Vagabundos por Europa

Es difícil poner un punto final cuando se esperan más puntos suspensivos.

Cuando dejamos Estambul sabemos que esta parte del viaje será diferente al resto. Por primera vez iremos restando kilómetros, en lugar de sumar, al mismo tiempo que exotismo y pureza. Los últimos trayectos de Turquía nos recuerdan los momentos dulces de nuestro paso por este país, que abraza lo mejor de Asia y Europa. Los hacemos, cómo no, en autostop, en compañía de varios conductores que nos acercan hasta la mismísima frontera con Grecia, esa frontera que tantísimos refugiados y migrantes sueñan con alcanzar y cruzar. Una larga fila de cientos de vehículos con matrículas de la Unión Europea espera su turno para pasar, mientras los adelantamos caminando tranquilamente por la cuneta. Solo un puente de apenas 50 metros divide estos dos mundos custodiados por las banderas turca y griega. Varios militares armados nos dan el alto al vernos caminar en dirección al puente. Nos informan de que no podemos cruzar a pie. – ¿Y en bicicleta?, preguntamos. – Sí, en bicicleta podéis. – ¿Qué ocurre si corremos tan rápidos como una bicicleta? No recibimos respuesta alguna, pero mejor no intentarlo.

Hemos recorrido África de sur a norte y hemos llegado hasta la frontera de China a dedo y, ¿no vamos a ser capaces de cruzar un puente de 50 metros? En compañía de los militares vamos preguntando a los conductores de los vehículos de Alemania, Bélgica, Francia e Italia, que aguardan su turno para cruzar, si nos pueden hacer el favor de llevarnos durante los 50 metros del puente. Suena cómico, pero todo el mundo baja la cabeza. Finalmente, el conductor griego de un camión nos abre la puerta para hacer el trayecto en autostop más corto de nuestro viaje. Nada más cruzar el puesto de control en Grecia buscamos el primer campo de trigo cosechado para plantar nuestra tienda de campaña. Está atardeciendo y una nube de mosquitos tigre se ceba con nosotros. Poco después nos cae una buena tormenta veraniega. Ya estamos en Europa. Ya podemos respirar tranquilos.

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Recién entrados a Grecia tras el incidente de cruzar el puente-frontera con Turquía

Los días siguientes serán una cura de humildad para dos defensores del autostop como modo de viaje. Este estilo es increíblemente placentero en países como Uruguay, Sudán, Chile, Turquía, Armenia, Uzbekistán, Kirguistán y Kazajstán, pero puede llegar a ser demoledor para la autoestima en otros países como, por ejemplo, Grecia e Italia. Las esperas ascienden de los pocos minutos a las más de dos horas para que alguien se interese por nosotros, que además lo suele hacer por lástima. En apenas una jornada pasamos de ser viajeros interesantes a vagabundos con mochila. El último trayecto del día lo hacemos con un alemán que lleva conduciendo ininterrumpidamente 30 horas y decide llevarnos, básicamente, por no quedarse dormido al volante. Esa noche dormiremos en un tramo de carretera abandonado bajo una fina lluvia que nos anuncia el fin del verano.

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A pocos kilómetros de Tesalonica, un trayecto que nos costó varias horas

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Acampando en una carretera abandonada tras el último trayecto del día con un alemán que llevaba 30 horas de conducción continua

Si el primer día tuvimos que esperar mucho, parecía que cuanto más nos adentrábamos en Grecia más nos tocaría esperar. El segundo día batimos nuestro récord personal al esperar durante 7 horas a que alguien nos llevase, para finalmente recorrer 10 kilómetros, que, como mucho, nos hubiese costado hacer caminando 2.5 horas. Poco después, nuestra suerte cambia y un par de chicos muy simpáticos, uno de ellos cantante de un grupo de punk, paran ante nuestra mirada incrédula. Nos llevarán durante 150 kilómetros hasta la ciudad de Ioánina, una ciudad agradable con su lago, desde la cual llegaremos a la frontera de Albania de Kakavia. Alcanzamos esta frontera cuando apenas quedan 30 minutos de luz, lo justo para buscar un sitio tranquilo para montar nuestra tienda de campaña en unos aparcamientos abandonados.

