Sur de Etiopía

Poco después de cruzar la frontera terrestre de Moyale, es fácil darse cuenta de que el África tropical no continua en Etiopía y que nos encontramos ante un país totalmente diferente. Dejamos atrás las grandes llanuras y bajas densidades de población de Tanzania y Kenia para pasar a un estado con más de 100 millones de personas, distribuidas principalmente en un mundo rural de colinas escarpadas, valles profundos y puertos de carretera interminables, alguno de los cuales coquetea con los 4000 metros. Etiopía es un país único: único por no haber sido colonizado nunca por las potencias europeas a diferencia del resto de países africanos, único por su diversidad cultural (82 etnias y lenguas), único por su aislamiento y pésima calidad de sus infraestructuras, único por su alfabeto, calendario y forma de considerar las horas y, para desgracia del viajero, único por el carácter de sus gentes para con el extranjero.

Cuando decidimos venir a recorrer África tuvimos claro que dedicaríamos a Etiopía más tiempo que al resto. ¿Por qué? Todo lo que habíamos leído en los típicos blogs de “Etiopía en 15 días” nos transportaba a un mundo mágico de gentes amables, casas de barro, techos de paja y colinas aterrazadas. Nos sacamos el visado de turista de tres meses en lugar del de un mes con la intención de recorrer hasta la médula este país y colaborar en algún proyecto que nos motivase, hasta que el propio viaje nos puso en nuestro lugar. Si bien es cierto que los viajes se basan en las experiencias personales, y que estas puedan ser totalmente diferentes entre distintas personas, nos ha resultado muy llamativa la percepción de los viajeros que viajan por libre y sin guía (cuyas opiniones que hemos conocido concuerdan) y la percepción de la gente que lo hace en tours organizados. Si el país es el mismo, ¿qué demonios ocurre?

Nada más cruzar la frontera de Moyale y cambiar algo de dinero, con nuestra sonrisa en la cara de “por fin estamos en nuestra deseada Etiopía”, nos dirigimos a la estación de autobuses donde más de 20 personas nos rodean riéndose de nosotros con falta de respeto. – You, faranji, where are you going? (traducido: -Tú, extranjero, ¿a dónde vas? Algunos nos agarran las mochilas para no dejarnos caminar mientras intentamos dar con un autobús que nos lleve a Konso, en el suroeste del país, punto de partida para conocer la zona norte del lago Turkana: la región del valle del río Omo. Una vez hemos dado con la furgoneta destartalada que hace el recorrido y preguntamos el precio del trayecto, una multitud de personas ajenas al transporte vienen como moscas y nos empiezan a disparar precios absolutamente desorbitados. Con paciencia intentamos dar con algún pasajero en la furgoneta que hable inglés (lo cual es misión muy complicada en esta zona del país), pero cada pasajero nos dice un precio más descabellado. Por primera vez en nuestras andanzas viajeras (igual estamos muy tiernos) los pasajeros nos dan la espalda y, allí, cada uno de los 23 quiere obtener su tajada del pastel que representamos. Una mala experiencia la tiene cualquiera, decimos, mientras nos tomamos un refresco ya en Konso. Quizá estemos más sensibles después de más de 15 horas enlazando transportes precarios desde Kenia…

Al día siguiente recorremos caminando por nuestra cuenta los pueblitos de los alrededores de Konso, de cabañas de piedras con techo de paja, las cuales recuerdan mucho a las pallozas de Ancares entre León y Lugo. La sencillez y pureza de los niños que nos rodean y enseñan el pueblo de la mano nos devuelven la sonrisa a la cara. En Konso, tenemos la oportunidad de conocer su mercado semanal, el principal momento de reunión y relación entre la gente de las aldeas y una excelente forma de entender un poco mejor su forma de vida. Mientras paseamos por el mercado nos llama mucho la atención la figura de las mujeres, las cuales cargan cantidades de peso, que asustan, en sus espaldas -hasta 100 kilos- (las mujeres africanas hacen alarde de su capacidad de carga, pero, sin duda, nunca habíamos visto mujeres tan cargadas como en esta región). Por otra parte, esta escena contrasta con la visión de los hombres tomando tranquilamente el delicioso café etíope, sentados y charlando. La situación de la caravana de mujeres en fila india y descalzas por la terrible cuesta de la carretera y cargando como mulas nos revuelve las tripas. Los esfuerzos de los costaleros de Semana Santa serían un simple juego para las niñas de Konso.

