Chile, de sur a norte

Siguiendo con la tradición de los viajes en familia, este año hemos tirado la «house» por la «window»y nos hemos reagrupado en Chile. Javier, que trabajaba en Santiago, se ha encargado de prepararnos bien mascadito un recorrido por los puntos calientes de Chile. Irene y yo estamos en el norte de Italia y volaremos desde Milán, y mis padres harán lo mismo desde Madrid. Es una forma poco común de reducir el riesgo de viajar todos en el mismo avión…

Una vez reagrupados y de haber dejado los bultos en un albergue de mochileros en la capital, conocemos algunos de los encantos de Santiago. Comenzamos subiendo el cerro San Cristóbal, que se erige sobre la ciudad y sirve de pulmón para contrarrestar el denso aire que dejan los automóviles. Tras refrescarnos con un «mote con huesillo» en la cima (bebida basada en un almíbar de frutas con granos de trigo cocidos), bajamos en el tren de cremallera derecho al más que recomendable restaurante «Galindo». El «lomo a lo pobre» (al entrecot lo llaman lomo y todo lo empobrecido significa que va acompañado de huevos fritos y cebolla caramelizada), «pastel de choclo» (pastel de maíz dulce) y la parrillada (también empobrecida) de este restaurante deberían aparecer en cualquier guía turística de  la capital. El día siguiente continuamos con la visita a Santiago conociendo el Palacio de la Moneda, donde el legítimo presidente Salvador Allende fue bombardeado y muerto durante el golpe de estado del general Pinochet. En sus últimas palabras vaticinaría que solamente lo sacarían de allí con los pies por delante, y así fue.

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Vistas de Santiago de Chile desde el Cerro San Cristóbal

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Vistas de Santiago de Chile desde el Cerro San Cristóbal

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Cenando en el «Galindo», Chile

De allí caminamos hacia el  mercado Central, con su incesante trasiego de verduras, carnes y pescados. El mercado de pescados es un excelente punto para degustar el exquisito congrio chileno y refrescarse con unas cervezas (mis preferidas las «Austral Calafate»). Por la tarde, conocemos el museo de la «Memoria y de los Derechos Humanos» (gratuito) y que explica de forma muy detallada cómo fueron los últimos momentos del gobierno de Allende, y la represión de la dictadura de Pinochet; una iniciativa de preservar la memoria histórica, que poco tiene que ver con lo que tenemos en España.

Al día siguiente cambiamos de registro y volamos a Punta Arenas, en la Patagonia chilena. Sin apenas haber visto la ciudad, tomamos un autobus a Puerto Natales y de allí otro al Parque Nacional de las Torres del Paine (en total unas cuatro horas de trayectos). Nuestro objetivo es el famoso trekkin de la «W», se le llama así por la forma del recorrido, de unos 75km. Comenzamos atravesando el lago Pehoe en un catamarán que nos lleva derecho al Campamento Paine Grande. La vista de los colmillos de granito amarillo de un kilómetro de altura solo eran interrumpidas por el viento racheado en la cubierta del barco. Tras desembarcar, elegimos un sitio más o menos llano y protegido del viento por una colina para montar nuestras tiendas de campaña y así evitar que vuelen. Esa noche hacemos una cena frugal a base de chorizo, ya que no conseguimos comprar gas para nuestro hornillo y así poder cocinar. Además, Javier, el superintendente de este viaje se ha dejado un kilo de pasta en Santiago. Todo apuntaba a que sería un trekkin de muchas sensaciones, pero que no sería recordado por su comida. Al día siguiente, mientras caminamos hacia el refugio y glaciar de Grey hacemos varias paradas para coger frutillas silvestres previendo lo que se avecinaba. El primer tramo del recorrido, más cercano al Campamento Paine Grande, está desolado tras un fuerte incendio provocado involuntariamente por un israelí que preparó un hornillo casero a base de una lata de atún con «aceitillo» y un pañuelo de papel a modo de mecha. Las vistas del glaciar de Grey y del lago donde muere su morrena son increíbles. Es recomendable caminar una hora más allá del refugio de Grey, hasta el segundo puente colgante para obtener la mejor panorámica. De allí volvemos a dormir a nuestras tiendas en Paine Grande. Afortunadamente, durante el camino de vuelta conocemos a unos chilenos que acaban ese día el trekkin y nos ofrecen su gas y algo de comida. Hacemos nuestro el dicho «todo es bueno para el convento». Esa noche cenaremos caliente.

