Egipto, fin de la travesía africana

Cuando tras ocho horas de espera en la frontera sudanesa, abarrotada de gente, cruzamos a Egipto, un halo de tristeza recorre nuestro cuerpo. Cada vez que entramos en un país, siempre tenemos la sensación motivante de abrir un regalo nuevo en un día de cumpleaños. Sin embargo, en este caso, Egipto significaba el fin de un sueño que empezó hace cuatro años, cuando por primera vez comentamos en pareja lo increíble que sería recorrer África. Este continente para nosotros implicaba la arqueología de valores perdidos en un mundo cada vez más individualista, aséptico y rápido; volver a las raíces de nuestra especie y a una naturaleza brutal y sin domesticar. Tras tantos meses de viaje podemos decir que nunca hubiéramos imaginado la experiencia de vida que es recorrer África y lo muchísimo que nos ha aportado.

Mientras nos alejamos de la orilla en el transbordador que atraviesa el lago Nasser, nos sentimos como si dejásemos en tierra parte de nuestro ser y parte de lo mejor que hemos vivido y que hemos dado. Vamos en silencio, los dos estamos pasando por lo mismo.

De camino a Abu Simbel, entrando en el transbordador que atraviesa el lago Nasser

De camino a Abu Simbel, entrando en el transbordador que atraviesa el lago Nasser

Cuando llegamos al puerto de Abu Simbel, una horda de autobuses llenos de europeos y restaurantes turísticos ahondan esa sensación de que la pureza rural africana quedaba ya lejos, muy lejos. Cargados con nuestras mochilas nos acercamos a los templos de Abu Simbel, un lugar mágico de los que se deben ver una vez en la vida. Es media tarde y ya está cerrado. Por eso, nos dirigimos a una cafetería cercana, donde tras ver los precios suizos de su carta nos sentamos en el suelo. El camarero viene hacia nosotros y se interesa por nuestro viaje. Nos invita a acampar en el terreno cercano a su cafetería en frente de la policía turística y a 100 m. de los templos. – Mejor, preguntad a los policías si ellos tampoco tienen problema. Cuando les preguntamos, nos dicen que prefieren más cerca de su garita, para vigilar nuestros sueños. A la mañana siguiente será la misma policía quien nos guarde las mochilas para visitar ligeros los famosos templos. Después, salimos a cenar por el centro de la ciudad. No hay ningún extranjero, probablemente asustados por las recomendaciones de sus guías de viaje acerca de la peligrosidad en Egipto. Nos sentamos en un restaurante local donde nos atiende Mohammed. Tras hablar un rato con él nos confiesa que el restaurante es de su hermano, el cual lleva 10 años en la cárcel por su oposición al antiguo régimen de Mubarak. Ahora lo gestiona él para poder mantener a sus sobrinos, después de acabar su jornada como maestro de escuela. – En Egipto, un maestro gana muy poco, apenas 250 euros al mes. Mi hermano es un hombre bueno que luchó por la democracia. Nos prepara unos bocadillos estupendos de hígado con pimientos y cuando vamos a pagar no nos deja. – Para mí ha sido un placer poder hablar de esto con alguien, aquí decir algo en contra del gobierno es motivo de cárcel.

A la mañana siguiente somos más madrugadores que el sol y que el resto de los visitantes a fin de estar solos en el templo: objetivo conseguido. Desayunamos solos unos dulces árabes a base de miel y frutos secos en frente de las cuatro apoteósicas esculturas de Ramsés II, el gran faraón egipcio que dejó un legado de arte y eternidad por todo el país. Las dimensiones de estas, casi 22 m. de altura, hacen que cueste mucho imaginar el esfuerzo y empuje que hizo posible un trabajo así. Tras este rato de gloria y tranquilidad, el primer grupo de extranjeros, en este caso españoles, entra en escena y aprovechamos a seguir en soledad en el interior del templo. A lo largo de la mañana serán varios miles de personas los que entren al complejo.

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Entrada del templo de Abu Simbel con las cuatro estatuas de 22m de Ramsés II

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Detalle de las caras de Ramsés II

 

Desde Abu Simbel continuamos hasta Assuán, en la pura ruta turística egipcia y donde “faenan” todos los cruceros hasta la famosa presa homónima. Allí visitamos el templo de Philae, esta vez en compañía de tres españoles y Bárbara, una chica argentina, con los que compartimos el barquito necesario para llegar a la isla donde se encuentra. Al igual que los templos de Abu Simbel, este también fue hecho bloques y reubicado al construir la presa. Las dimensiones de las figuras, grabados y cantidad de jeroglíficos muestran la increíble cultura que floreció en el Nilo hace más de tres milenios.