Casas tradicionales en las aldeas de Konso

Casas tradicionales en las aldeas de Konso

Luces y sombras en las aldeas de Konso

Luces y sombras en las aldeas de Konso

Las mujeres trabajan como animales de carga en ausencia de burros

Familia alegre por nuestra visita a una de su aldeas

Niños alegres en las aldeas de Konso

Niños alegres en las aldeas de Konso

Mercado de Konso preparando la comida tradicional "njera", un pan agrio que personalmente nos revuelve las tripas

Mercado de Konso preparando la comida tradicional «njera», un pan agrio que personalmente nos revuelve las tripas

Verde en el mercado de Konso

Verde en el mercado de Konso

Mercado semanal de Konso

Mercado semanal de Konso

Las mujeres trabajan como animales de carga en ausencia de burros

Las mujeres trabajan como animales de carga en ausencia de burros

Vida callejera en Konso

Vida callejera en Konso

Cuando llegamos al hotel nos encontramos con que el recepcionista nos acusa de haber roto la puerta de la habitación (la cual estaba claramente rota desde hace tiempo) y que la paguemos. Un hotel que, al igual que muchos de esta región, no dispone de agua, ni la mayor parte de día de luz. Cogemos la mochila y sin caer en este timo nos vamos rápidamente a la estación. Allí, de nuevo, la idéntica situación del día anterior de docenas de moscardones intentándonos engañar y faltando al respeto se repite. Por el mero hecho de responder a nuestra pregunta de dónde sale el minibús hacia Jinka nos piden dinero con una mirada de sangre. En el minibús, el precio que nos cargan es el doble que al resto, algo muy fácil de comprobar ya que el cobrador va asiento por asiento. Cuando protestamos con razón, el resto de los pasajeros se ríen y, para nuestra sorpresa, dan la razón al cobrador. Claramente, estamos en “territorio comanche” para viajeros por libre y en un escenario que nos está resultando como un buen bofetón después de pasar por países tan agradables como Mozambique, Zambia o Kenia.

En el siguiente hotel que dormimos, de nuevo sin luz ni agua, ya en Jinka (corazón de la región de Omo), nos encontramos la misma situación de la puerta rota que el dueño nos hace pagar. Tras negarnos rotundamente comprobamos hasta dónde llega el “amor” por los visitantes en esta zona, yendo a la policía a explicar este problema. Nadie de la comisaría habla una palabra de inglés y un chico que se encuentra detenido nos hace el favor de traducirnos. En cinco minutos comprobamos que la policía nunca nos va a apoyar y que la única forma de salir de allí es con la cartera. Tras regatear con el dueño del hotel delante de los policías y pagar unos 6 euros, salimos de allí perplejos.

– La próxima noche acamparemos para que no haya más puertas que la cremallera de nuestra tienda de campaña.

A pesar de este conjunto de anécdotas viajeras que tratan de sacarnos de quicio en esta zona, intentamos organizar por nuestra cuenta y sin guías la visita a algunas aldeas, y comprobamos de primera mano la gran cantidad de trabas impuestas para impedir que alguien se salga de los tours organizados, los cuales, por cierto, son a precios que en la actualidad se escapan de toda lógica. Por otra parte, vamos comprobando que muchas de estas tribus han modificado sus vestimentas y forma de vida por el lucrativo negocio de recibir dinero de cada foto disparada por un extranjero, contando como máquinas registradoras el número de toques del gatillo de la cámara y el de personas retratadas. Solamente las personas de la tribu con atuendos más llamativos consiguen ser seleccionadas para las fotografías, generando una selección artificial en busca de lo más extravagante. Un mercantilismo así resta encanto a la experiencia y decidimos no entrar en este juego y conformarnos con conocer los mercados semanales, los cuales visitaremos gratis (a pesar de que en muchos foros se indique que es obligatorio ir con guía). Por otra parte, el dinero «fácil» obtenido de las fotografías es en muchas ocasiones usado para comprar alcohol de mala calidad con el que pasan buena parte del día alcoholizados, razón por la que los tours visitan las aldeas a primera hora del día para que el esperpento sea algo menor.