Nuestra primera parada en Albania la hacemos en Jirocastra, una ciudad interesante custodiada por un castillo impresionante con búnkeres subterráneos. Muy cerca de Jirocastra se encuentra Lazarat, un pueblo que hace dos años tuvo la mayor plantación de mariguana ilegal de Europa y de la que vivía buena parte de la región, “incluso” sus dirigentes. Desde Jirocastra nos dirigimos a la costa en Ksamil, el comienzo de la Riviera Albanesa. Mientras nos tomamos una cerveza fresca y nos conectamos al wifi del bar nos enteramos de que nuestro sobrino Martín nació hace dos días. Con las vistas de la isla griega de Corfú y las aguas transparentes y turquesas de la costa de Ksamil, buscamos un sitio para acampar en un campo de olivos que llega hasta el mar. Desde la distancia nos acordamos especialmente de la familia a la que veremos ya en breve.

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Castillo de Jirocastra, nuestra primera parada en Albania, país que visitamos por segunda vez en tres años

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Calles empedradas de Jirocastra, turismo con mochila de 12 kilos

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El búnker de Jirocastra nos translada a tiempos pasados

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Arquitectura del interior rural de Albania

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Playa de Ksamil en el extremo oriental albano

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Atardecer con la isla de Corfú al fondo

El día siguiente recorreremos la costa haciendo autostop y parando en algunas calas para refrescarnos del sol inclemente de finales de agosto. Una multitud de italianos busca en esta Riviera su lugar de vacaciones, aprovechando la comodidad de los ferry diarios en verano que conectan Ancona y Bari con Albania. El último de los trayectos de esa tarde lo haremos con Kostas, quien se dirige al mismo pueblo que nosotros, Dhermi. A pesar de ser un trayecto de pocos kilómetros, desde el primer momento hay sintonía y vamos juntos a darnos un baño en una playa espectacular, la playa de Dhrale, cerca de su pueblo. Esa noche nos invitará a cenar y a dormir en su casa. Kostas es músico y profesor y un excelente conversador, así que nos lo pasamos de maravilla charlando con él. A la mañana siguiente nos hará el favor de acercarnos un trayecto de carretera en la dirección de la capital, Tirana. Cuando nos despedimos de él, sabemos que nos quedarán pocas oportunidades como esta de conectar con la gente, ya que conforme nos dirigimos al oeste, la gente se irá volviendo cada vez más desconfiada, una variable, la de la confianza, inversamente proporcional a los bienes materiales. Poco después, mientras caminamos por una carretera sin arcén buscando un ensanche para hacer autostop, un coche se pone a la par nuestra y nos invita a llevarnos a la capital. El conductor, un albano de 19 años que se dedica a la jardinería, no duda en hacerse selfis con nosotros mientras conduce a 190 km/h. Me pregunto a qué jardinería se dedicará para tener semejante coche con 19 años, una pregunta que me haré docenas de veces en este país. Él mismo se encarga de dejarnos en un lugar excelente de la capital para continuar hacia el norte del país. Ya estuvimos hace tres años en Tirana y esta vez la dejaremos pasar.

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Cala de camino a Porto Palermo, Albania

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Con Kostas a quien acabábamos de conocer haciendo autostop

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Búnker en la playa de Dhermi. Albania es uno de los países donde más búnkers te puedes encontrar

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Playa de Dhrale aguas transparentes y piedras esféricas enormes por fondo, cercana a Dhermi (Albania)

El siguiente trayecto será el más extraño de cuantos hagamos en Albania. Cuando para el vehículo, la primera pregunta que nos hace es si somos buenas personas. Parece que nuestra respuesta le convence y, casualidades de la vida, se dirige al mismo pueblo de dos casas en el lago Koman, al norte de Albania, al que vamos. Nos dice que nunca ha llevado a nadie así y que le dimos una buena impresión durante el segundo que nos vio con el pulgar al aire. Conforme hablamos con él verificamos que está como una auténtica regadera. Esa noche nos dejará acampar en su bar a apenas un metro de la barra, pero, eso sí, con vistas al lago.

