Guaviare, el secreto de Colombia

El departamento del Guaviare es salvaje. Salvaje en todos los sentidos. Ha ocupado multitud páginas en los periódicos por ser durante años la región cocatera por excelencia, feudo de la guerrilla de las FARC y de incursiones paramilitares. Zona roja entre las zonas rojas, un lugar donde el Estado llegaba poco más que en forma de avioneta para fumigar con glifosato (herbicida) los cultivos de coca y todo lo que hubiera a su paso. Fue en esta región donde estuvo secuestrada Ingrid Betancourt y otros cientos de personas durante más de 6 años y donde tantas historias de extorsión y muerte han ocurrido. Todavía hoy, cuando se menciona este departamento entre muchos de los colombianos que hemos conocido produce una intensa sensación de miedo y de recomendaciones para evitar visitarlo. A pesar de estos hechos, que realmente ocurrieron principalmente hasta el 2016 (cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en La Habana con las FARC), el departamento del Guaviare es salvaje en otros sentidos albergando la mayor reserva natural protegida de selva de Colombia y una de las mayores en el mundo: el parque nacional natural de la Serranía del Chiribiquete (de 4.3 millones de hectáreas protegidas), en la cual todavía viven hasta 4 tribus aisladas de cazadores y recolectores, que no quieren contacto con el mundo occidental: los “carijonas” y otras tribus como los “nukak”, que a pesar de haber sido contactados en 1988 -tristemente para ellos-, todavía siguen cazando con arcos y flechas y cerbatanas, principalmente monos, para su alimentación, como pudimos comprobar de primera mano. Ya antes de venir a Colombia, a Bea le llamó la atención esta región por sus selvas impenetrables y por el hecho de haberse hecho públicas en 2020 las espectaculares pinturas rupestres de 20.000 años de antigüedad, que ocupan miles de metros cuadrados de los tepuys de roca que sobresalen de sus selvas: algo sin precedentes en ningún otro lugar del mundo, ni siquiera en Kakadú en Australia, ni en Tsodilo Hills en Botsuana, ni mucho menos en las cuevas europeas.

Queríamos conocer el Guaviare, pero no sabíamos cómo. La oportunidad se nos brindó cuando escalando cerca de Bogotá conocimos a Juliana, una chica colombiana que había estado hace poco en el Guaviare y que nos dijo que conocía a un antropólogo español que vivía allí: Álex. Nos pasó su teléfono y nos dijo que era encantador. En ese momento supimos que, si había alguna puerta para conocer esta región, esa puerta se llama Álex. Le escribimos para comentarle nuestras inquietudes y sin pensárselo mucho nos invitó a ir y a que nos quedásemos en su casa el tiempo que quisiéramos. Poco más de una semana después nos recogía en su moto del aeropuerto de San José del Guaviare, la capital del departamento. Al momento sentimos buenas vibraciones y supimos que habíamos acertado. Nos llevó al puerto fluvial del gigantesco río Guaviare para disfrutar de un atardecer precioso, cerveza fresca en mano, que mejoró aún más cuando vimos a un par de delfines rosados, aquí conocidos como toninas, alimentándose a pocos metros de nosotros. Según supimos después, esto es algo muy extraño, que se acerquen tanto a una población humana como San José. Este tipo de delfines vive toda su vida en algunos de los cauces más salvajes de los ríos de la Amazonía. Para nosotros era la primera vez que los veíamos y no lo olvidaremos.

Delfines rosados, Guaviare
Atardecer en el río Guaviare

Álex, que como nos había anticipado Juliana es encantador, nos dejó su par de bicicletas, las cuales nos vinieron de maravilla para conocer por nuestros propios medios algunos de las joyas del Guaviare. La mañana siguiente decidimos probar nuestras piernas haciendo una ruta de unos 40km. Comenzamos visitando la Puerta de Orión, una impresionante formación rocosa en forma de ojo, que es el símbolo del departamento. Hace mucho sol, algo de por sí excelente tratándose de plena temporada de lluvias, en una zona donde las precipitaciones son bestiales, de 3.000-3.500 litros/m2 al año. Ese sol, la libertad de moverse en bicicleta de montaña entre una vegetación selvática y el hecho de estar en una zona con tanta historia reciente, hace que sintamos de nuevo el viento de la libertad, el viento que atrapa al viajero en esos lugares donde la palabra viajar alcanza una dimensión muy diferente a la de hacer turismo. Guiados por ese viento llegamos a Caño Sabana, un río muy particular que alberga una población de algas: la “macademia clavijera”, que florece únicamente en este río y en otro del departamento del Meta, Caño Cristales, volviendo sus aguas de un rosa inverosímil. Este río se encuentra dentro de una finca privada de muchos kilómetros cuadrados y hablando con sus guardeses nos cuentan que hace poco mataron al dueño. ¿Quién y por qué? Mejor no preguntar.

