Ruta circular por los países bálticos: Letonia, Estonia, Finlandia y Lituania

Poco nos quedó para coronar las aguas del Báltico el verano pasado con nuestra furgoneta. La sombra del cierre de fronteras y restricciones nos fue persiguiendo como un tábano veraniego, dándole un toque de incertidumbre picante a un viaje europeo, de por sí tranquilo y cierto. Sin embargo, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia mostraban regulaciones tan complicadas, complejas y variables que acabaron por hacernos posponer su visita. Este verano en lugar de obligar a nuestra furgoneta y a nosotros a repetir el mismo asfalto decidimos volar a Riga, capital de Letonia y alquilar un vehículo, una opción muchísimo menos costosa que la de conducir desde casa.

Seguramente las repúblicas Bálticas representan el territorio comunitario más desconocido para los españoles. Su pasado soviético, su clima gris, sus llanuras boscosas y sus ciudades medievales fueron los prejuicios iniciales que fuimos desenmascarando durante este viaje.

Riga nos recibió con el día a día de una capital de un país de menos de 2 millones de personas. Los coches oficiales y oficiosos de alta gama, muchos de ellos eléctricos ya, compartían espacio y tiempo entre las calles de trazado medieval con los tenderos del mercado Central, algunos de ellos vendiendo cuatro calcetines de lana, o una cesta de setas recién recolectadas en los bosques cercanos, o un par de cajas de arándanos. Cientos no, miles de personas acuden cada día a comprar a este mercado, que aprovecha los cinco antiguos hangares alemanes enormes para construir zepelines, buscando los mejores productos y también los mejores precios para unas economías familiares, que en muchos casos tendrán que hacer malabares para mantenerse. El sueldo mínimo de Letonia es de 430 euros, muy bajo para un país en el que la calefacción es fundamental durante la mayor parte del año y con la “democratización” de precios que el euro ha traído con sus países vecinos, mucho más ricos. Nos sorprende ver la influencia soviética en los productos del mercado, con caviar del Cáucaso, panaderías uzbekas, halva armenia y dulces y platos georgianos, fruto de las estrechas relaciones entre regiones soviéticas. Solo un puestecillo español con queso manchego, jamón extremeño, aceitunas andaluzas y vino de La Rioja pone de manifiesto la globalización de su presente comunitario.

Memorial a la victoria soviética, Riga
Iglesia de San Pedro, Riga
Plaza del ayuntamiento de Riga con la célebre y reconstruida casa de los Cabezas Negras a la derecha
Centro de Riga

Con las vistas de Riga desde el gran río Daugava nos despedimos de esta capital para conducir paralelos al Báltico hasta la vecina Estonia. Hacemos un par de paradas breves en los acantilados de Zivtinu, de 7 metros de altura, una buena introducción a la “espectacularidad” geológica de las repúblicas bálticas y en Parnü, el principal destino de sol y playa de Estonia, antes de llegar a su capital, Tallín. Comprobamos que toda esta capital está esparcida en casas individuales con su jardín, al igual que tantas ciudades europeas, haciendo que su población, de poco más de 400.000 personas, ocupe en extensión mucho más que Barcelona (exactamente un 60% más que la capital catalana). Las calles, anchas, con espacio para coches, tranvías, autobuses y bicicletas, pero sin peatones a la vista, la multitud de centros comerciales llenos de coches, pero sin comercio local alguno y la abundancia de patinetes eléctricos de alquiler son la realidad de buena parte de las ciudades europeas, esas a las que nuestros políticos intentan imitar, obviando las diferencias tan claras en densidad de población y en el urbanismo de las últimas décadas: pisos en España frente a casas en el resto de Europa. Por más que vengan “técnicos municipales” que digan que es posible meter coches, tranvías, autobuses, bicicletas y peatones en calles de menos de 10 metros de anchura, como en el resto de Europa, dicen, -no, no es posible físicamente y valdría la pena que llevasen un metro en sus viajes oficiales u oficiosos para medir su anchura ¿No es acaso mucho más sostenible una ciudad más compacta en la que la gente pueda caminar, en la que exista comercio de cercanía y en la que no haga falta esparcir recursos a lo largo y ancho de muchos más kilómetros cuadrados? Si no, ¿por qué es Manhattan uno de los lugares más sostenibles de todo EEUU?

