Lesotho, el reino entre montañas

El sol ya coqueteaba con el horizonte cuando cruzamos el puente sobre el río Mohokare, la frontera natural entre Sudáfrica y Lesotho. Los vendedores ambulantes del lado basotho nos daban la bienvenida a este reino de montañas, cuya altitud mínima se encuentra por encima de los 1.400m, convirtiéndolo así en el país con la mayor cota mínima del mundo. Bordeado por las cordilleras Maloti al norte y Drakensberg al este, la mayor parte del territorio de Lesotho son montañas y poblados dedicados al pastoreo y a la agricultura heroica.

Hacemos una parada en la carretera para probar unas “makoenyas”, una especie de rosquilla frita con forma de bola y continuamos el camino ya de noche hacia la cueva de Ha Kome, donde acamparemos en sus alrededores. A la mañana siguiente, cuando levantamos la cremallera de la tienda de campaña nos sorprende ver la estampa de unos tipos con pasamontañas, botas de agua y cubiertos con mantas de lana llamadas “kobo”, azotando a los burros en su camino hacia las colinas aterrazadas y abrasadas por el intenso sol de altura. Su mirada, profunda desde el amanecer, se rompe cuando nos saludan con una sonrisa al vernos todavía en el saco de dormir. Lesotho es el país de las mantas de lana y la mayor parte de la gente rural hace gala de llevarlas a modo de túnica, aun cuando la temperatura ambiente esté a más de 30ºC.

Las cuevas de Ha Kome fueron pobladas desde la antigüedad por los bosquimanos, pueblos nómadas que poblaron buena parte del cuerno de África con un gran respeto por el medio en el que vivían. Prueba de ello queda su escaso impacto sobre el mismo más allá de sus bellas pinturas rupestres. En los siglos XVIII y XIX estas cuevas fueron pobladas por basothos huyendo del canibalismo, que encontraron un escondite bajo sus desplomes y desde entonces han estado pobladas de forma ininterrumpida por la familia Teleka. Concretamente, un miembro de esta familia, con una voz grave como si resonase dentro de su cueva, se ofrece a enseñarnos sus viviendas y forma de vida, intactas durante siglos. La viejilla del poblado nos agarra a Bea y a mí del brazo para que nos sentemos con ella en la puerta de su casa bajo el sol de la mañana. Nos habla, aunque no entendemos nada y un escalofrío recorre nuestro cuerpo al ver lo diferente que puede ser la vida según donde se nazca.

Pastor típico de Lesotho con su manta

Pastor típico de Lesotho con su manta «kobo» clásica. Cortesía: Josu Díez

Poblados de pastores clásicos en Lesotho

Poblados de pastores clásicos en Lesotho

Poblado de Ha Kome construido por pobladores basotho huyendo del canivalismo, Lesotho

Poblado de Ha Kome construido por pobladores basotho huyendo del canibalismo, Lesotho

Desde Ha Kome, continuamos la ruta hacia la colina de Thaba-Bosiu, el lugar donde se cuenta que se fundó la nación de Lesotho allí por 1820, cuando el rey Moshoeshoe unió a las distintas etnias basotho dispersas por los ejércitos zulús y ndebele. Para hacer frente a los posibles ataques boers (holandeses granjeros llegados en el siglo XVIII), el rey pidió ayuda al ejército británico, convirtiéndose así en un protectorado hasta 1966, cuando logró la independencia. Entre hierbas pajizas suavemente mecidas por el viento, se encuentra el humilde cementerio real donde descansan los últimos reyes, junto a sus mujeres e hijos, entre piedras rudamente colocadas sobre el suelo, que más bien parecen los muros caídos de un establo que la tumba de reyes.

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Pastor con el sombrero típico de Lesotho llamado Mokorotlo

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Vistas desde Thaba – Bosiu, lugar donde se fundó la nación de Lesotho