Puerta de Orión, Guaviare
Caño Sabana, con sus algas rosadas de Macademia Clavijera, Guaviare
Detalle de las algas de Caño Sabana, Guaviare

Para refrescarnos nos damos un chapuzón en el río antes de continuar nuestra ruta en bicicleta hasta la Laguna Negra, un antiguo meandro del río Guaviare, convertido en laguna. Vemos pasar varios helicópteros militares rumbo al sur, allí donde se encuentra la frontera de las deforestación y donde las disidencias de las FARC (aquellos que no se quisieron acogerse a los Acuerdos de Paz) siguen viviendo en campamentos. Hace un par de meses estos helicópteros acabaron con la vida de una docena de guerrilleros cerca de aquí, la mitad eran chicas de 15 años. Cuando se habla de niños soldados no hay que irse al Congo ni a Sudán del Sur.

Barrizal en temporada de lluvias para llegar a la Laguna Negra de Guaviare
Laguna Negra, un antiguo meandro convertido en laguna

Los tramos de selva se abren en claros muy recientes de varios miles de hectáreas donde pastan unas vacas que nunca deberían haber estado allí, prueba de ello, los troncos quemados de la antigua selva que jalonan los ahora pastos de hierba. La expresión inglesa “follow the money” -sigue el curso del dinero-, aplica muy bien aquí. Los grandes terratenientes abusando de su poder y del nulo control gubernamental destrozan la selva, buena parte de ella protegida bajo títulos como “Parque Nacional Natural” y “Reserva Indígena”. Particularmente, el expolio de terreno de selva de las reservas indígenas es a mi entender un auténtico genocidio, porque acaban de un plumazo con la forma de vida indígena, la caza y la recolección. Más aún, los terratenientes se molestan cuando los indígenas de la reserva cazan una de esas vacas que pastan en lo que antes era la selva de su reserva. Siguiendo el curso del dinero nos cuentan que las FARC, que todavía pastan a sus anchas a pocos kilómetros de donde nos encontramos, siguen extorsionando a cualquiera que tenga un negocio. Por cada vaca se tiene que pagar a esta guerrilla entre 10.000 y 20.000 pesos al año (entre 2.1-4.2 euros) y todo el mundo paga religiosamente, so pena de acabar muerto. Como se queja alguno, ahora que el Guaviare está algo más controlado por el Gobierno tienen que pagar por duplicado: a las FARC y al Estado.

Volviendo a las vacas, su presencia se justifica porque la calidad de la tierra amazónica, aunque pueda parecer lo contrario, es terriblemente pobre en nutrientes y únicamente permite la agricultura de la palma africana, para producir aceite de palma. La tierra amazónica aguanta muy pocas cosechas antes de agotarse. La única explicación que justifica que una tierra tan pobre albergue a una selva semejante está en el propio ecosistema. Las hojas caídas, animales, hongos y bacterias sirven de sustento para las plantas, que cierran a su vez el ciclo. Cortada la selva y con unas precipitaciones tan fuertes, el suelo se degrada muy rápido. Pero, y ¿quién se come tanta vaca? La carne vacuna colombiana es muy barata y grandes multinacionales con destino a la comida rápida en USA y al creciente mercado chino terminan por explicar el “follow the money”. Mientras haya lugares sin ley y haya mucho dinero para comprar, este círculo de cortar selva, cargarse comunidades indígenas, criar vacas, comprar la inacción estatal, mantener la guerrilla y comer a miles de kilómetros carne barata seguirá tristemente existiendo.

Finalmente llegamos a la Laguna Negra, hogar de varias familias de monos aulladores que nos reciben con gran algarabía. Esa misma noche, como el resto que seguirán, compartiremos la cena con Álex en su porche y nos terminará de explicar nuestras curiosidades de esta zona.