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En el Nilo de Assuán con los cruceros de fondo

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Templo de Philae, una joya de más de 3.000 años de antigüedad

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Habitantes del templo en Philae

A la vuelta del templo, caminando hacia Assuán para evitarnos negociar un taxi (lo cual en Egipto es peor que sacarse dos muelas el mismo día), Bea escucha un ruido entre unos matorrales. Cuando se acerca, descubre que es un pequeño cachorro de unos pocos días. Por el lugar donde se encuentra, muy cerca de la carretera, pronto asumimos que está abandonado. Hablamos con un jardinero y parece que quiere decirnos que nos lo quedemos. En ese momento no sabemos cómo actuar. Por una parte, no podemos abandonarlo a su mala suerte, pero por otra, cómo resultaría viajar con un animal que nos acabamos de encontrar. Lo cogemos y le damos agua de la mano y mientras busco a alguien que pueda saber su procedencia, el cachorro se duerme en el regazo de Bea. Cuando habíamos decidido que nos lo quedaríamos, encontramos a un amable taxista que lo quiere apadrinar. Al dárselo, lo bautizamos como “Phili”, en honor al templo de Philae. A la semana, volveríamos a llamar al taxista y nos confirmó que el perrito estaba muy bien, para alegría de todos.

Esa tarde cruzamos a la isla de Elefantine en Assuán, en el barco gratuito para huéspedes de un lujoso hotel. Allí, de forma totalmente fortuita conocemos a Luis, de Almería y con el que desde el primer momento tenemos buenas vibraciones. Nos invita a tomar algo a su casa, una casa muy especial porque vive en un barco atracado en la orilla. Él es mánager del mayor proyecto solar fotovoltaico que se está construyendo en el mundo, precisamente allí en Assuán. Compartimos una tarde estupenda hablando de la vida lejos de casa y sus vicisitudes.

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Zoco de Assuán

Con Luis de Almería en su peculiar "casa" barco

Con Luis de Almería en su peculiar «casa» barco

Desde Assuán continuamos rumbo norte saltándonos otros muchos templos “imprescindibles”, y es que nosotros preferimos visitar menos cosas, pero con mayor intensidad. Egipto tiene una abrumadora cantidad de templos, ruinas, tumbas y pirámides y visitar todo, desde nuestro punto de vista, es totalmente contraproducente porque se pierde la capacidad de impresionarse por su grandeza. Llama mucho la atención ver a algunos grupos de turistas sentados con cara de ir al dentista en frente de templos magníficos. De este modo, nuestra siguiente parada la hacemos en Lúxor, la antigua Tebas, una ciudad museo. Seguramente haya muy pocas ciudades en el mundo con tanto patrimonio y tan bestial en tan poco espacio (que conozcamos, Roma): templo de Lúxor, templo de Karnak, valle de los Reyes, valle de las Reinas, valle de los Nobles, templo de Hatshepsut, colosos de Memnón…

De entre todo lo que visitamos en Lúxor, nos quedamos con el rato que pasamos solos en la tumba de Ramsés VI en el valle de los Reyes, una sensación inolvidable por lo increíble de sus pinturas: una auténtica Capilla Sixtina de la Antigüedad. Para ello, le damos una pequeña propina al guarda, quien nos permite estar a nuestro aire y usando la cámara (obviamente sin el flash). También nos quedamos con el templo de Karnak, de unos 2km2 de superficie, el cual se conectaba a través de un pasillo custodiado por cientos de esfinges a lo largo de 2 km con el templo de Lúxor. Esta ciudad también ofrece al visitante una variada gastronomía local a precios muy asequibles, que, para nosotros, acostumbrados a la dieta del arroz/pasta durante tantos meses nos resultó muy interesante.

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Valle de los Reyes: es difícil imaginar las joyas que esconde bajo tierra

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Galerías de la tumba de Ramsés VI

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Sala mortuoria de Ramsés VI

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Detalles de la cámara de Ramsés VI

 

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Magnífico templo de Lúxor

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Portada del templo de Lúxor con la avenida de esfinges de 2km que conectaba este templo con el de Karkak

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Bea con parte del templo de Karnak

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En la plaza de las columnas del templo de Karkak

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Aprovechando la hora de la comida en la que el flujo de turistas es algo menor

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Columnas de Karnak

 

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Colosal templo de Hatshepsut en Lúxor

Algo llamativo en Egipto, entre buena parte de la gente que vive del turismo y en esas zonas tan masificadas como Abu Simbel, Assuan, Lúxor y Cairo, es que la palabra “no”, no tiene el mismo significado que en el resto del mundo cuando alguien te ofrece algo. Un “no, no me interesa en absoluto” realimenta como la sangre a un tiburón a los dueños de las calesas, camellos, vendedores de souvenirs y de tours y taxistas insistiendo de forma más cansina cada vez. Además, son capaces de hablar en cualquier idioma (creemos que incluso hablan el euskera del valle de Azpeitia) haciendo más difícil la escapatoria. Esto genera una gran desazón entre gran parte de los visitantes extranjeros si no se es capaz de buscar esos caminos invisibles en zonas menos turísticas. Sin embargo, nuestra sensación después de viajar un par de semanas en Egipto es que abunda la buena gente y que los cansos son minoría. Por lo menos, desde nuestra experiencia, nos tropezamos con una mayoría de personas muy hospitalarias y respetuosas.