Desde Jinka y tras la anécdota de la comisaría, ponemos rumbo hacia Dimeka para asistir a su mercado, donde se juntan campesinos de toda la región, principalmente de la tribu Hamer. En Dimeka encontramos una iglesia católica, a la que nos dirigimos después de nuestra experiencia en los hoteles etíopes. Tras hablar un rato con el cura, el cual habla perfecto español, le preguntamos si nos deja plantar la tienda de campaña en sus miles de metros cuadrados de propiedad vallada. Lo que nos contesta se quedará grabado en nuestra mente…

– No suelo ayudar a nadie porque la vida es así de dura. Pero hoy, estáis de suerte y podéis acampar una noche.

Tras esta frase, se retiró a su hogar donde tiene a su servicio al menos a 4 personas contratadas: un contable, un catequista y dos mujeres encargadas de la cocina y limpieza. El total de fieles de su parroquia: 160. Sin duda, un contraste muy grande con lo que vivimos semanas atrás con la hermana Susana, en Kenia…

En Dimeka conocemos a los simpáticos dueños del bar, quienes nos enseñan (sin pedir nada a cambio a pesar de nuestro recelo) la ceremonia del café etíope. Sí, ceremonia, porque implica esparcir hierba recién cortada alrededor de la mesa donde se sirve el café para dar frescura, y quemar incienso de la zona, creando una atmósfera donde los sentidos se acentúan. Con ellos compartimos la mañana entendiendo mejor la forma de vida de la región, tratando de rellenar los interrogantes que expliquen el porqué del trato recibido por sus gentes.

El mercado de Dimeka es una buena forma de retroceder al África tribal anterior a la globalización europea por la forma en la que visten sus gentes. Al igual que pasa con otras tribus, los símbolos en su vestimenta indican si se trata de la primera, segunda o tercera mujer, si están de luto, o si una persona está preparada para casarse. En un rincón del mercado los hombres se encargan de tratar el ganado y de la venta de la codiciada miel, que almacenan cuidadosamente en el interior de calabazas. Las mujeres, por el contrario, venden las verduras y grano con el que preparan su básica gastronomía.

Tomándonos un café Hamer (lo hacen con la cáscara del grano de café) servido en una calabaza en Dimeka con el dueño del bar

Tomándonos un café Hamer (lo hacen con la cáscara del grano de café) servido en una calabaza con el dueño del bar en Dimeka

Bea en plena ceremonia del café con la dueña del bar en Dimeka

Bea en plena ceremonia del café con la dueña del bar en Dimeka

Esta cara representa la dureza de la vida de las mujeres en esta zona del mundo, Dimeka

Esta cara representa la dureza de la vida de las mujeres en esta zona del mundo, Dimeka

Niños de la tribu Hamer en Dimeka

Niños de la tribu Hamer en Dimeka

¿Para qué carros pudiendo llevar la carga en la espalda?

¿Para qué carros pudiendo llevar la carga en la espalda?

Mujeres Hamer en el mercado de Dimeka

Mujeres Hamer en el mercado de Dimeka

Anciana Hamer con sus atuendos de cada día

Anciana Hamer con sus atuendos de cada día

Nos despedimos de Dimeka y de esta región con el sabor amargo de haberla querido conocer mejor, pero, a pesar de haberlo intentado, de no haber logrado un nivel de confianza con la mayor parte de su gente, que supere un “buenos días”. El hecho de que se quiera capitalizar constantemente nuestras relaciones personales con la gente del lugar, pidiendo dinero por cada pregunta, por cada “ayuda”, o buscando que se les invite a algo o se les regale camisetas, pulseras o bolígrafos marca una distancia imposible de superar a la hora de establecer amistades como las que, por suerte, hemos ido haciendo a lo largo del viaje.

