Jordania es el alumno bueno de la clase al que los profesores suelen rodear de los compañeros más movidos para poner algo de tranquilidad en el aula. No creo que haya un país en el mundo que tenga la dicha de estar rodeado de tantos estados tan peculiares y en guerra. Al Este: Arabia Saudí, de sobra conocido por su apertura social y religiosa, al Noreste: Iraq, al Norte: Siria, al Oeste: Israel y al Suroeste y separado por un estrecho Mar Rojo: Egipto.
Tras una escala de unas cuantas horas en Atenas, que aprovechamos para pasear por su centro histórico y recorrer el Acrópolis nos montamos de nuevo en el avión que nos llevará a Ammán, capital de Jordania. Son algo así como las tres de la mañana, y nos acaban de entregar el coche de alquiler en el aeropuerto con el que recorreremos el país. Sin pensárnoslo mucho y aprovechando el escaso tráfico de la madrugada, conducimos las casi cuatro horas hasta Aqaba, puerto jordano del Mar Rojo al que llegamos al amanecer. Una siesta temprana en el hotel para cargarnos de energía y nos dirigimos al tesoro sumergido de esta costa, su arrecife de coral lleno de vida. La temperatura del aire es suave y un intenso viento promete que la salida del agua en pleno enero sea de lo más «agradable». Con esta tesitura, Bea decide que me seguirá desde tierra firme. Hago tres inmersiones con las gafas y el tubo que hemos traído, saliendo directamente desde la orilla. Desde el primer momento, la buena visibilidad y la abundante vida marina serán la tónica del día. A escasos metros de la orilla, en la zona del pecio «Cedar Pride», un pez león se esconde en unas rocas. Un poco más adelante trato de seguir a una aguja de mar, que claramente me supera en un par de coletazos. La siguiente inmersión la haré en la cercana zona de «Japanese Garden», una maravilla para la vista por la calidad y el colorido de sus corales. Una multitud de peces de colores buscan su refugio entre estas formaciones. Tras calentarme un poco en la orilla, un local me guía hasta el pecio de un tanque militar que los jordanos han depositado allí para estimular el crecimiento de coral y del turismo. Como Bea no ha visto los peces en el agua, decidimos verlos fuera de ella en un auténtico restaurante de Aqaba, donde cenaremos de maravilla por unos cinco euros cada uno.

Corales del Japanese Garden en el Mar Rojo, en frente del Centro de Visitantes de South Beach, Áqaba

Pez payaso y su anémona, Áqaba

Pecio del tanque militar
Al día siguiente madrugamos para conocer el desierto de Wadi Rum. Dejamos nuestro coche de alquiler en el pueblo de Rum, un poco nerviosos al ver numerosos coches desguazados por sus calles y la mitad de su parque móvil con algún neumático pinchado. Llamamos a M’hammed, dueño del campamento donde dormiremos esa noche, que tras un té en su casa nos llevará en 4×4 por la arena hasta nuestra haima. Dejamos nuestros bultos y nos vamos a conocer el Wadi Rum a pie. En seguida nos damos cuenta de las dimensiones de las montañas que emergen de la arena, con paredes que superan los 600m, sin duda un paraíso para la escalada de fisuras y autoprotección. Esta vez no llevamos el material de escalada, aunque eso no quita que escalemos con la vista los diedros más marcados y las profundas canales que rajan estas tapias. Nos adentramos en el cañón Kazhali, conocido punto de agua para los beduinos desde hace miles de años, prueba de ello sus petroglifos en la arenisca que dibujaban un panorama de ibex salvajes. Continuamos la caminata atravesando varios campamentos abandonados bajo la sombra de las paredes, hasta llegar a un pictórico puente de roca. El silencio solo es roto por la arena movida por nuestros pies. Abrimos una lata de paté de Nalda y nos comemos una manzana de nuestros árboles mientras buscamos las diferencias entre el valle del Iregua y este desierto de Wadi Rum.

