Perú y Bolivia, quechuas y aymaras

– «Todavía no sé si voy a Perú, y en principio vuelo el sábado…», dije con cierto nerviosismo a mi amigo Dani mientras echábamos unas cervezas como tantos otros jueves. A la mañana siguiente recibiría la buena noticia en forma de billetes de avión pagados con destino Lima.

Tras intercambiarme una decena de mails con Joseph, estudiante de ingeniería de la Universidad Agraria de La Molina en Lima, me había invitado a que diese una charla en el Congreso Nacional de Energías Renovables del Perú, del cuál él era organizador. Se trataba de poner en común las ideas de distintos investigadores y trabajadores del sector para la implantación de las energías renovables en su país.

En el aeropuerto de Lima me recibiría el propio Joseph junto con otros dos alumnos, y fuimos a cenar a un restaurante cercano. Me pusieron al día del interés creciente sobre la ecología en Perú, mientras yo expresaba mi creciente interés por su comida al leer el menú. La comida limeña, y en general la peruana son tan ricas como su cultura. Las próximas jornadas transcurrirían entre conferencias muy interesantes, entre las que cabe mencionar aquélla en la que se trataba el problema de la minería legal e ilegal en Perú. Como siempre, compañías del primer mundo se las apañaban para conseguir los contratos y expoliar los metales de aquellos bosques tropicales que destrozaban. Al acabar las sesiones del congreso aproveché para conocer mejor Lima, una capital de dimensiones monstruosas. Si bien lo más turístico sea su Plaza de Armas, con la catedral y el palacio de gobierno, personalmente disfruté más callejeando como un perro de pueblo por sus rincones y mercados.

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Plaza de Armas de Lima

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Vistas de Lima desde el cerro. Las viviendas se funden con la bruma y la contaminación

A continuación me había tomado unos días para conocer algo más este país. Comencé en Cuzco, la capital inca. Entre sus calles y casas de piedra me di un buen paseo y como otras veces, comencé por su mercado. Dicen que se puede conocer bastante bien la cultura de un lugar si se visita su mercado y su cementerio: viendo cómo se vive en vida y cuál es el respeto por los difuntos. En el mercado, multitud de gente comía en los puestos abarrotados de gente entre un gran tumulto. Tras comer varios platos en los establecimientos más concurridos, tomé fuerzas para organizar el trayecto hasta Machu-Picchu. Iría hasta Ollantaytambo en furgoneta y de allí a Aguas Calientes, un pueblo creado para recibir a los visitantes de Machu-Picchu, en un tren de turistas.

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Moliendo la coca para rebozar los alimentos, Cuzco

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Jardines de Cuzco

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Uno de los restaurantes donde disfruté de su maravillosa gastronomía, Cuzco

Ollantaytambo merece una parada, ya que es uno de los últimos pueblos incas con el trazado original. Si hubiera dispuesto de más días me hubiera gustado hacer el camino del inca, recorriendo en varias jornadas por monte el trayecto hasta Machu-Picchu, y así evitar de algún modo la muchedumbre multinacional. Esa noche dormí en Aguas Calientes en un hotel pegado literalmente a la vía del tren. Bien de madrugada subí caminando hasta las famosas ruinas de Machu Picchu, donde tuve la suerte de ser uno de los primeros de entrar ese día, y poder sentir la magia de este lugar. Sinceramente se me puso la piel de gallina al ver entre las nubes del bosque húmedo las ruinas, e intentar comprender qué les llevaría a construir esto en este lugar, quizá su belleza. Aproveché a subir un pico cercano, desde donde supuestamente se podía contemplar toda la ciudad. Sin embargo, una lluvia intensa en la cumbre me impidió ver nada y me tuve que cobijar en un cobertizo. Allí, charlando con las otras cuatro personas que había, sentí cómo alguien me agarraba por la espalda con fuerza. Volví la cabeza y resultó que eran José y Saúl, amigos del club de escalada de Logroño, que casualmente estaban ese día allí y que por azar habían subido al mismo pico. Los próximos dos días los pasaría con ellos visitando el valle sagrado de los incas, donde especial mención tienen las ruinas de Pizac: un conjunto de terrazas semicirculares donde arañaban superficie de cultivo a las montañas para alimentar a su civilización. En Pizac entraríamos en una casa de unos locales con un pañuelo blanco en la puerta, símbolo de que allí se vendía Chicha, una especie de cerveza de maíz hecha en cada casa. Pasamos un buen rato viendo la sencillez de su forma de vida.