Tras estos días en el sur de Etiopía, tan alejados en espacio y tiempo del resto de África, nos dirigimos a Hawassa, una ciudad estudiantil a la orilla del lago homónimo a unas 5 horas al sur de la capital Addis Adeba, en busca de unos días de tranquilidad. Por primera vez en el viaje no dudamos en ir a un hotel de 3 estrellas y cenar en el restaurante del hotel comida europea. Han sido unos días intensos mentalmente por la forma de entender la vida en el sur de este país. Todavía tenemos ganas de saber si es algo general, o particular del sur. Tras este merecido descanso, nos dirigiremos hacia el norte del país, ¡en busca de rutas salvajes!

En estas embarcaciones tan sencillas en el lago Hawassa se ganan la vida los pescadores cada día

En estas embarcaciones tan sencillas en el lago Awasa se ganan la vida los pescadores cada día

Pescador en el lago Hawassa, donde capturan tilapias que luego limpian y fríen en la orilla

Pescador en el lago Awasa, donde capturan tilapias que luego limpian y fríen en la orilla

Marabú en el lago Hawassa

Marabú en el lago Awasa

Consejos para viajeros por libre en el Suroeste de Etiopía:

  • Seguridad: pese al «Etiopía es un país seguro» que leeréis en muchos foros, blogs e incluso en páginas como el Ministerio de Exteriores de España, esto tiene muchos matices. Para empezar, Etiopía es un país opaco en cuanto a información se refiere y al no haber sido colonizado, la presencia internacional es menor. Por esta razón, muchos de sus conflictos internos (los hay y muchos) pasan completamente desapercibidos en el exterior. Por ejemplo, en Junio de 2018 hubo serios enfrentamientos entre Hawassa y Arba Minch que acabaron con la vida de decenas de personas. De esto nos enteramos porque a nuestro paso por la carretera vimos un par de pueblos completamente arrasados y con vehículos quemados, la típica imagen de una guerra africana. Esa misma tarde, buscando en internet y con el traductor de amárico (su lenguaje oficial) comprobamos que así había sido. No tiene nada que ver visitar este país con un tour organizado y preocupado de la seguridad y confort de sus clientes, que la seguridad personal en un viaje por libre. En nuestro caso, tuvimos un gran número de situaciones en las que se faltó a nuestro respeto con agresividad. Si bien no se nos agredió físicamente creemos que es absolutamente posible tener agresión físicas en este país. Sin embargo, enumeramos los comentarios de los viajeros independientes con los que coincidimos a nuestro paso por Etiopía (que cada uno extraiga sus conclusiones de si es seguro):
    • Pareja de suizos viajando en bicicleta desde Suiza hasta Sudáfrica. A su paso por el paso fronterizo de Metema con Sudán, en el lado etíope y en enero de 2019 hubo enfrentamientos tribales (que se escaparon a las recomendaciones de viaje de las Embajadas de USA, Alemania y España). Vieron muertos a los lados de la carretera y tuvieron que esperar dos días e ir en un convoy militar. Además, fueron encañonados con metralletas AK-47 y desistieron de seguir viajando en bicicleta en este país. Su comentario fue: id a Sudán en cuanto podáis: mucho mejor gente.
    • Jordi, francés viajando en bicicleta durante 2 años por todo el mundo: unos niños le tiraron una piedra en la cabeza (una práctica habitual de los niños en Etiopía con los extranjeros) y estuvo 4 días en el hospital. A los pocos días, retomó la bicicleta y un hombre lo tiró de la bicicleta en plena carretera e intentó matarlo con una piedra de grandes dimensiones. Salvó su vida porque en ese momento venía un autobús y el criminal salió corriendo. Desistió de seguir viajando en bicicleta en este país y se fue a Kenia. Su comentario fue: el peor país para viajeros de los 80 que conozco.
    • Martin (alemán), 15 años en bicicleta por todo el mundo y circunvalando África. Tras escuchar tantos comentarios negativos de viajeros por este país, cogió un autobús a Addis Adeba (una mancha en su historial de 15 años en bici) y un vuelo de Addis a Dubai.