A la mañana siguiente tomaremos la primera embarcación que nos lleve a Fierze a lo largo del inmenso lago – que en verdad es un embalse y no un lago como lo llaman -, a 3 horas y media de viaje en barco del pueblito de Koman. Durante el trayecto conocemos a Ricardo y Ana, de Barcelona, los cuales tienen un plan similar al nuestro, el de llegar al pueblo de Valbone para hacer la caminata de montaña hasta Theth. Ricardo ha trabajado para las fuerzas especiales del ejército español y nos explica el entrenamiento que llevaba y las misiones que llevó a cabo. Son estas historias tan diferentes cada día, las que hacen de viajar una experiencia similar a leer un libro escrito por un majara. Esa noche plantaremos la tienda en una pradera preciosa con vistas a los Alpes Albaneses, un sistema calcáreo que puede recordar a Picos de Europa por su belleza. Comprobamos que el circuito de ruta en barco por el pantano Koman, combinado con la caminata de Valbone a Theth es terriblemente popular y coincidimos con cientos de personas en la misma ruta. Cuando llegamos a Theth damos con bastante fortuna con un vehículo que se ofrece a llevarnos a Koplik, ahorrándonos el impuesto revolucionario que los taxistas han empezado a cobrar a tantísimo turista.

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Crucero por el lago Koman desde Koman hasta Fierze, Albania

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En el tramo más estrecho del crucero en el lago Koman rumbo a Fierze

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Primer tramo de la travesía de montaña entre Valbona y Theth

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Acampada libre cerca de Valbona

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Llegando al collado en la travesía de Valbona a Theth en los Alpes Albaneses

Mientras compramos algo de comer en Koplik, la localidad anterior a la frontera de Montenegro, preguntamos a la tendera si sabe de algún lugar donde podamos plantar la tienda de campaña para pasar la noche. Ella misma nos ofrece que acampemos en el edificio que está construyendo su familia y nos preparará la cena y un desayuno fuerte para comenzar el día siguiente. Son estos momentos y estas personas las que hacen de Albania un país muy interesante para el viajero y un reducto de hospitalidad en esta zona mediterránea.

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Con la familia que nos acogió en Koplik, nuestra última parada en Albania

A la mañana siguiente cruzaremos a Montenegro, donde pasaremos el día en Podgorica, a nuestro parecer, la capital más anodina y aburrida de Europa. Nuestra idea es recorrer la costa desde su extremo oriental en Ulcinj hasta el límite con Croacia. Pronto nos damos cuenta de que la costa en Montenegro no es como la de su vecina Albania, esta última mucho más transparente, limpia y accesible al baño. Pero, conforme nos dirigimos al oeste, la costa mejora significativamente en cuanto a la belleza de los pueblos y estado del agua. Nos sorprende la belleza de la pequeña península de Sveti Stefan, hoy un hotel de súper lujo. En lugar de ese hotel, nosotros elegimos para pasar la noche el aparcamiento de una ermita en lo alto de los acantilados, con vistas mucho más espectaculares. Cerca de este lugar se encuentra la pequeña playa de Przno, un pequeño puerto de pescadores con aguas muy tranquilas.

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Península de Sveti Stefan, hoy un hotel de súper lujo

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Vistas desde nuestro lugar elegido para dormir, con la península de Sveti Stefan debajo

Desde Przno, las urbanizaciones se solapan hasta los albores de la preciosa ciudad de Kotor, en la cual nos sorprende su castillo excelentemente conservado y su núcleo urbano, que, visitándolo a primera hora del día, conserva una magia que perderá cuando lleguen los primeros autobuses y cruceros de turistas. Para nosotros, el tramo de costa entre Kotor y Herceg Novi es claramente el más interesante del país. A lo largo de este recorrido paramos a darnos varios chapuzones en las cristalinas aguas de esta bahía y en el pueblo de postal de Perast, de estilo veneciano.

