Estas últimas semanas hemos asistido a una pandemia de miedo sin precedentes propagada como la pólvora por unos medios de comunicación infectados de pánico a lo desconocido. El coronavirus, la gripe A y la enfermedad de las vacas locas han sido las denominaciones de origen miedo más clásicas de los últimos tiempos en Occidente.
Durante los meses que llevamos en casa después del regreso de nuestro periplo por Sudamérica, África, Asia Central y Europa hemos visualizado como turistas cómo se vive en general en España. Aunque hayamos pasado la mayor parte de nuestras vidas en este país, el hecho de haber sentido otras formas de vida nos ha permitido hacer de observadores un poco más críticos de lo conocido. Por eso, a raíz de lo acontecido con el coronavirus nos ha llamado mucho la atención la preocupación de tanta gente acerca de este nuevo visitante, mientras se lleva cabalgando tantos años con vidas, que en muchos casos carecen de sentido, motivación y un poquito de riesgo. Muchas son las veces que hemos escuchado lo mucho que apasionaría asumir un poco de inseguridad para hacer una pequeña “locura”, ya sea montar una empresa, hacer un viaje o irse a vivir a un pueblo de la sierra, ante lo que viene el: “cuando me jubile”. ¿Acaso dejar estas cosas para un futuro incierto no es más arriesgado que esta enfermedad? Personalmente creo que esta pandemia de miedo responde a la necesidad de dotar de alguna incertidumbre a las vidas tan prefijadas y rutinarias de nuestro estilo de sociedad.
Ya sea como amortiguación del regreso, o como vacaciones de observadores de lo conocido -ya que es una actividad muy exigente-, un mes después de pisar suelo español decidimos hacer un viaje para conocer un par de países del Golfo: Omán y los Emiratos Árabes Unidos.
Esta vez cambiamos el estilo de viaje mochilero por alquilar un vehículo que nos sirva para recorrer las extensiones interminables de desierto, a la vez que de alojamiento gratis abatiendo los asientos en las lujosas ciudades del Golfo. Sin ninguna duda creemos que este estilo de viaje acabó resultando el más idóneo y económico para recorrer estos países si se dispone de 3 semanas de tiempo, dado que los transportes públicos son prácticamente inexistentes y el autostop, aunque fácil en Omán, no lo es en las ciudades de los Emiratos.
Aterrizamos en el aeropuerto de Dubai a las 2 de la mañana y con una temperatura de 30ºC circunvalamos a pie los 6km hasta la terminal opuesta del aeropuerto, dado que habíamos visto que un autobús de la compañía Mwasalat pasaba por la misma dos veces al día para hacer el recorrido hasta Muscat, la capital de Omán. Este recorrido a pie a esas horas solo puede ser comprendido como una declaración de estilo de viaje, más aun, sabiendo que el ahorro fue de unos pocos euros. La decisión de volar a Dubai y cruzar a Omán es la más acertada desde el punto de vista económico: el vuelo suele ser notablemente más barato a Dubai, los ciudadanos españoles no pagamos visado de entrada a Omán si se entra y se sale por la misma frontera terrestre por la que cruza el bus (solo sirve una vez y es recomendable llevar impresa la página donde así lo indica el gobierno de Omán, ya que algún funcionario lo desconoce) y, por otra parte, si se alquila vehículo en los Emiratos y se cruza a Omán se debe pagar un costoso seguro y tasas a la compañía de alquiler. Además, el autobús para en el aeropuerto internacional de Muscat, desde donde alquilaremos y devolveremos nuestro vehículo, que usaremos únicamente en Omán. Cargados con estos argumentos esperamos al autobús en la terminal del aeropuerto de Dubai. Después de varias horas comprendemos que el bus no pasará, ya que al parecer el conductor a veces se salta las paradas y que nos tocará esperar casi 7 horas hasta el siguiente. Esta vez lo aguardaremos en la cercana estación de autobuses de Abu Hail, desde donde parten. Tras un primer día condenado por el cansancio, el despiste del conductor del autobús por no parar donde debía y por las casi 9 horas de trayecto, alquilamos el vehículo en el aeropuerto de Muscat y conducimos una hora hasta caer vencidos por el sueño.
Al día siguiente, hacemos las gestiones propias del viaje: conseguir dinero nacional, aprovisionarnos de comida y agua (ya que cocinaremos a diario con nuestro hornillo multifuel de gasolina) y conseguir una tarjeta SIM para poder tener internet. Tras estos trámites, visitamos el concurrido mercado de Ibra, un poco insípido en colores y olores. Unos omaníes nos invitan a tomar café y dátiles con ellos bajo una sombra. Les confesamos nuestras impresiones del que lleva apenas una mañana en el país y prácticamente no ha visto a sus ciudadanos originarios por las calles sino a multitud de indios y bangladesís. Nos explican que hay muchos trabajos que están mal vistos para los omaníes y que prefieren contratar mano de obra barata de esos países. Ya conocimos esta tradición en el archipiélago de Zanzíbar, todavía con una fuerte influencia de Omán y desde el que salieron decenas de miles de africanos traficados por omaníes en siglos pasados.
Desde Ibra nos dirigimos al campo de dunas de Wahiba Sands, donde pronto nos damos cuenta de que con nuestro vehículo utilitario difícilmente podremos surfear las dunas. Tras un paseo bajo un sol abrasador buscamos el oasis de Wadi Bani Khalid, donde nos damos un merecido chapuzón. Vale la pena saber que las costumbres en esta región del planeta son muy conservadoras en cuando a vestimenta de baño, pero hacen la vista gorda con los visitantes que nos apartemos un poco de su vista cuando nos bañemos a nuestro estilo. Como iremos viendo, Omán es un país donde el binomio desierto-oasis alcanza su máximo esplendor.