Aparcamos nuestro coche de alquiler en el terreno de un edificio abandonado, el único islote donde naufragar en una ciudad de 160km2 donde el parquímetro es dueño y señor. De madrugada, un ferry nos cruzará el Báltico hasta Helsinki. Más que un ferry para camiones y pasajeros parece un casino flotante: con tragaperras por los pasillos, salones de juego, bares con alcohol bastante barato y tiendas libres de impuestos. En lugar de butacas como en otros ferris, los pasajeros tienen que ocupar las sillas y sofás de los bares de copas ofreciendo imágenes de postal entre los borrachos y la gente que lo parecía intentando encajar una cabezada tumbados en los sofás de los bares. Muchos finlandeses hacen el viaje de ida y vuelta en ferry a Tallín, la opción más económica de tomarse unas copas en la carísima Finlandia. Dedicamos un día entero a recorrer el centro de Helsinki y conocer la cercana isla de Suomenlinna, unos 25km a pie sin exagerar ni un pelo. Edificios soberbios, limpieza en las calles, multitud de coches eléctricos, ventanales de gran tamaño para aprovechar el escaso sol, población tranquila, familiar y ociosa y precios muy nórdicos. Algunos refugiados, probablemente sirios, miran y asisten en el centro de Helsinki, al igual que nosotros, a la idiosincrasia del que es un país ejemplar en educación, seguridad y democracia, quizá maravilloso para vivir con un trabajo fijo, pero aburrido, bastante aburrido si lo que se busca es la interacción entre personas al viajar. Recordamos con nostalgia el éxtasis de vida de la estación de buses de Kampala, el mercado de Khan El Khalili del Cairo y la carrera 7 de Bogotá.

Puerto de Tallín con los ferris que hacen la ruta a Helsinki
Búnkers en la isla de Soumenlinna, Helsinki, Finlandia
Catedral de Helsinki
Iglesia ortodoxa de Helsinki, Finlandia

Riga, Helsinki y ahora Tallín, serán el póker de ciudades con el que comenzamos nuestro viaje báltico. El centro amurallado medieval de Tallín es precioso, sin discordancias, con tejados coloridos y fachadas de color pastel. La iglesia de San Olaf, visible bien de lejos para los navegantes del Báltico, fue el edificio más alto del mundo durante 75 años en el siglo XVI y su plaza central con terrazas y vida nos hacen recordar de nuevo la importancia de las decisiones urbanísticas en la sociedad. No es habitual en nuestros viajes que demos tanto peso a las ciudades y a la tercera ciudad ya echamos de menos el campo.

Casco antiguo de Tallín, Estonia
Arquitectura soviética en Tallín, Estonia

A unos 70km al este de Tallín se encuentra el parque nacional de Lahemaa con bosques espesos de pinos, abetos y abedules, turberas sin alterar en más de 10.000 años y una costa llena de bloques erráticos. Es además temporada de setas y los boletus, níscalos y cropinus comatus crecen al nivel del mar, hasta incluso en la misma arena de la playa. Como siempre en este tipo de viajes con coche de alquiler, dormimos en el coche abatiendo los asientos, cocinando con hornillo y usando nuestra ducha portátil -con agua caliente cuando hace frío calentándola con el hornillo-, la mejor manera de mantener el presupuesto bajo y permitiendo viajar más con menos. Así pues, el risotto de boletus y los revueltos de setas que cogemos en el bosque estarán a continuación a la orden del día en nuestra gastronomía báltica. En Lahemaa hacemos varias caminatas por sus pinares y playas disfrutando del esquivo sol y conociendo la particularidad de los bloques erráticos de esta costa, muy visibles en el pueblo de Vösu y en la península de Käsmu. Durante la última glaciación estos bloques de granito cayeron sobre el hielo de los enormes glaciares en lo que es ahora Finlandia y Suecia y fueron transportados por el glaciar y depositados cuando el hielo se derritió sobre estas tierras. Geológicamente no pertenecen a estos países bálticos y según el color y composición se sabe perfectamente su procedencia.

