo que ya hemos disfrutado, una vez hecha la comida recogemos los bártulos y continuamos la ruta. Pasa un vehículo 4×4 que nos ofrece llevarnos hasta el Lac Salé – el lago salado-, un antiguo cráter volcánico inundado en el borde mismo de la costa. Pocos kilómetros más tarde conocemos el Dragon Rock, en Ivoini, una roca que recuerda a la forma de un dragón. Así, en autostop, y en innumerables trayectos, puesto que parece que casi todo el mundo se dirige a pocos kilómetros de distancia llegamos a Chezani. Es la temporada de las bodas y mucha gente aprovecha a casarse durante un solo mes al año. Las bodas son súper coloridas y musicales, maravillosas de ver por el día, pero una faena cuando se pretende encontrar un sitio para dormir tranquilo. Cuando queda poco tiempo para anochecer encontramos un chiringuito cerrado en una península, alejado de todo, en el que tras pedirle al dueño si nos puede dejar acampar esa noche accede sin problemas. Preparamos la cena a la luz del frontal mientras a lo lejos se oyen los chillos de las mujeres, que celebran la boda por todo lo alto, atenuados por el sonido incesante de las olas. Pronto, el cansancio del día hace mella y caemos rendidos de sueño. A la mañana siguiente nos levantamos custodiados por un rebaño de cabras que han estado curioseando nuestra tienda.

Playa de Galawa, al norte de Gran Comora
Acampando en Galawa
Arrecife en la playa de Galawa
Lac Salé, norte de Gran Comora
Acantilados de Dragon Rock, Ivoini, Gran Comora
Dragon Rock, aquí sí se ve la silueta del dragón

Estamos prácticamente en el extremo opuesto de la capital tratando de circunvalar la isla. Conforme avanzamos en esta empresa, cada vez pasan menos vehículos y el asfalto se torna en  un bien escaso. A pesar de que sea la Nacional 1 del país, en España no dejaría de ser un camino de tractores para acceder a la viña más apartada del pueblo. Decenas de vehículos franceses yacen a los lados de la carretera, abandonados por cualquier fallo que no consiguen arreglar. La vegetación los va engullendo poco a poco mientras los baobabs custodian desde la altura todo el panorama. En esa tupida vegetación es donde crece la vainilla rodeando los troncos de otras plantas. Lo bueno del autostop es que los propios conductores nos enseñan de botánica durante el camino. Mientras esperamos que nos den un aventón para llegar a Buuni pregunto en el bar del pueblo (bar en el que solo se vende CocaCola) si alguien nos puede vender vainilla. Un señor mayor nos dice que él mismo puede. Vuelve al bar con un kilo de vainilla envuelta en papel de aluminio. Al precio que tiene en Europa eso valdría una auténtica fortuna, pensamos mientras comprobamos su calidad. Según sabemos debe estar húmeda, poder doblarse sin llegar a partirse y mayormente no soltar semillas. Como cumple todas estas condiciones, acordamos un precio justo por un buen puñado y cerramos el trato con un trago de CocaCola.

Comprando vainilla en el este de Gran Comora, Bea con un collar de la planta de la vainilla
Nacional 1 de Gran Comora, la autovía que da la vuelta a la isla
Buenos tramos de la carretera los recorrimos caminando y el resto en autostop
Cocinando en la cuneta, entre espera y espera de autostop
La gestión de residuos en Unión de Comoras es muy deficiente y muchas de sus playas están abarrotadas de basura
En Comoras abundan los zorros voladores, una especie de murciélago que sobre todo come fruta

Con la vainilla en la mochila endulzándonos el ambiente llegamos a Buuni, una preciosa playa de arena blanca donde nos bañamos solos. Más tarde haremos lo mismo en la también fabulosa playa de Chomoni. Como en muchos lugares de fé musulmana con playas magníficas, véase Zanzíbar, Omán o Comoras, la población vive de espalda a la arena. El resto de la tarde lo pasamos encadenando trayectos en camiones y coches alternados por buenos tramos a pie, hasta lograr llegar a última hora al extremo sur de la isla, a Chindini. Hay varias bodas en el pueblo y la playa no parece un lugar tranquilo donde pasar la noche. Además, para rematarlo, apenas quedan veinte minutos de luz. Así que buscamos una casa con un porche en el que nos dejen acampar. A la primera logramos que una familia muy hospitalaria nos acoja. Nos llevan un plato de comida y un par de latas de bebida a la tienda y nos llenarán la ducha portátil para asearnos. El nerviosismo de no saber dónde pasaríamos la noche se convierte en una conversación tranquila con esta familia. Desde Chindini parten los barcos a la isla de Moheli, isla que dejaremos para otra ocasión para evitar perder nuestro vuelo si el estado del mar se complica. Así pues, continuamos la circunvalación de la isla para conocer Iconi, antes de regresar a la capital, nuestro punto final en Comoras, la primera etapa de este viaje por el Índico.

Playa de Chomoni, arena blanca coralina y lava negra volcánica
Playa de Buuni
Mujer acarreando leña para cocinar en la fabulosa playa de Buuni
Atardeceres en Gran Comora
Mezquita de Iconi

Comoras ha sido un país africano muy diferente al resto. Por una parte, se trata de un país  pobre y con pocos recursos pero, por otra parte, muchos comoranos viven en Francia y envían divisas y vehículos a sus familiares. Como dicen, la segunda ciudad de Comoras es Marsella. Esos beneficios “caídos del cielo” generan en la población una alta inflación en los precios y una relajación vital al saber que independientemente de cómo se den las cosas podrán comer si el primo en Francia no se olvida de ellos. En lugar de reinvertir ese capital en algún proyecto que genere riqueza como un hotel (solo hay 4 hoteles en todo el país en Booking, como nota, Sudán del Sur tiene más de 10) o en montar alguna agencia que organice tours para conocer sus bellezas sin necesidad de hacer autostop, o una red de caminos como sus vecinas Mauricio o La Reunión, ese dinero lo dedican a ampliar la casa y a disfrutar de su tranquilidad isleña. Quizá lo vea desde una perspectiva muy europea y de desarrollo, pero creo, sinceramente, que Comoras tiene un potencial turístico tremendo y completamente ignorado. Veremos qué podemos decir de nuestro siguiente país, Seychelles, conocido por justo lo opuesto.

2 comentarios en “Unión de Comoras

  1. Muchas gracias por volver a compartir vuestras experiencias viajeras. Echaba mucho de menos estos relatos que me transportan a sitios maravillosos. Con tus palabras consigues hacerme sentir participe del viaje. Gracias Fernan, sigue asi

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