Otro elemento llamativo es el de la abundancia de policía por todas partes, con controles que son de lo más ineficientes y cuyo único objetivo es el de crear la sensación de seguridad. Frente a lo que habíamos leído en foros de que no era posible tomar las furgonetas de transporte público y que era necesario ir en convoy policial, nosotros las tomamos sin problemas y sin necesidad de ir escoltados, ahorrando una importante suma de dinero (100 km en transportes públicos en 2019 -sin timos- cuestan 1 euro aproximadamente por persona, frente a las decenas de euros que cobran las empresas de tours). De esta forma llegamos a El Cairo, una megalópolis caótica de casi 20 millones de personas.

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La travesía africana se acaba… Llegando a El Cairo

El Cairo es el inicio o final del mítico viaje para moteros o “overlanders” (como se denomina en África a los que viajan en vehículos 4×4 preparados para esta aventura) hasta Ciudad del Cabo. En nuestro caso, esta ciudad queda muy cerca del mar Mediterráneo, el que era nuestro objetivo final del viaje cuando lo planeamos. El Cairo es una ciudad apasionante y estresante a partes iguales. Cualquiera que haya intentado cruzar una calle allí sabrá de lo que hablamos -algunos psicólogos considerarían como tendencia suicida el intentar pasar a la otra acera en esta ciudad.

El primer día nos organizamos para conocer el gigantesco zoco de Khan Al-Khalili. Intentando evitar los atropellos de los vehículos que conducen con aparente normalidad entre decenas de miles de personas mientras compran en la calle, nosotros estamos como perros en un día de cohetes: buscando un rincón tranquilo desde el que observar y captar los detalles. Tras menos de dos horas, el agobio se apodera de nosotros y salimos del lugar por la puerta de atrás. Una recomendación para los que vayan a El Cairo es que se dejen el zoco para el último día, cuando ya estén más aclimatados a este nivel de estrés.

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Zoco de Khan Al-Khalili

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Panaderos en el reparto del pan

Nuestra siguiente incursión la hacemos en las impresionantes pirámides de Giza (Giza en la actualidad está unida por casas a El Cairo y se puede llegar fácilmente en combinación de metro y minibús público de forma simple y económica). ¿Qué podemos decir de estas construcciones tan gigantes de hace unos 4.500 años? Cuando te vas acercando a su base, sus dimensiones te empequeñecen y te preguntas una y otra vez cómo y por qué decidieron hacerlas tan enormes.

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Difícilmente hubiésemos imaginado cuando empezamos el viaje conseguir llegar hasta aquí

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En Keops, detalle de Fer en su base

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Explanada de las pirámides de Giza

Otro de los atractivos de El Cairo es su Museo Nacional, donde se amontonan, con dudoso orden, una pequeña parte de los hallazgos del Antiguo Egipto. Aunque no somos muy fanáticos de los museos, nos tiramos más de 5 horas recorriéndolo. Sin duda, la sala de las momias reales (donde puedes poner cara a los faraones) y las salas dedicadas a los hallazgos de la tumba de Tutankamón son motivo más que suficiente para visitarlo. En la actualidad, están terminando de construir el nuevo museo, donde esperamos que ordenen y expliquen con paneles informativos cada pieza como se debe. Tras esta visita continuamos el día por la Ciudadela y las mezquitas del Sultán Hassan y Al-Rifa, acabando un día muy pero que muy intenso de cultura. Lo que hemos conocido de Egipto nos ha impresionado mucho por su grandeza del pasado y sus enormes contrastes actuales: falta de estética en las construcciones y suciedad.

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Colosales mezquitas del Sultán Hassan y Al-Rifa

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Haciendo amigos en El Cairo!

Desde El Cairo dudamos qué hacer después. Por una parte, nuestra curiosidad nos invita a seguir por el desierto Blanco, pero en la actualidad está bastante restringida su entrada viajando a nuestro estilo (transporte público o autostop y acampando) y, además, llevamos más de un mes de desierto, así que la descartamos. En su lugar, nos vamos a la península del Sinaí, a Dahab, a conocer su fondo marino, del cual habíamos oído maravillas.

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Mar Rojo en el Sinaí en Dahab

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¿Hacia dónde vamos ahora?

Tras estos días de relax en el Sinaí, ¿qué hacer después? ¿El viaje toca a su fin como habíamos pensado? O, ¿nos damos la oportunidad de continuarlo? ¡Qué gran dilema!

2 comentarios en “Egipto, fin de la travesía africana

  1. Cordial saludo,

    Es espectacular la travesía que están realizando. De verdad que definitivamente han encontrado tantas maravillas en sitios ta fabulosos jamas antes vista por otros viajeros… me siento maravillada por tantas cosas hermoasas especialmente por la gente… gracias por seguirme contando sus historias

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    • Hola Adri! Gracias por escribirnos, nos hace ilusión! África es el continente desconocido para los viajes porque no hay nada que te prepare a un viaje mochilero por aquí, más allá que venir y vivirlo. Cada día nunca sabes cómo acabará y esa esa la gracia de viajar aquí. Muchos días te satura y más días te fascina! Saludos desde Egipto!

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