Parque móvil de Rum

Bea en el barranco de Kazhali, Wadi Rum

Puente de roca, Wadi Rum

Esperando al atardecer, Wadi Rum

Flora del desierto, Wadi Rum

Alrededores del Jebel Kazhali, Wadi Rum
Iniciamos el regreso para encontrar un buen sitio donde contemplar el atardecer libre de interferencias con estas grandes paredes. La gran cantidad de polvo en suspensión tiñe el cielo de ocre mientras las sombras se apoderan de la arena durante unos minutos de magia… A la vuelta al campamento nos espera una deliciosa cena beduina a base de pollo, patatas y calabacines, cocinados dentro de la arena. Compartimos este momento con dos holandeses, que al igual que nosotros están sorprendidos por la ausencia de viajeros en esta zona, contaminada por la fuerza de los medios de comunicación y sus noticias de los países vecinos. Ella trabaja para Médicos sin Fronteras en el joven estado de Sudán del Sur (independiente desde 2011), y nos cuenta la dura experiencia de trabajar en un hospital al que solo puede llegar en helicóptero, rodeado de milicias armadas. La noche se alegra cuando los trabajadores del campamento sacan los instrumentos musicales, e iluminados por el rojo de las ascuas nos deleitan con su música tradicional.

Paredones de arenisca, paraíso de los puentes de roca para la escalada de autoprotección, Wadi Rum

Más tapias de alrededor de 400m, Wadi Rum

Atardecer mágico en Wadi Rum
Al día siguiente nos proponemos rodear a pie el Jebel Ulaydiyya, del cual nos han hablado de esconder unas preciosas dunas de arena roja. Disfrutamos un montón de las grandes paredes y del aislamiento de este lugar. Tras casi tres horas caminando y no habiendo completado más que la mitad del recorrido llegamos a la casi demolida casa de Lawrence de Arabia. En este punto conocemos a Fernando y Gloria, de Sevilla, las únicas personas que vemos en el día, que nos invitan a compartir el recorrido en su 4×4 de alquiler. En un momento cargamos nuestras mochilas en el vehículo y recorreremos muchos rincones del desierto que difícilmente habríamos conocido a pie en una semana. Pasamos un muy buen rato con ellos subiendo y bajando dunas y hablando de otros viajes. Por la tarde haremos el recorrido hasta nuestra siguiente parada, Petra. Con la última luz del día visitamos las ruinas de Little Petra (gratuitas), y buen antecedente de lo que nos deparará el día siguiente.
Petra es la gran joya histórica de Jordania. Capital de los nabateos, pobladores procedentes de lo que hoy es Arabia Saudí y Yemen. Inicialmente, hace aproximadamente unos tres mil años se asentaron en la llanura y cuando descubrieron que los barrancos cercanos recogían gran cantidad de agua, se mudaron a ellos. En esta época de grandes caravanas de camellos, de varios miles, custodiados hasta por ejércitos, el agua era esencial para completar el recorrido. En ese sentido, Petra se encontraba en un punto estratégico para estas caravanas, ya que los camellos necesitan beber como mucho cada siete días. Así pues, el agua significaba una fuente de riqueza para los nabateos, que permitió el desarrollo de su civilización. Admiradores y no competidores de los griegos, tomaron el estilo clásico de sus columnas corintias y sus frontones como la prueba más espectacular de su estilo, al cual también añadieron componentes del estilo egipcio. Solo que a diferencia de los griegos, los nabateos tallaban de una sola pieza y en la misma roca sus obras. Olvidada por el resto del mundo durante muchos cientos de años, fue re-descubierta por Johann Ludwig Burckhardt en 1812, habiéndose hecho pasar por musulmán indio, estudiando la lengua árabe y el islam, para que los beduinos accediesen a enseñársela.

Barrancos de la ciudad antigua de Petra

Temprano en el Monasterio de más de 40m de altura. Véase que ha sido tallado de una única pieza de la montaña que la rodea