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Bahía de Kotor, Montenegro

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Perast, uno de los pueblos más interesantes de la costa montenegrina

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Perast, uno de los pueblos más interesantes de la costa montenegrina

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Bea en Herceg Novi en el extremo occidental de Montenegro

No queremos marcharnos de Montenegro sin conocer su interior montañoso, hogar del parque nacional de Durmitor, el cual figuraba en nuestra lista de deseos desde hacía años. Este parque alberga una infinidad de senderos y paredes de caliza con un paisaje que personalmente me recordó a las tierras de Alaska, por sus montañas agudas, sus cabañas de madera, sus bosques de coníferas y sus lagos de postal. Desde la localidad de Zabljak se pueden organizar excursiones como la ruta circular alrededor de Durmitor, muy popular para hacerla en bicicleta o para conocer el cañón del río Tara, el cual es especialmente bello desde el puente de Budecevica.

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Lago Negro de Zabljak en pleno parque de Durmitor, Montenegro

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Paisajes de Durmitor desde el pueblito de Podgora, Montenegro

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Rumbo al barranco del río Tara, Montenegro

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Amanecer en el parque nacional de Durmitor

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Barranco del río Tara, Montenegro

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El río Tara y sus aguas cristalinas

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Pliegues de Durmitor, Montenegro

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Preparando la comida con nuestros nuevos amigos en Durmitor

Desde las montañas de Durmitor continuamos nuestro camino atravesando un pedacito de Bosnia, en Trevinje, un pueblo encantador dibujado alrededor de un río de aguas transparentes. Aquí pasaremos la noche en una habitación, la primera y única noche que pagaremos en nuestra ruta desde Estambul hasta casa. A la mañana siguiente nos encontramos con los primeros autostopistas que vemos en Europa: un par de franceses que no dudan en poner un cartel con el nombre de “France”. Nos encanta el optimismo de los viajeros franceses que viajan por libre.

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Casas de Trevinje, un pueblo precioso de Bosnia

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Trevinje, un pueblo muy relajado y bello de Bosnia

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Puente medieval de Trevinje

Nosotros optamos por un cartel que indique Dubrovnik, a apenas 25 km del lugar. Nos acerca un albano con el que no nos podemos comunicar ni una sola palabra, pero que se siente como si estuviera en su deber de ayudarnos. Si Kotor es una ciudad bella y turística, Dubrovnik lo es al cuadrado. Por primera vez nos sentimos más perdidos que un pato en el Manzanares al caminar entre tanto turista recién duchado y tanto Instagramer, que se fotografía como si estuviera descubriendo una ciudad perdida. Sin embargo, practicando un ejercicio de abstracción profunda, Dubrovnik con mochila de 12 kilos a la espalda nos consigue cautivar. Creo que no hemos conocido una ciudad similar en el Mediterráneo. Tras los paseos de rigor por sus callejuelas empinadas, a cada cual más pictórica, buscamos una, o, mejor dicho, la playa de la ciudad, para darnos un chapuzón. En la montaña, en la playa y en los cementerios poco importan las diferencias sociales y el dinero; todos estamos al mismo nivel. Sin embargo, a la hora de dormir, la cosa cambia. Viendo el precio de los alojamientos en la ciudad tomamos la decisión de vivaquear en el suelo de un aparcamiento de autobuses. El olor a meados nos recuerda que viajar en este estilo en Europa no es tan divertido como en otros lugares, pero, sin duda es una lección de vida a la hora de entender cómo sobreviven las personas sin hogar. No nos queremos imaginar lo duro que tiene que ser tener que vivir así en invierno.