Los monos constituyen un componente fundamental en la dieta del pueblo Nukak, uno de los últimos pueblos nómadas del siglo XXI, Guaviare

Al día siguiente teníamos intención de conocer las pinturas rupestres de Nueva Tolima, echando las bicicletas en el único 4×4 que pasa cerca de la entrada a las pinturas y que supuestamente hace la ruta hasta Colinas, un pueblo de antiguos guerrilleros de las FARC -desmovilizados como se les conoce en Colombia-, acogidos al Acuerdo de Paz. La ruta de ida y vuelta hasta esas pinturas en bicicleta es larga y por ello planteamos ir en 4×4 y volver pedaleando. Madrugamos mucho y sobre las 5am nos encontramos en el mercado de San José, desde donde supuestamente sale ese 4×4 temprano en la mañana. El lugar está desierto y nada hace pensar que en breve saldrá ningún vehículo del lugar. Me pongo a hablar con el único tendero tan madrugador del mercado y nos asegura que ese 4×4 sale al mediodía. Si algo hemos aprendido en Colombia es que la gente no se aprovecha de los viajeros y que cuando dicen que no sale hasta el mediodía, no saldrá hasta el mediodía: algo que no ocurre en el resto del mundo, especialmente en las zonas turísticas donde para los taxistas nunca existe un autobús que haga la ruta. Tras charlar un rato con él me da buenas sensaciones y le pregunto si conoce a alguien con un 4×4. Él mismo tiene uno para cargar las verduras del puesto y compatibiliza su trabajo en el mercado con cubrir un día a la semana la terrible ruta hasta Cachicamo, un pueblo completamente controlado por la guerrilla: zona roja en 2021. Le pregunto si tiene el día liado y le ofrezco 40 euros por disponer de sus servicios de chófer y su 4×4 durante todo el día. Bea, que me espera fuera del mercado con las bicicletas y no sabe por qué le hago esperar, no se imagina que ese día acabará resultando  uno de los más inolvidables del viaje. El tendero, R. (en iniciales por no comprometerle) , llega en un par de minutos con un 4×4 tremendo y sustituimos el plan inicial de las pinturas de Nueva Tolima por conocer uno de los platos fuertes del Guaviare, las pinturas de Cerro Azul: 1200 metros cuadrados de pinturas espectaculares ubicadas a 45km de San José por un camino de tierra, que en época de lluvias como es ahora se encuentra completamente impracticable para un vehículo que no disponga de reductora. Tras dos horas de puro barrizal llegamos a la entrada del Cerro Azul, un tepuy que se levanta prominente sobre la selva. Para conocer estas pinturas hace falta contratar los servicios de un guía local, para que nadie pueda vandalizar semejante patrimonio. G. (en iniciales por no comprometerle), una mujer de unos 40 años será nuestra guía, quien durante el recorrido de 4 horas nos hablará de las curiosidades de los árboles de la selva que iremos atravesando, de las pinturas rupestres y de la vida en esta zona.

Las nubes descargan su furia sobre nosotros mientras nos explica las utilidades de un árbol que es analgésico. A diferencia de otros lugares, aquí la lluvia está templada y la sensación de estar en medio de la selva, completamente calado y dándote igual seguir mojándote mientras escuchas hablar sobre un árbol es indescriptible. En pocos minutos el suelo tiene varios dedos de agua y caminamos chapoteando entre una variedad tremenda de palmeras. Poco a poco vamos ganando altura hasta tocar la roca, la cual sobresale en su parte superior protegiéndonos de la lluvia torrencial. Es aquí donde G. nos invita a cerrar los ojos y caminar despacio tocando la pared rocosa hasta un punto en el que nos dice que los abramos. Delante nuestro tenemos el Panel Principal del Cerro Azul, un muro de unos 10 metros de largo por 6 metros de ancho completamente pintado, que nos sobrecoge. La parte inferior del panel está completamente pintada de rojo y conforme va ganando altura, docenas de manos humanas van saliendo de ese inframundo rojo. Las manos van dando lugar a multitud de animales, algunos de ellos pertenecientes a la mega-fauna extinta como el perezoso gigante, escenas de caza, formas geométricas que pudieran parecer pequeñas plantaciones. Sin ser un experto en interpretación de estas pinturas, el ver tantas manos pintadas en la roca pienso en la conexión que tenían estos pobladores de cazadores-recolectores con estas montañas, como si a través de esta conexión tocando estas rocas con sus propias manos pudieran pedir por una mejor caza y recolección.