Cascada de Jägala a las afueras de Tallín, Estonia
Muchos senderos en los parques nacionales bálticos discurren por pasarelas de madera para evitar hundirse en las turberas y el barro, parque nacional de Lahemaa
Turberas del parque nacional de Lahemaa, Estonia
Turberas de Lahemaa, inalteradas en más de 10.000 años
Bloques erráticos en Vösu, Estonia
Costa del Báltico en Vösu, Estonia. La vegetación crece hasta en el mar por su menor salinidad, Estonia
Los primeros boletus del año, parque nacional de Lahemaa, Estonia
Bosque en miniatura, Lahemaa

Desde Lahemaa continuamos hacia el este parando en Rakvere, un pueblo muy tranquilo con castillo medieval, antes de llegar a Narva, en la misma frontera con Rusia y el punto más oriental de nuestro viaje. El río Narva y un puente bien protegido por sendos castillos a cada lado, -en una declaración de intenciones mucho más grande el castillo ruso que el estonio-, separan dos bloques: el europeo y el ruso. En la fragmentada Europa nos resulta llamativo que cruzando ese pequeño puente podamos recorrer por carretera hasta la lejanísima Kamchatka, China o Japón sin necesidad de cambiar de país. San Petersburgo queda muy cerca de aquí, demasiado cerca, pero la pandemia ha complicado este cruce para nosotros y Rusia tendrá que esperar, como también lo tuvo que hacer durante nuestro viaje por el Cáucaso y la Ruta de la Seda. Comentamos lo genial que sería tomar el transiberiano, mejor no, el transmongoliano y desde ahí llegar a China y al sudeste asiático sin vuelos. Soñar es libre como los viajes que nos llenan.

Iglesia de Rakvere, Estonia
Castillo de Narva, Estonia

Al sur de Narva se encuentra el enorme lago Peipsi, que por su extensión, color y puertos con barcos nos hacen dudar de si en verdad no es un mar. En las orillas estonias de este mar se afincaron los Viejos Creyentes, una comunidad ortodoxa rusa que fue ilegalizada en el siglo XVII y cuyos creyentes encontraron refugio en el lado estonio casi hasta nuestros días. La tranquilidad de pueblos como Mustvee, o incluso de ciudades más grandes como Tartu, la segunda del país en población resulta hasta molesta. Los horarios comerciales de 10-16 en los escasísimos comercios fuera de los centros comerciales y la ausencia de peatones en las calles parecen que estuviésemos en un eterno domingo por la tarde. -Si es así en verano, cómo será el invierno, pensamos antes de dirigir el rumbo de vuelta a Letonia.

Dedicamos un día a conocer el pasado medieval de Cesis, importante fuerte de órdenes militares como la Orden Teutónica, fundada en Palestina durante la Tercera Cruzada y que dominó estas tierras a golpe de espada, las colinas del parque nacional de Gauja, con sus cuevas talladas en arenisca y los castillos -muy reconstruidos- de Sigulda, Turaida y Krimulda. Al día siguiente hacemos una ruta en el parque nacional de Kemeru, el más concurrido del país, no por ello masificado cuando vamos. Como en Lahemaa en Estonia, en Kemeru también hay turberas y bosques de pinos y abetos, estos últimos abundantes por todo el país, allí donde no llegó la agricultura. Desde Kemeru y aprovechando el buen tiempo que hace vamos recorriendo la extensa costa hasta el cabo de Kolka, el cabo que cierra el golfo de Riga. Casi 150 kilómetros de pinares a ambos lados de la carretera, que crecen sobre la misma arena como en las Landas francesas, nos acompañarán hasta el cabo. En esta zona de la costa los letones dicen que es donde nace el viento, algo, a todas luces cierto. La temperatura no invita al baño en el mar y tras coger algún boletus en la mismísima playa, decidimos ir a cenárnoslos en Kuldiga, un bonito pueblo del interior de Letonia, que ostenta la catarata más ancha de Europa, un salto de un par de metros de altura y 250 de ancho.

Castillo de Cesis, Letonia
Cuevas de Gauja, Letonia
Playa fluvial en el parque nacional de Gauja, Letonia
Cuevas de Gauja, Letonia
Parque nacional de Kemeru, Letonia
Rumbo al cabo de Kolka, Letonia
Cabo de Kolka, Letonia
Cementerio de barcos en la costa báltica cercana a cabo de Kolka. Durante la época soviética se prohibió el acceso al mar para muchos pescadores, que tuvieron que abandonar su modo de vida
Kuldiga, uno de los pueblos más bonitos de Letonia

Desde Kuldiga seguiremos una ruta de unos 30 km por pistas sin asfaltar para cruzar a la vecina Lituania. Sin duda uno de esos cruces fronterizos por los que uno esperaría cruzar si toca salir del país sin llamar la atención. El cambio de tierra por asfalto y un cartel con la bandera azul europea nos da la bienvenida al que es el último país de la Unión Europea que me quedaba por visitar. Mientras que Estonia y Letonia albergan bosques enormes, Lituania es el gran granero báltico, con extensiones inmensas de cultivo y con bosques mucho menos intensos que sus vecinos. Una excepción es el parque nacional de Musos Tyrelio, también de turberas muy viejas sin perturbar por la mano del hombre.