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La familia al completo en el lago Pehoe, Parque Nacional de las Torres del Paine

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Al mal tiempo mala cara, trekkin W, Parque Nacional de las Torres del Paine

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Incluso bajo la lluvia el paisaje es impresionante, Parque Nacional de las Torres del Paine

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Glaciar de Grey, Parque Nacional de las Torres del Paine

El día siguiente continuamos la «W» hacia el Campamento Francés, donde dormiremos. Tras montar nuestra tienda y dejar las mochilas, continuamos ligeros al imponente mirador del Campamento Británico. Es un lujo disfrutar de un día de sol y sin viento con estas vistas. De vez en cuando, el silencio se rompe por las avalanchas de nieve que caen a lo largo de la monstruosa pared Este de la cumbre Principal del Paine Grande. El tiempo en la Patagonia cambia muy rápido y esa noche nos cae un buen repaso en forma de lluvia. Menos mal que nuestras tiendas parece que aguantan el riego. Por la mañana caminamos bajo la lluvia y el viento racheado un par de horas hasta que amaina el temporal y nos permite disfrutar de las vistas en el valle del Campamento de Torres, donde dormimos. Este campamento está totalmente saturado de gente, ya que a diferencia de los otros es el lugar donde se duerme para ver las Torres del Paine, que dan nombre al parque. Madrugamos cuando todavía es de noche para ver el amanecer enfrente de las Torres, ¡de un kilómetro vertical!, y ver cómo se van anaranjando según les va dando el primer sol.

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Cara Este del pico Principal Paine Grande

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Amanecer en las Torres del Paine con las mismas zapatillas que me acompañaron hace dos años en Alaska y en otras muchas aventuras

Esa noche, para recuperar las proteínas gastadas durante estos días de caminata cenaremos un sublimísimo cordero asado en Puerto Natales, que nada tendría que envidiar a los de nuestra tierra. Nuestro plan de conocer al día siguiente los pingüinos rey cerca de Punta Arenas se ve truncado, al haberse mudado la colonia a otra zona, y nos conformamos conociendo mejor Punta Arenas, y su paseo marítimo con la vista del Estrecho de Magallanes.

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Paseando en Punta Arenas

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Viendo la vida pasar en el Estrecho de Magallanes, Punta Arenas

Esa noche volamos desde Punta Arenas hasta Calama, en pleno desierto de Atacama. Al principio nos cuesta un poco olvidar los densos bosques patagónicos, pero en seguida estamos muy a gusto entre bosques de rocas de distintos colores debido a la gran cantidad de metales de su composición. Desde Calama vamos a San Pedro de Atacama. Este pueblo en sí poco tiene que ofrecer al viajero más allá de una centena de agencias de turismo y calles polvorientas. Javier y yo alquilamos unas bicicletas para conocer el valle de la Luna, y mis padres e Irene harán lo mismo en un busito. El paisaje de barrancos sin vegetación, dunas de arena y arcilla cuarteada como manos de escalador nos encandila, quizá por el gran contraste del paisaje con el de los días anteriores. Los días siguientes haremos una incursión a la vecina Bolivia, que introduciré como se debe en otra entrada en este blog.

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Dándole a la bici en el Valle de la Luna, San Pedro de Atacama

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Valle de la Luna, San Pedro de Atacama

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Texturas y colores, San Pedro de Atacama

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Vistas desde Chile del volcán Licáncabur de casi 6000m

Para despedir Chile pasamos un par de días en Valparaíso, a un par de horas en bus de Santiago. Esta ciudad fue hogar del poeta Pablo Neruda (merece la pena visitar su casa) durante gran parte de su más que interesante vida. Un detalle de su historia es que cuando se enteró de la situación lamentable que pasaban los refugiados españoles en los campos de concentración franceses tras la Guerra Civil Española, usó su mano izquierda para fletar un barco y así librar de una muerte probable a más de 2.000 exiliados. Ese barco cargado de refugiados, el «Winnipeg», Neruda lo consideró «su más bello poema». Tras treinta días de trayecto, los refugiados españoles desembarcaron en Valparaíso entre vítores y canciones republicanas de un variopinto público.  Mientras tanto, en la actualidad y en la Unión Europea, un mar de burocracia ahoga a tantos otros refugiados de países vecinos. ¡Qué bello sería replicar lo mismo!

La primera impresión de Valparaíso cuando se baja del bus es que aquello no es Santiago. Valparaíso está construida sobre varias colinas muy inclinadas sobre el mar en torno al principal puerto de mercancías del país. Para suavizar las fuertes cuestas se construyeron un conjunto de elevadores conectando las zonas inferiores de la ciudad con las más altas. La mayor parte de sus casas están decoradas con grafitis de mucha calidad y en general la ciudad es mucho más sucia que Santiago, pero también mucho más bohemia. Hordas de perros de la calle viven de lo más tranquilos y libres al recibir los cuidados de muchos dueños. Uno de estos cuidadores, Félix, taxista de profesión, alimenta y paga los tratamientos veterinarios de sus nueve perros, los cuales, después de haber hecho la calle van a diario a su casa en busca de su dosis de cariño.

Desde Valparaíso acabamos nuestro gran viaje en familia tal y como lo empezamos, entre «lomos a lo pobre» y cervezas Australes, ¡pero sabiendo un poquito más de este maravillo  país!

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