Oasis de entrada al campo de dunas de Wahiba Sands

Baño en Wadi Bani Khalid
Gracias a la tarjeta de internet comprobamos que se aproxima una tormenta tropical muy potente desde el Este y que azotará al día siguiente los barrancos secos que pretendíamos conocer, lo que sin ser expertos en barranquismo implicará un riesgo indeseado. Por ello, en cinco minutos buscamos una alternativa meteorológica más segura, que se acaba traduciendo en recorrer los 1000km de costa hasta la segunda ciudad del país, Salalah. Bien de noche llegamos a Filim, una enorme marisma donde a la mañana siguiente vemos que los camellos se funden en un horizonte tenue de algas verdes y arena. El agua potable en esta región desértica se obtiene de centrales desaladoras que funcionan quemando su petróleo barato para abastecer a pueblos fantasma, por cuyas calles únicamente se ven ciudadanos indo-asiáticos sin rumbo claro. Hablamos con alguno y su voz manifiesta como un fado portugués la tristeza del que ha dejado su tierra y familia por una prosperidad muy sacrificada en un entorno de lo más hostil.

Potabilizadora de agua salada

Marisma de Filim
En Ash Shuwaymiyyah hacemos una merecida parada en su playa de arenas blancas y nos damos un chapuzón en sus aguas templadas. No hay nadie en varios kilómetros de playa y solo alguna gaviota custodia estas aguas tropicales. Según continuamos rumbo sur dejamos las llanuras de arena por los Wadis, barrancos secos muy pronunciados, el símbolo de identidad de la región de Salalah. Alguna cascada con impresionantes formaciones tobáceas de estalactitas, inverosímil en un terreno tan seco, se deja ver cerca de la carretera.

Playa de Ash Shuwaymiyyah

Costa interminable del Índico en Omán

Tormenta de arena por la carretera de la costa rumbo a Salalah

Costa salvaje de Omán

Wadis secos que dan comienzo a la región de Salalah

Cascada con estalactitas camino de Salalah
En Ras Samhar, un barranco que desemboca en el mar, cansados de tantas horas de volante, nos paramos a hablar con unos pastores de camellos, los cuales llevan pañuelos a modo de falda y lucen un color de piel propio del sol de esta zona. Ya sea en Omán, Sudán o el encantador pueblo español y todavía sin red eléctrica de Santa Marina en La Rioja, los pastores y la gente de campo deberían ser los embajadores en hospitalidad de un país. Nos invitan a bebidas frescas y al pescado que tendrán por cena. Pasamos un buen rato con lo que fue el pasado de un país de camelleros y traficantes de esclavos, que desde hace 50 años se ha convertido en una petro-monarquía, con niveles de lujo e individualismo a la altura de sus vecinos saudíes o emiratíes. Para pasar la noche nos dirigimos a Sadah Beach, donde comprendemos que la mejor y casi única manera de ver a las familias de omaníes juntas es en la playa por la noche. Embarrancan sus vehículos todoterreno en la arena y toman té y café escuchando música hasta casi el amanecer. Toda una maravilla para el que buscaba la playa para dormir y no para hacer un estudio sociológico…