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Machu-Picchu, en realidad no se sabe su nombre original, descubierta al mundo en 1911

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Casualidades de la vida, encontrarse con dos amigos del club de escalada El Panel de Logroño en la cumbre del Pico Machu-Picchu

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Ruinas incas de Pizac, valle Sagrado

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Bebiendo chicha en Pizac

Mis amigos se quedarían unos días en Cuzco y yo continuaría de nuevo solo tomando un autobús nocturno hasta Puno, a las orillas del lago Titicaca. Una buena forma de viajar es tomar autobuses de noche para los trayectos largos, ya que te ahorras una noche de hotel y por otra parte ganas tiempo para aprovechar mejor los días. En este caso, mi compañera de asiento viajaba con unos 40 kilos de hojas de Coca para venderlos el próximo día. Estas hojas son muy populares en las poblaciones a gran altura, como Puno, situada a 3800m. Los locales las mascan como rumiantes y les proporcionan calorías y alcaloides para darles fuerzas. Personalmente yo las tomé en infusión cuando unos días después tuve una diarrea y me ayudaron bastante a controlarla. La verdad es que no sentí ningún tipo de sensación extraordinaria, más que la de no visitar el baño cada cinco minutos. Cuando llegue a Puno serían las 6 de la mañana. Hacía frío, tenía sueño, y el autobús me dejó en unas calles desiertas sin demasiada idea de lo que haría después. Había escuchado que existían unas islas flotantes de juncos muy famosas sobre el lago Titicaca y que eran extremadamente turísticas. Así que cansado de las masas de Machu-Picchu, aposté por perderme un poco más de lo que estaba, y tomé una furgoneta que iba destino a Capachica, una pequeña península en el lago. Desayuné unas papas de varios colores, en Perú hay más de 3000 tipos de patatas, con pescaítos fritos del Titicaca: una combinación espectacular. Me eché la mochila al hombro y me propuse circunvalar a pie esta península. Sin duda fue la mejor decisión. Conocí de primera mano el Perú rural, el Perú del señor Calixto del pueblecito Cottos, casi ciego a su vejez, pero no lo suficiente para querer cambiarme el reloj por el suyo estropeado, el Perú de la señora María cargada con su hija a la espalda y cultivando las tierras, o el Perú de los niños que quemaban rastrojeras en lugar de ir a la escuela…

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Vendedora de hojas de coca. La población las usa como fuente de alimento y de fuerza para soportar la altura y el esfuerzo

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Plato de papas y pescaítos del lago Titicaca para desayunar

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Mercado de Capachica

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Con el señor Calixto, casi ciego pero no lo suficiente para intentar cambiarme su reloj por el mío

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Lavando la ropa. La población del altiplano es extremadamente sencilla y amable

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No entendía ni una palabra de lo que esta mujer decía en lenguaje quechua o aymará

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Lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo (3800m)

Dejé esa orilla del lago Titicaca, para cruzar a la vecina Bolivia a través de la frontera terrestre de Desaguadero. Siempre son cuanto menos interesantes los pasos fronterizos que se hacen a pie. El ajetreo de los cambiadores de dinero y buscavidas contrasta con la lentitud de los funcionarios que sellan mi pasaporte. Llegaré muy de noche a La Paz, una de las pocas ciudades donde la gente pobre vive en la zona alta y la gente rica en la zona baja, debido a que casi estamos a 4000m. Esa noche dormiré en el peor hotel de los que he tenido el gusto de pasar la noche. La puerta de la habitación no cierra y el barrio no es precisamente el de Salamanca de Madrid. Por no decir que las sabanas tienen más pelos rizados que el cunastro de un oso. A la mañana visitaré lo principal de La Paz, su plaza y mercado que montan y desmontan a diario hombres cargados de bultos que tumbarían a Mohamed Alí. También visitaré las cercanas ruinas de Tiwanaku donde el presidente Evo Morales se proclamó por el rito inca. Quizá fue la empanada de carne que comí esa mañana, que mis tripas me retuercen demasiado y decido dejar Bolivia para otra visita.

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La Paz es una de las pocas ciudades donde la gente rica vive en la zona inferior y la pobre en la superior

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En el medio de ninguna parte, Tiwanaku

Llego a Arequipa, la segunda ciudad del país, bajo las faldas del volcán Misti. Allí me repondré un poco y conoceré el cercano cañón de Colca, uno de los barrancos más profundos del mundo con 3200m de brecha. Bajo el sol abrasador me doy un baño en una piscina en su fondo a modo de oasis, y la infusión de coca mezclada con cervezas Cuzqueñas hacen que me reponga estupendamente. Allí descanso con otros viajeros que paran unos cuantos días antes de emprender el kilómetro vertical hasta su salida en el pueblo de Cabanoconde. Ya de vuelta en Lima, en el famoso Hotel España, donde se reúnen viajeros, escritores y otros bohemios siento que me queda poco para volver a casa, y sin irme de Perú ya estoy soñando con volver a este magnífico rincón del mundo.

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Cañón de Colca con 3200m de profundidad desde Cabanoconde

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Atardecer en Arequipa

2 comentarios en “Perú y Bolivia, quechuas y aymaras

  1. Con la descripción que aportas,se puede uno hacer idea de que todos los países que visitas tienen su encanto ,pero tanto en los restaurantes,tabernas y mercados, la aglomeración de gentes me parece como que a uno le falta espacio ,no son lugares como muy pulcros,en cuanto a ver cachivaches por todas partes .En el mercado parece que cambia un poco ese aspecto y por supuestísimo,que tienes una suerte loca,pues cuando menos lo esperas te llueven amigos por todas partes. Ánimo porque con tu experiencia y buen hacer, haces que cada día aprendamos a conocer y disfrutar de lugares tan maravillosos.

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  2. Pingback: Conociendo el Norte de Perú | Comomarcopolo

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