«Días de mucho, vísperas de poco», qué decir de una vía que con la modesta longitud de 125m nos ha costado algo así como seis días de intentos (cuatro de ellos con meteorología más apropiada para comer chocolate con churros que para escalar). Es difícil concentrar en una vía así de corta tantas sensaciones. Es la navaja suiza del miedo en el primer largo y del agobio y saturación mental en el segundo, todo ello adornado con una roca maravillosa y unas vistas del valle del Ebro impresionantes.
El primer largo es un auténtica prueba de paciencia y finura de pies, en el que Javier sufrió el síndrome de la fobia a las chapas. Todo hay que decirlo, que abriéndolo nos diluvió en varias ocasiones y en distintas partes del largo, y la única forma de salir de allí fue seguir subiendo…
La primera reunión nos presenta ante un marcado «hueso» que comienza por una preciosa fisura de manos y puños. ¡Engaño! Esta fisura se va convirtiendo poco a poco en la pura apología del agobio en forma de chimenea estrecha en forma de «V». Seguro que más de uno pensará en salirse un metro a la izquierda para escaquearse de esta sensación y subir por un cómodo quinto, pero sí, la vía va deliberadamente por la chimenea.
El tercer y cuarto largo nos recordarán que la escalada en esta Sierra de Cantabria también puede ser agradable y disfrutona.