Puesto de carretera con carne refrigerada a la sombra

Pastores en Ras Samhar quienes compartieron bebida fría y cena

Acabando la jornada de pastoreo en Ras Samhar

Atardecer en las proximidades de Sadah Beach
A la mañana siguiente unos caballeros del pueblo costero de Sadah nos invitan a tomar un té, algo que por muchas veces que nos haya pasado en los países musulmanes nos sigue encantando. Bien hidratados por el té visitamos las ruinas de lo que un día fue Sumhuran, uno de los puertos más importantes de la ruta del incienso y de las especias. En este puerto se traficaba con vino y aceite proveniente del Mediterráneo, las especias de la India y el incienso de Omán desde tiempos del Antiguo Egipto. Tras hablar un rato con el guarda de la entrada y, probablemente sorprendido por vernos en este lugar, nos deja pasar sin entrada. Continuamos la jornada visitando el Wadi Darbat, donde comemos bajo un tamarindo de 1000 años. La cascada tobácea del Wadi Darbat es sin ninguna duda la mayor de su estilo que hemos conocido, muy superior a las de las Lagunas de Ruidera en España o las de Plitvice en Croacia. Finalmente acabamos el día en la ciudad de Salalah, donde comprendemos que el camino recorrido será más bello que el propio destino. La región de Salalah tiene dos estaciones muy marcadas: la estación seca y el Khareef, como denominan a la estación lluviosa del monzón, entre julio y agosto. Es durante el Khareef cuando el desierto se tiñe de un verde intenso y los barrancos se llenan de cascadas. Para los habitantes de la península Arábica, acostumbrados a ver únicamente la vegetación que son capaces de regar, los meses de Khareef en Salalah son de turismo a niveles épicos.

Paisano sobre las ruinas del puerto antiguo de Sumhuran

Puerto de Sumhuran, clave en el comercio de las especias de India, incienso de Omán y vino y aceite del Mediterráneo

Oasis de Wadi Darbat

Cascada inferior de Wadi Darbat a la que se accede por un sinuoso sendero

Formaciones tobáceas de 100m de altura en la parte inferior de Wadi Darbat
Nos recomiendan que vayamos a cenar a una concurrida calle llena de restaurantes en Salalah, concretamente al restaurante Ateen, en las afueras de la ciudad, en el medio de la nada. Una multitud de gente en el interior de sus vehículos espera que les lleven su cena sin bajarse del asiento. Somos los únicos extranjeros, en realidad los únicos turistas extranjeros, porque de nuevo los camareros y cocineros son de Bangladesh e India. Me hacía ilusión cenar camello o cabrito, pero tras ver el precio de una ración (unos 25 euros), decidimos que el arroz con especias (por 1.5 euros) tampoco está mal. El dueño del restaurante da un par de órdenes a los camareros, quienes nos traen, cortesía de la casa, un plato de camello joven y leche de cabra como bebida. Nos explica que para ellos es un manjar el camello joven el cual, al igual que el cabrito, cocinan sobre piedras calientes. Está bien que nos explique que es un manjar porque no consigo sacarle la gracia a una carne tan correosa, pero en cualquier caso agradecemos enormemente su invitación.
Esa noche dormiremos en un descampado teniendo que decidir entre: ventanillas del coche bajadas con una nube de mosquitos deseosos de sangre, o calor infernal con las ventanillas subidas. Serán varias veces las que nos decantemos por una y otra solución a lo largo de una larga noche.
Salalah tiene varios mercados que son famosos, el del incienso, el del oro y el mercado de la carne. Los dos primeros nos parecen interesantes, pero muy similares a los de la capital Muscat. En el mercado de la carne nos saluda muy animado el dueño del restaurante de la noche anterior, quien además tiene uno de los puestos de carne de camello con más clientela. Ese día nos damos un baño en la playa de Al Mughsail y visitamos la cueva Marneef, muy cerca ya de la frontera con el vecino Yemen. Además, visitamos el Wadi Sahalnoot, otro buen oasis para darse un baño cerca de Salalah.