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Autostop en Trevinje rumbo a Dubrovnik

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Puerto de Dubrovnik, Croacia

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Callejuelas empinadas de Dubrovnik, Croacia

Desde Dubrovnik continuamos el recorrido hasta Split, la ciudad del Palacio de Diocleciano y del templo de Júpiter. Desde aquí tomaremos un ferry nocturno hasta la ciudad italiana de Ancona. Buscamos un pasillo tranquilo del ferry para hinchar nuestras colchonetas, que acabará resultando mejor que un camarote de primera clase. Ancona nos recibe como cualquier ciudad italiana: con una arquitectura solemne, clásica y preciosa. En esta ciudad aprovechamos a tirar nuestras ropas viejas del viaje y a comprar otras nuevas, como un proceso de metamorfosis para la inminente llegada a casa. Siempre me hubiera imaginado que lo habríamos hecho quemándola en una hoguera y que al lanzar la ropa trotada hubieran salido llamas rojizas con la forma del continente africano. Pero Ancona no era el lugar para comprobarlo. Cerca de la ciudad vemos las primeras señales de “Prohibido hacer autostop”, la tónica general del que es el país más complicado de Europa para viajar en este estilo. Nos acordamos de Cristián, mitad argentino y mitad italiano, pero más madrileño que los callos. Él es el autoestopista más puro que hemos conocido, quien nos reconoció que tuvo que hacer el trayecto entre Milán y Eslovenia ¡caminando!, al no conseguir que nadie lo llevase. Nosotros renunciamos a esta opción, ya que, de ser así, llegaríamos cuando nuestro sobrino Martín nos llamase por nuestro nombre.

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Leon del palacio de Diocleciano de Split, Croacia

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Recién llegados a Ancona (Italia) en el ferry desde Split (Croacia)

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Recibimiento italiano donde especifican claramente que está prohibido hacer autostop

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Con los padres de Luca, nuestro anfitrión en Ancona

Nos alquilamos un vehículo para conocer San Marino, un país independiente tan pequeño como desconocido, que se puede visitar perfectamente en medio día y sin estresarse. Nosotros aprovechamos a dormir en su Parque Natural, un parque del tamaño de un campo de fútbol, que en cualquier otro lugar del mundo lo hubiesen llamado como “esos arbustos de ahí”.

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Castillo de San Marino, Torre del Montale

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Vistas del castillo de San Marino

Dejamos San Marino para regresar a Ancona, donde a última hora conseguimos que un chico, Luca, nos hospede en su casa a través de “couchsurfing”. Plantamos nuestra tienda de campaña en su jardín y la madre de Luca nos prepara una típica cena italiana. A la mañana siguiente tomaremos un autobús que nos lleve hasta Génova. Paseando por el centro de Génova comprobamos cómo ha cambiado el ambiente del centro, el cual nos parece a todas luces peligroso para pernoctar por la noche. A estas alturas del viaje, el olfato es el sentido que tenemos más desarrollado y existen ciertas señales que es mejor respetar. Por esta razón, buscamos alguna calle que suba hacia la montaña. Cargados con las mochilas se nos hace de noche sin encontrar ningún lugar llano hasta que, de pronto, vemos una autocaravana aparcada en un aparcamiento oscuro. ¡Salvados! Allí plantaremos nuestra tienda de campaña hasta que al día siguiente tomemos otro autobús hasta Barcelona, a la que llegaremos bien entrada la noche. En la Ciudad Condal elegimos un banco de la estación de autobuses para dormir, el cual, con tanto cansancio acumulado nos resulta más cómodo que una cama.

Al día siguiente, en cuatro trayectos diferentes, el último de ellos, de casualidad, en compañía de un amigo de Bea, llegaremos de sorpresa a Logroño. Las caras de nuestros padres y abuela al vernos quedarán para siempre en nuestro recuerdo.

Nuestro sueño se ha hecho realidad gracias a la máxima de Cervantes, “como no sabían que era imposible, lo hicieron”. Sin duda, vivir esta experiencia ha sido mucho mejor que soñarla. Cuando se cumple un sueño aparece un vacío hasta que se vuelve a soñar. Todavía, dos meses después de aquello, estamos en ese proceso de qué vendrá después.

¡Gracias a todos los que habéis hecho posible esta historia!

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