Turbera gigante en Musos Tyrelio, Lituania

Cerca de este parque se encuentra la Colina de las Cruces, un lugar de gran significado religioso porque supuso un símbolo de resistencia católica contra el régimen soviético. Desde el siglo XIX en esta colina se pedían indulgencias y se colocaban cruces, unas cruces que durante la época soviética se eliminaron. Sin embargo, a los días siguientes volvían a aparecer cruces en este mismo lugar y de nuevo volvían a ser arrasadas. Esto ocurrió varias veces hasta que el ejército soviético metió buldócers y hasta a la mismísima KGB, pero las cruces volvían a aparecer. Se calcula que en la actualidad esta colina alberga más de 100.000 cruces de todos los tamaños.

Colina de las Cruces, Lituania

En nuestra ruta hacia la capital de Lituania, paramos a conocer la ciudad de Kaunas, el impresionante castillo de Trakai y las fosas del exterminio de Ponary, donde los nazis y colaboradores lituanos asesinaron a tiros, en unos antiguos depósitos de combustible, a entre 70.000 y 100.000 judíos en 1943, cerca de la mitad de los 200.000 judíos asesinados en este país (solo sobrevivió el 1.5% de la población anterior a la guerra). Es triste imaginar las filas de personas con miradas vacías, caminando por estos bosques sombríos, encañonados y esperando su lugar a ser tiroteados, mientras un olor a carne humana quemada inundaba todo. Solo 80 judíos consiguieron escapar con vida de Ponary, 65 de ellos fueron ejecutados en su huida y solo 15 lograron unirse en los bosques al movimiento partisano, para contarlo. Con el mal cuerpo que dejan estos lugares llegamos a Vilna, la capital de Lituania, donde nos metemos una buena caminata por su centro y conociendo la República de Uzupis, un barrio con “constitución” propia, algo que nos recuerda un poco a Cristiania en Copenhague.

Castillo de Trakai, Lituania
Interior del castillo de Trakai, el lugar más turístico de Lituania y sin gente
Una de tantas fosas comunes de los nazis cercana a Trakai, Lituania
Centro de Vilna, Lituania
Entrando a la «república de Uzupis», Vilna, Lituania

Solo nos queda regresar de nuevo a Riga, donde devolveremos el vehículo y tomaremos el vuelo de vuelta. Los países bálticos nos han dejado un regusto diferente al que suele ser habitual en nuestros viajes. Como le transmitía a mi hermana cuando me preguntaba por nuestra experiencia en estos países: -Irene, viajar por aquí ha sido como tomarse un té con una bolsa ya usada, todo correcto pero un poco insípido.

2 comentarios en “Ruta circular por los países bálticos: Letonia, Estonia, Finlandia y Lituania

  1. Hola, en la descripción que hacéis de otros viajes, es muy frecuente que incluyáis anécdotas con personas que conocéis en los lugares que estáis visitando. En la descripción de este viaje, o no habéis querido incluirlo o intuyo que la frialdad nórdica os ha privado de ello. Como siempre, superinteresante la síntesis y descripción de los lugares. Yo aprendo leyéndoos.

    Abrazos

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    • Hola Íñigo, la verdad es que es una muy buena percepción! Bien sea por el estilo de viajar en un coche, que siempre aísla mucho más que hacerlo en transportes públicos o autostop, bien puede ser por nuestra predisposición a relacionarnos que quizá haya sido menor o a la ausencia de gente en la mayor parte de los lugares que hemos visitado, han hecho de este un viaje diferente bajo nuestra percepción. Seguro que muchísima gente ha tenido una experiencia diferente al viajar por estos países y han tenido un montón de anécdotas y experiencias personales, que al final es lo que más transciende en los viajes. Un abrazo

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