Restaurante Ateen de Salalah donde nos invitaron a cenar camello joven y a leche de cabra

Mercado de la carne de Salalah

Carne del día en Salalah

Mercado del incienso en Salalah

Proximidades de la cueva Marneef

Wadi Sahalnoot
Tras estos días en Salalah retrocedemos a Muscat por la carretera del interior, 1000 km de arena y monotonía que solo la rompen las caravanas de camellos. Hacemos parada en Mughshin, un pequeño pueblo sin atractivo donde pasaremos la noche. Mientras estiramos las piernas dando un paseo por el pueblo, unas mujeres y una multitud de niños nos invitan a sentarnos y a compartir su cena, donde pasamos un rato muy agradable.

Arbustos de donde se extrae el incienso

Extracción del incienso, la resina sólida del arbusto

Caravana de camellos atravesando el interior de Omán

Atardecer cerca de Mughshin

Cena a la que nos invitaron las mujeres en Mughshin
A la mañana siguiente madrugamos para atravesar lo que nos queda de desierto hasta llegar a Old Adam, un poblado amurallado y abandonado de casas de barro y vigas de palmera. Antes de la explosión del oro negro en los años 60, la población omaní vivía en casas de barro contiguas, calles estrechas y compartían sus vidas en el interior de pueblos y ciudades. Este estilo de vida ha quedado completamente relegado a la explosión de viviendas unifamiliares de varios cientos de metros cuadrados protegidas por altos muros y aisladas unas de otras varios cientos de metros. El petróleo claramente ha traído riqueza, pero también el individualismo en este país. En la actualidad Old Adam no es visitable pero un chaval del pueblo nos anima a saltar un muro y a colarnos en su pasado, a lo que accedemos sin dudarlo. Además, cerca de aquí se encuentra Old Manah, otra ciudad de barro abandonada en 1980 y Nizwa, una de las ciudades más turísticas del país. Esa noche dormimos en el aparcamiento del castillo de Jabrin, este último muy bien conservado. Desde Jabrin visitamos también el castillo de Bahla, otro ejemplo espectacular de arquitectura militar en un oasis y Al Hamra y Ghül, dos pueblos abandonados en la ruta hacia el techo de Omán, el Jebel Shams (2970m).

Calles de Old Adam, como se vivía hasta hace pocas décadas en Omán

Mercado del dátil en Nizwa

Castillo de Jabrin

Castillo militar de Bahla

Rincones del castillo de Bahla

Tienda por la que no pasa el tiempo en Al Hamra

Oasis de Ghül
Dedicamos dos días a recorrer el macizo del Jebel Shams. El primer día ascendemos a su cumbre a lo largo de un tedioso recorrido de 10 horas de roca en roca desde el que contemplamos un impresionante mar de nubes. El segundo día recorremos el Balcony Trail, un sendero dibujado entre acantilados con un final épico en un poblado abandonado de pastores, por cierto, este sendero muy popular entre los visitantes a Omán.

Paredones de caliza en Jebel Shams

Ruta de ascenso al Jebel Shams (2970m)

Cumbre del Jebel Shams

Sorpresa final en el Balcony Trail, uno de los senderos más populares del país
Desde el Jebel Shams continuamos la ruta hacia aquellos destinos que dejamos de lado los primeros días ante la llegada de la tormenta tropical. En este caso, el parte meteorológico es inmejorable, lo ideal para darse un baño y conocer el cenote Bimmah y el barranco Wadi Shab, este último, nuestro lugar favorito del viaje en este país.

Cenote de Bimmah
Desde Wadi Shab nos dirigimos al este hasta la ciudad costera de Sur y posteriormente a la reserva de Ras Al Jinz, uno de los santuarios de desove de tortugas marinas más importantes del Índico. Nos enteramos de que hay una playa de pescadores donde se puede ver el desove de las tortugas sin necesidad de pagar las tasas de la reserva. Varias señales indican que está prohibido estar en la playa de noche y nos quedamos escondidos en el coche hasta que anochece. Como fugitivos caminamos por la playa protegidos por un cielo oscuro cubierto de nubes finas. De pronto, un vehículo con las luces largas se aproxima a nosotros. Son los guardas y nos indican que debemos abandonar el lugar. Todavía llegamos a tiempo de ver el magnífico desove de las tortugas en Ras Al Jinz, eso sí con multitud de turistas, que tras ver a las tortugas desovar durante dos minutos ya están mirando sus teléfonos. Cada día importa más únicamente el tachar experiencias y la foto.

