Marruecos y España son países vecinos, tan vecinos y tan diferentes de nosotros como los vecinos del tercero de casa.
La llegada a Marrakech de noche no deja indiferente a Bea, cansada del viaje pero no lo suficiente como para sorprenderse de una plaza Jemma El Fna rebosante de vida, de puestecillos humeantes, de encantadores de serpientes, de monos piojosos con cara de pena y de vendedores de zumos con una sonrisa en la boca…
Al día siguiente alquilamos un coche, que será nuestro compañero de aventuras incondicional el resto de jornadas y digo incondicional porque no nos abandona ni al coronar el tremendo puerto de Tizi N’Tichka de 2260m, rumbo a la ciudad de Ouarzazate. En la bajada del puerto paramos a comprar manzanas de productores locales y también a recoger a un hombre, Mohammed, al que se le ha estropeado el coche y está haciendo autostop. Nos hará de guía turístico en la ruinas de Ait Ben Haddou, una de las kasbahs -espacios fortificados de origen bereber-, más espectaculares de Marruecos. No extraña que allí se hayan rodado trozos de películas como Lawrence de Arabia o Gladiator. Mohammed nos invita después a tomar el té del mediodía en su casa y por la tarde nos acerca al poco turístico pero precioso oasis de Fint. Tras recorrer unos cuantos kilómetros por un camino de piedras sin más vegetación que unos pajizos secos, nostálgicos de una primavera inverosímil, llegamos a una surgencia de agua y vida, un oasis en toda regla. El pueblecito de Fint vive de sus palmeras y de otros cultivos como las granadas y los higos. Pasamos un buen rato paseando por sus callejuelas de casas de barro con niños que se esconden a nuestro paso detrás de las esquinas. Al llegar a Ouarzazate, Mohammed nos invita a un segundo té en su casa, una encerrona en toda regla. Nos trata de cobrar sus servicios de guía de algún modo, intentándonos vender una noche en el desierto en la casa de uno de sus muchos primos, o alguna de sus alfombras. Con cortesía y mucha mano izquierda nos escabullimos y nos vamos a buscar un hotel para esa noche. Nos cuesta muy poco encontrar uno limpio y barato (unos 7 euros la noche), y nos damos un paseo por la plaza y el zoco antes de caer rotos de sueño.

Bea en la kasbah de Ait Ben Haddou, edificio fortificado de origen bereber, lugar donde se han rodado películas como Gladiator o Lawrence de Arabia

Camino del oasis de Fint, cerca de Ouarzazate. La surgencia de agua contrasta con la aridez del terreno
La mañana siguiente visitamos la Kasbah de Ouarzazate, un edificio muy singular de tres plantas. En la primera planta vivían los esclavos, en la segunda las concubinas y en la tercera el dueño y señor de la casa con su preferida. Un ascensor de cuerda comunicaba la cocina con la tercera planta, de tal modo que el señor no se tuviera que mover de sus aposentos para ningún menester. Tras dar un paseo por la medina antigua, continuamos el trayecto pasando por Skoura (otro de los oasis del sur de Marruecos) y recorriendo el valle de las rosas, que en septiembre debería llamarse valle de los rosales verdes sin rosas. Ese día visitamos la garganta de Dades, de una aridez extrema y la de Todra, más verde que la anterior y destino famoso entre los escaladores. Allí en Todra, montaremos nuestro campamento a modo de asientos del coche abatidos y dormimos a la orilla del río.
Otra buena sesión de conducción hacia el sur nos hace ir viendo con pequeños detalles la transición del desierto de rocas al desierto de arena. Los pueblos se van distanciando, las cabras dan el paso a los dromedarios y los pozos rompen un horizonte de llanuras estériles. Llegamos a Rissani, ciudad que gozó de un gran esplendor en la época de las caravanas del desierto. Allí visitamos su bonita mezquita. La siguiente parada será Merzouga, la puerta del Sáhara. Allí nos despegamos de nuestro Dacia Logan por otros vehículos de más potencia en la arena y de cuatro patas: los dromedarios. Esa noche dormiremos en una haima en la arena. La belleza de un paisaje de dunas y sus sombras al atardecer y amanecer es indescriptible. Subimos a lo alto de la Duna Alta a través de una fina arista en la que nuestros pies se entierran en la arena suave. En lo alto nos tumbamos y contemplamos el espectáculo del atardecer. La cantidad de polvo atmosférico aumenta los colores y el silencio evoca tranquilidad. Siguiendo la llamada del estómago por el hambre que tenemos, volvemos a la haima a cenar tallín (una especie de estofado de patata, zanahoria, calabaza y carne aderezado con comino y otras especias). Compartimos mesa con otros viajeros de Alemania y Austria, bastante tímidos a la hora de servirse y también a la hora de cantar cuando los cocineros se ponen a tocar música con yembés. Entre esa música noctura y que nos levantamos temprano para ver el amanecer desde la dunas, esa noche no dormiremos demasiado. Al fondo las montañas negras siluetean la frontera entre Argelia y Marruecos.

