La carretera repta por colinas tapizadas de verde mientras los campesinos que las recortan se vuelven a mirar quién pasa por la carretera esa mañana de agosto. Al rato y sin prisa, continúan con la labor de acumular esa hierba en grandes montones para el duro invierno de los Balcanes. Tras coronar un alto trecho, en el fondo del valle se abre la tristemente conocida ciudad de Móstar, terriblemente bombardeada y sitiada durante dieciocho meses entre 1992 y 1993. La lucha entre cristianos y musulmanes, calle a calle, barrio a barrio, muerto a muerto, dejó un saldo de más de seis mil heridos y dos mil vidas, en su mayoría musulmanes, hoy repartidos en cementerios improvisados entre las casas, en lo que probablemente antes de la guerra eran parques y jardines. Los reporteros de guerra abrían las noticias en esos días con la caída del Puente Viejo, bombardeado deliberadamente por bosnio-croatas, por lo mucho que significaba para el patrimonio cultural bosnio. Afortunadamente, hoy reconstruido, sigue uniendo la ciudad sobre el río Neretva. Mientras nos tomamos un helado, no podemos obviar mirar las ruinas de viviendas atacadas, cubiertas ahora de vegetación. También abundan aquellas casas que corrieron mejor suerte y todavía lucen los impactos de bala y de morteros, sin duda, memoria histórica. No parece casualidad que las torres de las iglesias cristianas, reconstruidas tras los bombardeos, se levanten por encima de los minaretes de las mezquitas…

Puente sobre el río Neretva reconstruido, el original fue bombardeado por bosnio-croatas en la guerra de los Balcanes, Mostar
Esa noche cenamos la comida típica del barrio musulmán, Borek (hojaldre de verduras y queso) y Cevaci (empanada de salchichas de cordero y pollo) y de postre, dulces árabes con miel. El precio total para cinco personas, 16 euros, la tónica general de este país, que todavía no se ha abierto al turismo como sus vecinos. Esa noche, Javier y yo dormiremos en el descampado que dejó una vivienda bombardeada junto al río. La buena cena que nos hemos pegado nos hace dormir como troncos, sin caer en pensar en los fantasmas de este sitio.
La mañana siguiente visitaremos la cercana surgencia de agua de Blabaj, incrustada en un pórtico natural de roca. Este enclave ha sido lugar de retiro espiritual durante siglos para los bosnios, y hoy está más adaptado a la vida moderna con sus buenos restaurantes y tiendas de regalos religiosos musulmanes. Es curioso cómo estos regalos suelen coincidir independientemente de la religión que sea: dedales, tazas y cucharas. Personalmente, si alguien me regala algo así alguna vez, será motivo suficiente para retirar la palabra. Continuamos nuestro camino visitando un museo de guerra en Jablanica, enfocado a la Primera y Segunda Guerra Mundial y ensalzando la figura de su dictador comunista Tito. En esta ciudad todavía yace caído el puente bombardeado en los años 40. Tras un baño en un cercano lago para refrescarnos de tanta bomba, proseguimos hasta Sarajevo, una ciudad hecha para ser paseada. Caminando por sus calles se respira tranquilidad y jovialidad. Muchos jóvenes charlan en terrazas, los mismos que hace 20 años corrían de un lado de la calle al otro para evitar el fuego de los francotiradores. La ciudad esconde bellos rincones como la biblioteca (reconstruida con dinero español), las callejuelas de su zoco y las coquetas mezquitas que llaman a la oración. Es destacable la célebre esquina donde Princip (serbio) acabó con la vida de Francisco Fernando y Sofía, archiduques herederos del imperio austro-húngaro, detonante de la Primera Guerra Mundial (28 de junio de 1914 el asesinato, 28 de julio la declaración de guerra a Serbia, 5 de agosto reacción de los primeros países aliados contra el citado imperio y Alemania).

Lugar donde se asesinó a Francisco Fernando y Sofía, archiduques herederos del imperio austro-húngaro y detonante de la Primera Guerra Mundial
Esa misma tarde, empapándonos de lo allí ocurrido, visitamos la espectacular exposición fotográfica del genocidio de Srebrenica (recreado en la película «Tras la línea enemiga»). Paramilitares serbios («Los Escorpiones») acabaron con la vida de ocho mil civiles bosnios (durante pocos días de julio de 1995), ametrallándoles sin piedad dentro de escuelas. Esto ocurrió, paradójicamente, después de que Srebrenica fuese considerada la primera zona Segura por las Naciones Unidas. El genocidio ocurrió bajo la estúpida mirada internacional y de los 400 Cascos Azules holandeses que allí se encontraban, que incluso ayudaron a montar a los bosnios en los autobuses serbios con destino a una fosa común. Afortunadamente, EEUU puso fin a esta guerra haciendo un listado de las obras públicas serbias que iría bombardeando desde el aire hasta que Serbia, Bosnia y Croacia firmasen la paz, que ocurriría en los Acuerdos de Dayton, el 21 de noviembre de 1995. Probablemente, si hubiese sido por el resto de países europeos, el destino de la Guerra hubiera sido diferente. Sin duda una de las exposiciones más impactantes que he visto en mi vida.

Graffiti hecho por los bosnios de Srebrenica, antes de ser masacrados por paramilitares serbios ante la mirada inútil de los Cascos Azules de las Naciones Unidas. Fotografía, exposición del genocidio de Srebrenica en Sarajevo

Excavación de las fosas comunes de Srebrenica. Fotografía de la exposición del genocidio de Srebrenica en Sarajevo merecedora de Pulitzer
Hablando con los habitantes de Sarajevo, quieren olvidar la guerra y mirar hacia adelante. La nueva Bosnia es la de la recepcionista del hotel: «mi novio es serbio, yo bosnia y mi madre croata», o la del camarero de aquel bar: «aquello ya pasó, mi padre es ortodoxo, mi madre musulmana, yo no creo en nada…»
Madre e hijo auténticos .los paisajes de un relax ,aunque antes todo esto solo fuera desolación y destrucción.
La nueva Sarajevo,algo sorprendente después de la guerra y vosotros disfrutando de estas cosas tan bellas , como que nos hacéis sentir un poco de rabia
¡ Hasta la siguiente !
Me gustaLe gusta a 1 persona