    • Estadounidense cuyo nombre no recordamos: le robaron con violencia dos veces en el mismo día cerca de Addis Adeba. La segunda vez no tenía nada que darles. Además, nos contó de varios intentos de agresión haciendo autostop en este país.
  • Salud: no tuvimos que catar la sanidad etíope, pero nuestra recomendación es que contratéis un buen seguro de viaje como IATI Seguros, que es el que llevamos nosotros y por experiencia nos ha funcionado muy bien. Si lo contratáis a través de link os hacen el 5% por ser lectores de nuestro blog.
  • Confort: si se busca un mínimo confort en el viaje, en el sur de Etiopía es muy complicado encontrar un estándar de limpieza, luz y agua en los hoteles. Por otra parte, la acampada libre es muy complicada por la aspereza de la gente con los viajeros y porque hay muy pocos lugares sin habitar. Es un país tremendamente poblado en el mundo rural. Nosotros solo conseguimos  acampar una noche y el resto de noches montamos nuestra tienda encima de las camas de los «hoteles» (por unos 5-7 euros la habitación doble). En ese sentido, es muy recomendable llevar  una tienda de campaña autoportante (que no necesite de clavar las piquetas para sostenerse). La suciedad de estas camas y de los baños, aun después de haber dormido en auténticos cuchitriles africanos durante tantos meses, es algo que recordaréis si vais por esta región. Por otra parte, la comida etíope, a pesar de su relativa fama internacional, a nosotros nos pareció muy monótona y con sabores a los que no estamos acostumbrados como el agrio y picante, que asociamos con comidas en putrefacción. Personalmente, estuve malo de las tripas durante toda la estancia en este país. Es recomendable llevar hornillo multifuel para poder cocinar con gasolina (con gas ni pensarlo), aunque los ingredientes disponibles en esta zona del país son bastante básicos.
  • Dinero: hay multitud de cajeros en este país y se puede sacar dinero con una tarjeta Visa en la mayor parte de estos. Hay que tener en cuenta que el dinero que nos sobre solamente se puede cambiar de vuelta a dólares en el Banco Nacional de Etiopía en su sede de Addis Adeba, previa autorización del gerente (cuesta 5 minutos conseguir su firma) y la gestión completa en torno a 45 minutos/ 1 hora. En el aeropuerto solo hacen el cambio a moneda local pero no viceversa.
  • Transportes: es un verdadero dolor de muelas moverse en transportes públicos en este país. Muchas jornadas sacamos medias de menos de 30 km/h, comparable al norte de Mozambique. Es un timo constante el intentar cobrarte por llevar la maleta, que en ningún caso ellos pagan y también el de hacerte el «favor» de subir la mochila al techo de la furgoneta (inmediatamente después te piden dinero). Lo mejor es probar diciendo que vives desde hace un año en la capital y que conoces  cómo funciona el país. En un 80% de los casos te dejan tranquilo, aunque hay cobradores muy insistentes. En el sur de Etiopía, en muchos casos te dejarán en tierra si no estás dispuesto a pagar más que el resto de pasajeros y además pagar por la maleta, aunque signifique que pierdan ese cliente y tengan que esperar a otro.
  • Telefonía: nosotros nos hicimos una tarjeta con Ethio Telecom y la cobertura con internet era muy buena en gran parte del país.Salud: no tuvimos que catar la sanidad etíope, pero nuestra recomendación es que contratéis un buen seguro de viaje como IATI Seguros, que es el que llevamos nosotros y por experiencia nos ha funcionado muy bien. Si lo contratáis a través de link os hacen el 5% por ser lectores de nuestro blog.

2 comentarios en “Sur de Etiopía

  1. No es todo oro lo que reluce , pero esta experiencia os va a servir como algo que jamás vais a olvidar y lo más grande es que a mucha gente le habéis contagiado y os estan siguiendo en esta aventura ,así que sepáis que contáis con una gran cantidad de seguidores y de los buenos .Un beso muy fuerte para los dos.

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