Población de Sur

Tortuga verde joven en Sur

Tortuga desovando en la reserva de Ras Al Jinz, uno de los santuarios más importantes de tortugas en el Índico
Dedicamos los dos últimos días a Muscat, la capital que hasta hace un par de meses gobernaba el ya difunto Sultán Qabus, todo un símbolo nacional del resurgir del país a base de bombear petróleo. El mercado antiguo y la Corniche (paseo marítimo), el palacio real, la playa de Qurm y la gigantesca mezquita del Sultán Qabus fueron los últimos lugares que visitamos en Omán, un país en el que recorremos casi 3.000 km.

Palacio real en Muscat del recientemente difunto sultán Qabus

Familia en la Corniche de Muscat

Zoco de Muscat

Lámpara gigante de la impresionante mezquita Sultán Qabus

Últimas horas en Muscat, atardecer en la playa de Qurm
Devolvemos el vehículo en el aeropuerto y tomamos el autobús de vuelta a Dubai, donde nada más llegar alquilamos otro vehículo que usaremos exclusivamente en los Emiratos Árabes Unidos. Esa noche dormimos en el coche en un barrio obrero de Dubai. A la mañana siguiente, tras dos semanas de baños en playas y oasis creemos prioritario el ducharnos. Afortunadamente para nosotros, en el paseo marítimo de Dubai, cerca del zoco Al Jubail abundan las duchas y escasea la gente. Limpios para la ocasión nos dirigimos al epicentro de ese territorio de récords que es Dubai: el Burj Khalifa, el edificio más alto, el centro comercial más grande, el acuario más grande y el lago artificial más artificial y grande del mundo. La verdad es que las cosas que se hacen por primera vez tienen ese halo de disfrute y tengo que reconocer, pese a que me pese, que pasamos una buena tarde entre tiendas de lujo y el espectáculo de agua y música en su lago artificial. Si me ofrecen volver diré que no, pero una vez por qué no.

Esto también es Dubai, pescadores de crustáceos con el Burk Khalifa en la esquina superior derecha

Dubai no tiene un centro en sí mismo y la ciudad se expande a lo largo de más de 60 km

Burbuja inmobiliaria allá donde se mire

El Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo

De turisteo en Dubai
Tras este chute de capitalismo puro buscamos un territorio de retiro yendo al Empty Quarter, el que es el mayor campo de dunas de arena del planeta, compartido por Omán, Arabia Saudí y los Emiratos. En la duna Moreeb, de casi 300 m de altura, celebramos el cumpleaños de Bea. El año pasado lo celebramos en la duna Big Daddy del desierto de Namibia, la que ostenta el récord de la duna más alta y hace dos años en las arenas del desierto de Atacama en Chile. Parece que esto se va a convertir en tradición… Desde las arenas de Moreeb nos dirigimos al Emirato de Abu Dabi, a nuestro parecer más ordenado, mejor construido y probablemente más lujoso que el vecino Dubai. Dedicamos el día a pasear por su paseo marítimo y a conocer la espectacular mezquita de Sheikh Zayed, el máximo exponente del lujo religioso en los Emiratos. Cada una de sus miles de columnas está decorada de manera diferente con piedras preciosas. El tamaño de sus alfombras hechas por niñas iraníes es de tamaño bíblico. Por otra parte, los emiratíes le han dado su aire de consumismo inconfundible construyendo un centro comercial en los subsuelos.

Solo en los Emiratos esta escena es posible, transportando arena en un país que es todo desierto

Celebrando el cumpleaños de Bea en la duna Moreeb

Impresionante mezquita de Sheikh Zayed en Abu Dabi

Interior de la mezquita Sheikh Zayed
Desde Abu Dabi emprendemos regreso a Dubai, donde nos queda un último día para conocer otros de sus barrios como el Marina Mall y de volver al Burj Khalifa.

No hay que olvidar que un lugar como el distrito Marina Mall se construye…

… con mano de obra demasiado barata
Este viaje por Omán y los Emiratos Árabes Unidos no constituye nuestro ideal viajero, ya que las experiencias personales con la población local se han visto relegadas a un segundo plano frente los lugares naturales en Omán y a lo extravagante en los Emiratos. Sin embargo, unos meses después de vivir esta experiencia y de recordarla solo me viene un recuerdo dulce, en el que parece que no pesan los kilómetros recorridos ni el calor sufrido. Quizá este viaje haya sido para nosotros unas vacaciones turísticas después de tanto tiempo con la mochila al hombro, una mochila que echamos de menos.
Hey How are doing? How is your trip ? Sent from Yahoo Mail on Android
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We are back in Spain with other projects on mind. What about you Abebe?
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