Bea con la famosa portada del Tesoro, Petra

Portada del Tesoro con la primera luz del día, Petra
El barranco del Siq, de aproximadamente un kilómetro de longitud y de en algunos puntos apenas cuatro metros de ancho y cien de alto, esconde la joya más conocida de Petra, la portada del Tesoro, tumba del rey nabateo Aretas IV, coetáneo de Cristo. El estado de conservación y las dimensiones son magníficas, y a pesar de haberla visto unas cuantas veces en imágenes sigue resultando impresionante a la vista. Sin embargo, Petra es mucho más que la portada del Tesoro y caminamos unos 25km por sus ruinas y barrancos, destacando la portada del Monasterio y el alto lugar del Sacrificio, un poco más alejados de las cámaras de fotos del Siq. Al día siguiente volvemos a entrar a Petra y tenemos la suerte de coincidir con un grupo de españoles con guía, a los que nos juntamos delicadamente y así entenderemos muchos de los elementos de la cultura nabatea. Por ejemplo, el papel fundamental de la mujer en su cultura, que podía hacer contratos de compra venta y cuyas dioses originales eran mujeres.
Esa misma tarde, continuamos el camino hacia el norte siguiendo la Ruta del Rey. Hacemos una parada en el castillo de los cruzados de Shaubak, en su defensa del cristianismo. Bajamos un puerto de montaña, que sería digno de mención en el Tour y continuamos descendiendo hasta la mayor depresión del planeta, el Mar Muerto, a 416 metros bajo el nivel de los otros mares. Es viernes, día festivo para los jordanos y la gente pasa el día en familia cerca de la carretera. Aparcamos cerca de la orilla del Mar y el padre de familia nos recibe con un plato con cuatro piezas de pollo con un «Welcome». Este es un ejemplo de la hospitalidad jordana, que en ningún caso se hace pesada. Escogemos una cala sin nadie y dejamos la ropa en la sal, que hace las veces de arena. Según nos vamos metiendo en el agua se siente que la flotabilidad es muy superior a la de los mares que conocemos. Nos hacemos la clásica foto leyendo mientras flotamos y disfrutamos de un atardecer precioso en el que el mar y el cielo se funden en tonos esmeralda pastel. Tanta belleza, se ve coartada por la sal en nuestra piel, que más bien parece un cacahuete salado. Continuamos el trayecto hasta Madaba, donde encontramos un agradable hotel y nos damos una merecida ducha.

Orilla del Mar Muerto, mayor depresión del planeta a 416m bajo el nivel de los otros mares

Sí, es verdad, se puede flotar y leer, Mar Muerto

Atardecer en el Mar Muerto
Cenamos humus y mutabal (pasta de garbanzos y berenjena), festival de los gases nocturnos que harán levitar nuestras sábanas. A la mañana siguiente visitaremos la Iglesia ortodoxa de San Jorge con un bonito mosaico a forma de mapa de Tierra Santa. Advertidos por la borrasca que traerá nieve decidimos cambiar el plan que teníamos de ver Madaba por conocer Jerash, la joya romana de Jordania. Con un cielo amenazante nos afanamos en recorrer la magnífica plaza oval de columnas jónicas, la calle columnada de 800 metros, el arco de Adriano, los templos de Artemisa y de Zeus, y sus dos impresionantemente bien conservados teatros. Esta ciudad, perteneciente a la decápolis romana (liga de las diez ciudades más influyentes romanas), es sin duda una de las mejor conservadas hasta la fecha.

Plaza Oval de Jerash

Calle columnada de 800m en Jerash
Al igual que en otras joyas históricas como Petra, Machu Pichu, Teotihuacan, o Tikal, las ciudades modernas de sus alrededores es como si hubieran gastado su buen gusto en el pasado y en la actualidad evocan la definición de cutre. Por ello, decidimos regresar hasta Madaba en lugar de buscar un hotel en la nueva Jerash. La borrasca se adelanta un poco a los modelos meteorológicos y este trayecto se convierte en una odisea. La niebla más densa que hemos vivido, acompañada de tráfico intenso y de noche hace que cuando lleguemos al hotel nos sintamos casi como en casa. Al día siguiente, tras una visita bajo la lluvia en Madaba con Jorge, madrileño afincado en Polonia, recorremos lo visitable de la ciudad y emprendemos el camino al aeropuerto antes de lo previsto para evitar la nieve, en un país en la que no están acostumbrados.
Han sido unos días magníficos en un país que nos ha sorprendido gratamente por la hospitalidad de sus gentes y seguridad generalizada, y evidentemente, ¡por sus preciosos rincones!
Que país tan increíble. Me sorprende lo que dices de la seguridad. Así apetece acercarse a este rincón tan diferente del mundo occidental que conocemos. Muchas gracias por contarnos tu viaje. Siempre es un placer leerte.
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