Saciando la sed de los sedientos. Es increíble que en medio del desierto pueda haber agua a tan poca profundidad

Al atardecer las sombras se hacen dueñas de las dunas y los colores dan misticismo al desierto, Merzouga
Al día siguiente saldremos del desierto y nos adentraremos en el Atlas. Hacemos una parada en Erfoud, uno de los mejores lugares del mundo para encontrar fósiles. Visitamos una tienda-museo con infinidad de trilobites y ammonites del tamaño de volantes, que nos dejan con la boca abierta. Mientras Bea duerme un rato, atravieso la garganta de Ziz y tomo un desvío en Rich por una carretera que no aparece en mi mapa (trayecto Rich-Imilchil) con la idea de ahorrar distancia en nuestro camino a Marrakech. Fue un error rotundo en cuanto a ahorro de distancia ya que la carretera, si es que se le puede llamar así, atraviesa multitud de puertos de montaña y nos lleva casi 7 horas recorrer 250km. Sin embargo, fue un acierto al conocer esas poblaciones tan aisladas en las que los niños se abalanzaban a nuestro paso. En Ait Tadarte pasamos un buen rato haciéndonos fotos con unos niños que nunca se habían visto retratados. Vemos pastores nómadas cubiertos de trapos en búsqueda de su siguiente pasto y con la última luz llegamos al lago de Tislit. Hay un único hotel donde paran varios 4×4 y motos preparadas para recorrer África. El lugar nos parece muy tétrico. Quizá sea el cansancio del viaje mezclado con esos pequeños detalles: hotel sin iluminación a la orilla de un lago, dueña de mirada oscura y muñeca decapitada en la recepción, que optamos por dormir en el coche en al aparcamiento del hotel.

Carretera interior del Atlas. Es increíble la marcha que lleva la gente en estos vehículos en los que tocan música para hacer menos pesado la lentitud del trayecto
La mañana siguiente conduciremos hasta Imlil, punto de partida del Jbel Toubkal, que con sus 4167m lo convierten en el techo de Marruecos y del norte de África. A pesar de no estar muy bien entrenados y yo de acabar de salir de una lesión grave en mis talones, le damos un tiento sin demasiado compromiso. La idea es dividir la subida de 2500m de desnivel positivo en dos días. El primer día subiremos hasta el Refugio del Toubkal a 3200m, donde cenaremos y dormiremos y el día siguiente intentaremos la cumbre y el palizón de bajada a Imlil. La meteorología nos acompaña y el primer día nos regala nubes que nos evitan sudar de lo lindo en la subida al refugio. Bea se encuentra genial en la subida, y casi sin parar en unas cuatro horas y media estamos tomando el té en el refugio, e incluso ayudando a los cocineros a preparar la cena. Enseguida conocemos a Tony, Fernando y Carlos de Calpe, que como nosotros aspiran a hacer cumbre el día siguiente. Nos echamos unas risas cenando con ellos y hablando de otros viajes. A la mañana siguiente un reguero de frontales iluminan la pedrera de salida del refugio. Vamos adelantando a varios grupos de gente que se pueden permitir un respiro al ir mejor abrigados que nosotros, y es que al no estar entre nuestros planes iniciales subir este pico, lo hacemos con ropa de calle normal. En el último repecho la helada pinta de blanco los guijarros y la luz de butano del amanecer tiñe los otros picos de más de 4000m de ocres. Bea mira con ambición la cumbre de la cual nos separan unos pocos pasos. Es su primer cuatromil y está emocionada. Tras unas fotos de rigor en la cumbre despejada y comer unas barritas iniciamos el tedioso descenso de 2500m de bajada hasta Imlil. Esa noche nos damos un buen homenaje a modo de ducha caliente, hotel bueno y cena aún mejor. Nuestras piernas están resentidas del esfuerzo, pero ha merecido la pena.

Primer día de ascensión al Toubkal. Una fina lluvia nos evito sudar demasiado en el último tramo de subida

Primeras luces del día de cumbre. Las nubes dieron paso a un día despejado con unas vistas increíbles
Los últimos dos días los pasamos en Marrakech conociendo sus rincones, regateando objetos en su zoco, sufriendo el hedor de sus curtidores de cuero, e hipnotizándonos con sus especias. Mientras cenamos con nuestros amigos de Calpe en la plaza que nunca duerme, nuestros pensamientos recuerdan las sensaciones, experiencias, lugares y gentes que hemos tenido la suerte de vivir estos últimos días en nuestro vecino Marruecos.
Impresionante, ver a mi sobrina por esos desiertos y no menos impresionante es veos ,que en vez de ir a ver todo lo que se ve en la tele ,vosotros siempre buscáis la aventura y los terrenos donde el esfuerzo y la superación para vosotros no parece ser un reto,aunque algún día os vamos a tener que coger con pinzas , porque la verdad cada día ponéis el listón más alto
¡Bravo por ser tan especiales! Fernando cuídala bien, pues no tenemos otra de repuesto.
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