Por la tarde, nos dirigimos a Semonkong para conocer las cascadas de Maletsuyane, de más de 200 metros de caída. El espectacular entorno de paredes basálticas desgarradas por el agua nos sobrecoge y nos deja con ganas de conocer las cascadas de Ketane, de menor altura que las de Maletsuyane, pero mucho más remotas. Sin embargo, nuestro intento de ver estas cascadas se ve frustado ya que no conseguimos gestionar esta aventura por nosotros mismos. Nos obligan a contratar un guía a pesar de disponer la ruta en el GPS y, unánimemente, decidimos continuar con la ruta por el sur de Lesotho hasta llegar a nuestro siguiente destino: Malealea. Malealea es un conjunto de más de 15 pueblos dibujados sobre un paisaje de colinas rojizas, cuya comunicación entre ellas discurre por caminos de herradura y sendas de burros. Ante esta situación debemos dejar a buen resguardo el coche, uno de los problemas que tiene un viajero cuando se tiene mucho que perder económicamente. Algo que se descubre rápidamente cuando se viaja por estos países en un medio propio es la gran comodidad y flexibilidad que proporciona, pero también la gran brecha que se abre con la gente humilde, quien ni con todos los ahorros de una vida podría permitirse comprar algo así. Por esta relación con la gente, poco tiene que ver un viaje por África en coche propio con uno usando los medios que usa la población local; aunque tras más de 10 horas dando tumbos en camiones de ganado, uno se suele comer estas palabras con facilidad.

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Panorámica de la cascada de Maletsuyane de 200m en Semonkong, Lesotho

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Cascadas de Maletsuyane

En Malealea buscamos una casa con valla y hablamos con su dueña. Tras media hora de conversación esta accede a dejarnos dormir y a aparcar el vehículo en su propiedad, así estará a buen recaudo mientras nosotros caminemos al día siguiente. A cambio, le preparamos una rica cena para ella y para tres niños que se descolgaron por allí atraídos por el buen olor de un plato de comida caliente.

Al día siguiente, mientras buscamos unas pinturas rupestres de las que habíamos leído que existían en este valle, preguntamos a un campesino y éste manda a su nieta de apenas 6 años a que nos guíe al lugar. Ella toma la delantera y abre camino descalza por el sendero hasta el cañón donde se esconden las pinturas. Su cara seria refleja el compromiso de guiar a estos blancos flaquitos venidos desde tan lejos a conocer estas excelentes pinturas rupestres de los bosquimanos en las que representaban escenas de caza y animales salvajes con una gran precisión. En el camino, un pastor sorprendido se acerca a nosotros. Resulta ser el padre de la niña y también nos acompaña a visitar este museo al aire libre disfrutando de una preciosa mañana en su compañía hasta que el sol del mediodía comienza a apretar. Para refrescarnos, esa tarde nos bañaremos en la preciosa cascada de Botsolea recordando la hospitalidad de la gente humilde.

Con nuestra pequeña gran guía Yadis en busca de las pinturas rupestres de Malealea

Con nuestra pequeña gran guía Yadis en busca de las pinturas rupestres de Malealea. Cortesía: Josu Díez

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Escena de caza en pinturas rupestres bosquimanas en Malealea

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Baño refrescante en la cascada de Botsolea en Malealea

Esa noche volvemos a dejarnos caer por casa de la mujer que nos guarda el coche. Ha preparado la masa de varios kilos de “makoenya”, esas bolas de masa frita, que bajo distintos nombres unen gastronómicamente a este continente. Ella toma asiento y nos indica que seamos nosotros los que las friamos. A este festival de hidratos de carbono añadimos un kilo de espaguetis de cosecha propia, que cocinamos con un caro bote de salsa de tomate italiana. A diferencia de la noche anterior, que rozamos el sobresaliente con nuestra cena, esta noche no rozamos ni el aprobado para esta mujer y niños, quienes, al probar nuestros espaguetis ponen la cara que pondría un vegano al probar los sesos de cordero. Para arreglarlo, sacan un bote de kétchup entre risas y sin ninguna vergüenza revientan nuestra receta. Después del resultado de esta cena, que bajaría los humos a cualquier cocinero de renombre, como diría Sabina: -Era la hora de huir-, y emprendemos el camino hacia la costa sur de Sudáfrica, donde nos quedaremos los próximos diez días.

Cenando en Malealea con Marinetti, la mujer que nos dejó dormir en su casa

Cenando en Malealea con Marinetti, la mujer que nos dejó dormir en su casa

4 comentarios en “Lesotho, el reino entre montañas

  1. Este viaje me ha encantado porque veo que aunque pobres viven en casas dignas.Los paisajes son alucinantes y con una temperatura explendida.El relato no puede ser más eficaz pues parece que nos trasladamos a esa aventura con vosotros y con la rabia de no haber podido acompañados pero por lo menos disfrutamos con vosotros Un beso muy fuerte para los dos ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Hasta la próxima! !!!!!!!(*

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