Qué bueno es tener unas expectativas bajas de un lugar para generar sorpresa. Habíamos escuchado varias veces el “toniquete” de por qué a la gris y aburrida Bogotá y no a la primaveral y colorida Medellín. Justificaciones laborales aparte, alquilamos un estudio en el barrio de Belalcázar de Bogotá, que resulta ser un oasis de tranquilidad, servicios y jardines. Mientras la ciudad arde literalmente ( más de mil autobuses públicos, el 50% de las estaciones de metro-bus y el centro de la ciudad son vandalizados durante protestas que se suceden cada día), nosotros disfrutamos de la calma necesaria para poder trabajar. Comulgamos con los objetivos de los manifestantes, en su mayoría jóvenes que aspiran a un estado más justo y menos violento, pero preferimos ser espectadores de esta revolución y no ponernos delante de la policía de antidisturbios de este país, el ESMAD, dura entre las duras.

Bogotá tiene una enorme oferta cultural de museos, gratuitos en domingo. El museo Nacional ofrece exposiciones temporales impresionantes como la de Hijas del Agua, un trabajo de 3 años recorriendo y fotografiando las tribus más aisladas de este país; el Museo del Oro, con la mayor colección de orfebrería en oro precolombina que uno se pueda imaginar, casi 5.000 objetos de oro que escaparon a la fiebre de los españoles y hoy se encuentran en un museo muy particular, una inmensa caja fuerte suiza; el museo de Bogotá, que analiza desde una perspectiva costumbrista cómo se vive en una sociedad dividida en estratos; la Casa Museo de Simón Bolívar, donde vivió el famoso libertador y el Centro de la Memoria, donde se pretende recoger parte de la compleja guerra civil colombiana, una guerra informal de alta frecuencia y baja intensidad, que escapando de los medios de información fue sumando 220.000 muertos en las últimas décadas, millones de desplazados, miles de secuestrados y una gran brecha social en este país, una brecha que seguro es un factor en la ignición de las protestas actuales.






En relación con los estratos, el país está dividido en 6 niveles, siendo el 1 el más bajo y el 6 el más alto. Un estrato 1 corresponde a una familia que vive en una casa extremadamente humilde, mientras el 6 corresponde a una casa muy pudiente. Los impuestos y el acceso a las ayudas sociales dependen, por lo tanto, de la casa donde se vive, la cual es calificada por un inspector en función de los acabados de los suelos, disponibilidad de agua caliente, tipo de tejado, etc. En nuestra opinión, la división en estratos no deja de ser más que un tipo de división por castas en el que acaba importando más lo que se tiene, o se aparenta tener, para definir el ser.
Al día siguiente de llegar a Bogotá nos apuntamos a un rocódromo para mantener un poco la forma física y ese mismo día conocemos a Agustina, una simpática argentina que ha escalado por medio mundo y que nos invita a acompañarla los fines de semana a conocer la gran oferta de roca que tiene Bogotá. También gracias a Agustina conocemos a Jaime, un famoso artista colombiano con el que también escalaremos. La cercana Choachí, a apenas 35km de Bogotá, fue hasta 2016 zona roja, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz con las FARC, es decir una zona con posible control guerrillero y, por lo tanto, evitado por todo aquel que no fuese un gran amante del peligro con mayúsculas. Por ello, desde 2016 los bogotanos han descubierto la cantidad de roca que hay en Choachí, con lugares tan increíbles como el Valle Escondido, el Rinconcito y Agua Dulce y han equipado multitud de vías de escalada en un entorno fabuloso y a una altura de casi 3.000m. Resulta llamativo que los propios escaladores equipen rutas con dinero de su bolsillo (una vía puede costar unos 30 euros en anclajes metálicos y estamos hablando de docenas de vías) y que esto lo hagan dentro de una propiedad privada de un particular; la misma historia del resto de Colombia: el campo suele ser privado. El dueño del terreno se aprovecha del trabajo y del dinero de los escaladores, a la vez que cobra a cada escalador por el ingreso en su terreno y por aparcar, una simbiosis perfecta para el propietario del terreno y algo que no hemos visto en ninguna otra parte.




