Azerbaiyán por libre

Azerbaiyán se presenta como nuestra puerta de salida del Cáucaso, una puerta de montañas y pueblos a un par décadas de historia de las ciudades más cercanas. Las temperaturas de finales de junio, que día tras día sobrepasan los 40ºC, hacen de los desplazamientos por carretera en autostop un fuerte peso en la balanza de la decisión de hacia dónde dirigirnos. Viajar con tanto calor en un estilo como el nuestro -tienda de campaña montándola a hurtadillas cada noche, ausencia de duchas y largas esperas en la cuneta al sol-, hacen que el paso por este país acabe siendo un poco más corto de lo inicialmente planteado.

Por casualidad llegamos a Seki, el paradigma del dulce en esta región del globo. Tantos dulces de avellana, nuez y miel como para restringir el paso a los diabéticos al núcleo urbano. El palacio del monarca Seki Khan custodia las más de 20 tiendas de dulces que dan color a los bosques frondosos de los alrededores. Las cafeterías sirven té caliente y vodka helado, una de las curiosidades de un país musulmán muy poco al uso, donde las mezquitas hay que saber buscarlas y donde no existe ningún peligro de que el canto a la oración te despierte cada mañana, ya que no lo hay.

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«Imaginando un mundo mejor que el suyo en una caja a 40ºC»

Desde Seki continuamos camino hasta la capital, Baku, donde el paisaje de bosques se sustituye por un desierto hiper árido poblado de pozos de bombeo de petróleo que se mueven lentos, como palpitando. Ese latido es el que da vida a la capital más desarrollada y moderna que hemos conocido en el Cáucaso. Sin petróleo, Baku sería muy diferente. Basta con observar los vehículos en los semáforos del paseo marítimo para saber que existe una gran desigualdad y que mucha gente vive muy por encima de la mayoría de los europeos. Sus edificios extravagantes, su circuito urbano de Fórmula 1, sus comercios y restaurantes, se aproximan más al estilo de los Emiratos que al de un país tremendamente rural y campesino como es Azerbaiyán. Parece que el petróleo solo es capaz de regar esta zona…

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Bandera de Bakú, una de las más grandes que hemos visto

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Palacio de Gobierno en Baku y las gradas de la Fórmula 1

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Pasado y presente en Baku

En Baku nos pasamos un par de jornadas boqueando como las carpas en busca de un poco de aire fresco. En el albergue coincidimos con Andrea, un chico italiano que tiene pensado seguir la misma Ruta de la Seda que nosotros. Tras conocer Baku nos dirigimos al puerto de Alat, desde el que sale un ferry de carga y pasajeros que atraviesa el mar Caspio rumbo a Aktau, en Kazajstán. Resulta que el horario del ferry es más desconocido que la composición de la Coca Cola y la mejor solución consiste en acampar en el puerto hasta que alguien te indique que debes embarcar en el “Profesor Gül”, un barco gigantesco en el que incluso cargan trenes. Finalmente acabamos pasando 48 horas de espera, mucho menos que los casi 5 días que alguno de los viajeros extranjeros se acaban tirando. Tras asignarnos un camarote, que compartimos con Andrea, matamos el trayecto de 24 horas en la cubierta descansando y charlando con los distintos pasajeros. Nos sorprende la gran cantidad de plataformas petrolíferas en medio del mar, cuya presencia se asimila a auténticas ciudades marinas. El color del agua, negro como el petróleo, y la gran cantidad de peces muertos por todas partes nos recuerdan el impacto que esta actividad tiene sobre la vida marina.

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Esperando la salida del barco rumbo a Kazajistán

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Ciudades del petróleo en medio del Caspio

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Tráfico de petróleo en el Caspio

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Despedida de Azerbaiyán

Después de la cena en el barco, cuando estamos todos los pasajeros, preguntamos si alguno de los presentes puede acercarnos desde el puerto hasta la ciudad más cercana, a casi 90 km, ya que no existe transporte público por mitad del desierto. Hay tres vehículos de europeos (alemanes y checos) y el resto son camioneros de Asia Central. Los europeos, los mismos que nos estuvieron describiendo lo maravillosa y hospitalaria que es la gente de las decenas de países que han conocido, bajan la cabeza como si este asunto no fuese con ellos, a pesar de tener asientos disponibles; oportunidad que tres chicos uzbekos, con una sonrisa, aprovechan; se ponen en pie y nos indican que podemos ir con ellos. Lecciones de vida que los europeos nunca aprenderemos, inoculados desde pequeños por el virus del miedo, del egoísmo y de la prisa, mucho más cuanto más al norte se vaya. Viajar solo te recuerda en estos casos lo mucho que hemos ido perdiendo en Europa bajo el paraguas del individualismo y la seguridad.

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