El tepuy de Cerro Azul, Guaviare
Pinturas rupestres de Cerro Azul, Guaviare
Conexión con la montaña, pinturas rupestres de Cerro Azul, la «Capilla Sixtina» del Amazonas
Más de 1200 metros cuadrados de pinturas conforman el yacimiento de Cerro Azul, Guaviare

La lluvia torrencial nos abandona y el cielo azul se abre ante nosotros mientras seguimos recorriendo los abrigos de este cerro, llenos de pinturas por todas partes. Atravesamos una cueva de unos 300-400m de largo con muchos murciélagos antes de llegar a los pisos superiores de este tepuy, donde un fabuloso mirador nos ofrece las vistas de la selva, todavía sin alterar. Con estas vistas G. nos cuenta como las avionetas de glifosato fumigaban los cultivos de su familia y que incluso este veneno tocaba su piel y de cómo hasta hace pocos años todo el mundo se dedicaba a producir cocaína. Concretamente nos habla de que hacen falta unas 50 arrobas de hoja de coca para producir un kilo de cocaína, es decir unos 625 kilos de hojas por kilo de cocaína y que una hectárea de lo que antes era selva es capaz de producir entre 2 y 3 kilos de cocaína por año, a un precio de unos 520 euros por kilo. Cuando le digo que en USA y Europa el kilo vale entre 50.000 y 100.000 euros (más el beneficio adicional de cortarla con otros productos) sonríe como aquel que sabe que es el eslabón más débil de la cadena. Viendo el precio que tiene en los lugares donde se consume y el precio que pagan a los productores es fácil entender la complejidad que tiene acabar con el mundo del narcotráfico.

La selva amazónica desde la cima del tepuy de Cerro Azul
Palmas caminantes, en lugar de tener un único tronco estas palmas tienen múltiples troncos
Con las espinas de esta palmera los indígenas hacen algunas de sus herramientas

Cuando pensábamos que este mirador sería el final del recorrido, continuamos por otro abrigo en el que el panel puede medir unos 150 metros de largo por 5 metros de ancho, unas proporciones gigantes y cuyas pinturas debieron de realizarse durante muchísimas generaciones. En las pinturas encontradas en pleno Chiribiquete,  muy similares a las que nos ocupan en Cerro Azul, se han encontrado obras de 20.000 años (las cuales están a punto de cambiar la historia de poblamiento de América) y otras realizadas en los últimos años, prueba de que las poblaciones de cazadores y recolectores que todavía habitan en esta selva mantienen la misma cultura y mantienen la misma selva. Casi con lágrimas en los ojos de ver una manifestación artística tan antigua y bestial, que nos traslada a un mundo que fue y que sigue siendo posible en el interior de esta selva por las tribus no contactadas de los “carijona”, sin alterar en absoluto el entorno durante 20.000 años, retrocedemos hacia nuestra realidad, donde nuestro improvisado chófer R. nos espera.

Pinturas de Cerro Azul, sin comentarios

En lugar de retroceder sobre nuestros pasos aprovechamos a hacer una ruta circular y así visitar el objetivo inicial del día: las pinturas rupestres de Nueva Tolima. Llegamos a la entrada de las pinturas y no hay nadie que controle la taquilla a la vista, está diluviando y hemos subido al 4×4 a una madre y a su hijo, en la que probablemente fuese su única oportunidad de pillar un transporte ese día en una zona especialmente rural.  La lluvia torrencial vuelve a la carga y mientras los tres nos esperan nos disponemos a conocer estas pinturas solos y completamente calados. A diferencia de Cerro Azul, Nuevo Tolima alberga un único panel, pero de gran altura y con pinturas de gran nitidez y calidad. Regresamos al coche, una vez más, con una sonrisa en la cara.