También cerca de Bogotá se encuentran las paredes de Suesca, donde comenzó la escalada en Colombia, un lugar que mantiene una ética bastante potente y en la que se priorizan los seguros flotantes frente a los seguros fijos, con el objetivo de evitar taladrar la roca y potenciar el factor psicológico en la escalada.
Otra de las grandezas de Colombia, el segundo país más biodiverso del planeta es su variedad de climas y bosques. Concretamente, Colombia alberga la mayor extensión de páramos, terrenos ubicados a más de 2.500m, con una vegetación totalmente diferente a la de zonas a menor altitud y hogar de multitud de lobelias, aquí conocidas como frailejones y que también pudimos disfrutar en las montañas del Virunga en Uganda y en el monte Kenia, así como de musgos y lagos. Bogotá alberga varios páramos, algunos tan especiales como el de Chingaza, con presencia del esquivo oso de anteojos, un animal raro entre los raros. Sin embargo, la complejidad de visitar este parque nacional hace que nos decantemos en conocer el páramo de Matarredonda, al cual nos lleva el profesor Camilo con el que trabajo y su mujer Sandra, a apenas 15 km de nuestra casa.


Otro de los elementos que nos llaman la atención en Bogotá es que el reciclaje no está centralizado y en su lugar son casi 11.000 las personas que recorren a diario la ciudad arrastrando carros y separando con sus manos muy frecuentemente desnudas el plástico, vidrio y metales. Muchos de ellos son venezolanos, recién llegados, quienes en sus carros llenos de basura llevan también a sus hijos. También muchos de ellos pernoctan cada noche en el mismo carro donde transportan su basura. En el pasado eran animales los que arrastraban los carros, pero la Alcaldía decidió cambiar la imagen de una Bogotá llena de animales de tiro por una mucho más “desarrollada” ciudad de carros de tiro humano. – El vidrio cotiza a 2 céntimos de euro el kilo, mientras que el cartón a 7, el plástico a 13 y las latas a 67 céntimos, nos dice una recicladora venezolana recién llegada. -En un buen día nos podemos sacar hasta 12 euros entre dos personas y los porteros de algunos edificios de estratos altos (donde previsiblemente habrá más latas) se han comprometido en dejarnos la basura a nosotros, nos cuenta con el orgullo de aquel que escapa de un país donde su salario mínimo mensual no da ni para comprar un cartón de huevos – y no es ninguna exageración. Como soy aficionado a los números me doy cuenta de que esa mujer necesitará arrastrar casi 550 kilos de vidrio, tirando del carro durante kilómetros entre la caótica circulación de Bogotá para hablar de un buen día. Tras conocer lo que se esconde detrás de nuestra basura, lavaremos los envases de plástico para hacerles un poco más agradable su trabajo. Los martes y jueves una multitud de personas arrastran sus carros por nuestra calle y cuando entrego mi basura a un reciclador su respuesta es “gracias”. En pocos lugares al entregar nuestros deshechos recibiremos una respuesta semejante.



Bogotá es además una brújula social, a grandes rasgos, el norte es rico y desarrollado y el sur pobre y peligroso. Distritos como Ciudad Bolívar en el sur, albergan a los cientos de miles de personas -muchas de las cuales indígenas que llevaban milenios en sus territorios- que tuvieron que abandonar sus casas en el mundo rural durante los episodios de guerra. Colombia es el país del mundo con más desplazados internos. Por norma general, tanto las guerrillas como los paramilitares cometían masacres por donde pasaban y daban un ultimátum de 24 horas a los sobrevivientes para que abandonasen la zona. El resultado es que salían con lo puesto. ¿A dónde? A los suburbios de las principales ciudades del país. Desamparados de su actividad económica del mundo rural (agricultura y ganadería), la ciudad y más aún en estos suburbios, se volvía para ellos un mundo hostil. Llama la atención charlar con los indígenas Emberá-Chamí, habitantes tradicionales del valle del Cauca, que venden sus artesanías en el suelo del centro de Bogotá; todos comparten una misma historia: familiares asesinados por guerrilla o paramilitares, éxodo y abandono estatal en los suburbios de la capital. Todo esto también es Bogotá, también es Colombia.
Que curioso lo de la escalada 🙂 estamos poniéndonos al dia de vuestro recorrido, valientes!! 🙂
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Gracias Laura! Un abrazo!
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