Tepuy de Nuevo Tolima
Yacimiento de Nuevo Tolima
Panel del yacimiento de Nuevo Tolima, Guaviare

R. nos cuenta el precio de tener un par de negocios en el Guaviare, algo totalmente trasladable a otras regiones operadas por las guerrillas y los grupos criminales en este país. Este año recibió la visita de un emisario de las FARC para el pago de la llamada “vacuna”, la extorsión que pagan cada año para librarse de una “enfermedad” peor, la de que acaben con su negocio o su vida. Le tocó entrar en zona roja, en un viaje de dos días en embarcaciones por los ríos hasta el campamento guerrillero. Allí le hicieron esperar otros tres días más y cuando estaba harto de esperar al jefe financiero de la guerrilla y amenazó con marcharse si no le atendían, le respondieron que podía marcharse, pero que le enterrarían allí mismo. Finalmente entró en una negociación por la que le pedían 4.000 euros al año por su negocio del puesto del mercado, más aparte otra “vacuna” por operar un día a la semana el 4×4. Según nos cuenta R. el propio jefe financiero tenía fotos de su negocio en su móvil, lo que muestra la tremenda red de contactos que mueven estas organizaciones. Tras una negociación en la que el propio Ricardo se negó a pagar semejante cuantía por un negocio tan pequeño, acabaron cerrando el trato en unos 1.000 euros al año por dejarle tranquilo en su puesto del mercado (durante un año).  Si trasladas esto mismo a todos los negocios de una región y se suma lo que obtienen del narcotráfico, el espíritu revolucionario y marxista de estas guerrillas es cuanto menos “poético”.

Por las noches completamos lo vivido durante el día hablando con Álex y leyendo el libro que me ha prestado acerca de la conquista en los años 60 y 70 de algunos de los últimos territorios vírgenes de la Amazonía, -de título “Perdido en el Amazonas”-, sobre la época conocida como del expolio de las pieles. Algunos comerciantes sin muchos escrúpulos endeudaban a la población indígena “regalándole” quincallería, objetos de muy poco valor como metales y telas defectuosas, por las cuales adquirían una deuda con el comerciante que pagaban con las pieles de los jaguares y tigrillos, llevando al borde de la extinción a estos animales. Antes de la época de las pieles, entre finales del siglo XIX y principios del XX la misma población indígena sufriría la época del caucho, mucho más triste y bárbara que la anterior y por la que perdieron las extremidades y la vida multitud de indígenas, generándose un auténtico genocidio en estas poblaciones aisladas. Algo similar a lo acontecido en el Congo belga, pero en tierras colombianas.

Al día siguiente cogemos de nuevo la bicicleta para conocer los túneles naturales de roca en la ruta que lleva a Nueva Tolima. Mientras comemos a la sombra de un cobijo de roca descubrimos que la misma roca tiene también multitud de pinturas rupestres con escenas de caza. Tras darnos un chapuzón en un río de aguas cristalinas nos dirigimos a otro entorno conocido como Pozos Naturales, en la que un río de aguas tostadas circula encañonado en la roca formando unas pozas circulares que nos recuerdan un poco a las Gachas de Guadalupe que conocimos en el departamento de Santander. Pasamos el resto del día zambulléndonos en sus aguas antes de regresar pedaleando a casa de Álex. En el camino vemos por primera vez un armadillo, que nos alegra aun más otro día fabuloso.

Pedaleando el Guaviare, gracias Álex por prestarnos las bicis
Bea en el laberinto de Túneles Naturales
Túneles naturales, San José del Guaviare
Erosión caprichosa llegando a Túneles Naturales
Aguas tostadas de Pozos Naturales
Pozos Naturales, San José del Guaviare

En el que será nuestra última jornada en el Guaviare decidimos conocer la laguna de la María, una laguna de gran tamaño a pocos kilómetros en bicicleta de San José. Para llegar a la laguna hemos visto que existe una ruta que atraviesa el resguardo indígena de la María, uno de esos reductos a los que el Gobierno ha decidido enviar a la población indígena, una vez sus tierras han sido reventadas y apropiadas por otros. Los niños pequeños corren desnudos entre las cabañas, algunas con arcos y flechas y con animales recién cazados, entre ellos un oso hormiguero, que servirá de comida para ese día. A la laguna de la María no conseguimos llegar porque las fuertes lluvias han hecho subir el nivel del agua anegando todo a su paso, pero disfrutamos del paseo y de haber conocido gracias a eso la reserva indígena. Regresamos de vuelta a San José donde aprovechamos el diluvio que cae por la tarde para sedimentar buena parte de las vivencias de los últimos días, sin ninguna duda lo más impactante de los últimos dos meses largos por Colombia. Casi quince días después todavía seguimos impactados por la diversidad de esta región ¡Gracias Álex por habernos abierto las puertas!

Palafitos, las viviendas para aguantar las subidas del río Guaviare
Con Álex en San José del Guaviare

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