Mientras cambiábamos las últimas monedas ugandesas por cervezas «Nile Special» y «chapatis» (crepe) en la barra de nuestro hotel de Kampala comprendimos que el fin del viaje por África del Este estaba cerca.
– ¿Los Balcanes? ¿cómo así?
– Y ¿por qué no? Además, no hay mejor forma de acabar un viaje que prender la vela del próximo.
Los Balcanes reúnen algunas características ideales para los viajeros: escaso o nulo turismo fuera de la temporada veraniega; complejidad en la búsqueda de información previa, lo que ayuda a mantener la intriga; lugares y gastronomía con encanto y mantener un presupuesto diario cercano a los 25 euros sin excesivas limitaciones.
Bea es fácil de convencer y sin haberse acabado su «chapati», ya tenemos los billetes para la capital de Bulgaria, Sofía, desde el aeropuerto del «abuelito Fabra» de Castellón, que recientemente oferta Ryanair (60 euros i/v). Esta vez alquilaremos un coche para aprovechar mejor el tiempo y ganar independencia, ya que el transporte público en esta zona de Europa requiere de bastante paciencia. La cuestión es que casi todas las compañías de alquiler ponen pegas o directamente no permiten cruzar las fronteras de sus países vecinos por el alto nivel de robo de vehículos. Tras un rato investigando descubrimos Yesrentacar, que por unos 15 euros al día por un Peugeot 206 nos permiten cruzar todas las fronteras europeas, menos Kosovo, además de ofrecer un trato excelente y disponer de oficina en el aeropuerto. Como viene siendo habitual en todos nuestros viajes no planificamos casi nada, ya que las circunstancias suelen ser las que dibujan la ruta. Esta vez nos ayudamos de las claras explicaciones del blog de Chavetas para decidir lo que nos apetece conocer de Bulgaria; del resto ya se verá…
Tras una noche en Sofía, escapamos de la capital y dedicamos el primer día a conocer los monasterios ortodoxos de Rila y Rozhen, ubicados en enclaves magníficos bajo las laderas de unos Balcanes teñidos por las primeras nieves del año. Acostumbrados a la sobriedad de los monasterios medievales de España, el monasterio de Rila nos deja impresionados por sus colores y rincones adornados de fuentes y parras. La gente enciende velas, y con una mirada casi mística fijada en los iconos de la Virgen y los Apóstoles, las clava en unas bandejas con arena para la ocasión, mientras murmura sus clemencias. Esas mismas velas que financian el monasterio y su limpieza son las que ennegrecen sus otrora coloridos frescos medievales.
El monasterio de Rozhen, cercano a la localidad de Melnik nos sorprende por su autenticidad y estado de conservación. Tras una visita por su interior, nos damos un paseo por las pirámides naturales de Melnik, construidas por la acción de la erosión en una arcilla casi blanca, tan blanca como el kilo de miel de cardo que compramos en un puesto de la carretera, y es que Bulgaria es un de los principales productores de miel. Melnik es un excelente pueblo para probar la gastronomía búlgara (constituida por parrilladas de carne y sopas) antes de conducir hasta Plovdiv. Tras una entrada en Plovdiv poco triunfal, ya que nuestro hotel reservado (pero no pagado) no existe y reservar un segundo hotel cuya calle tampoco existe, buscamos en persona algún sitio que sí exista dónde dormir. Finalmente encontramos un hotel de la época comunista con pasado poco glorioso y presente totalmente decadente.
Bulgaria ha existido como nación desde la edad media y tras varios varapalos con los turcos y coqueteos con los rusos se declaró su independencia en 1908. Vencieron a los turcos la guerra Ruso-Turca (1877-1878) con el apoyo del ejército ruso y de nuevo vencieron al ejército otomano en la Primera Guerra de los Balcanes (1912-1913), antecedente de las seis guerras que se han vivido en esta zona en el siglo XX. Apoyaron a las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, aunque dieron largas a Hitler y salvaron de la deportación a sus judíos, así como su negativa a atacar a la Unión Soviética. En 1944 los comunistas se hicieron con el poder de Bulgaria y comenzaron a apoyar a los Aliados en 1945. En 1946 se instauró la República Popular comunista por la influencia soviética, que perduró hasta 1989-1990 con la proclamación de elecciones multi-partidistas y su apertura exterior. En 2007 entró en la Unión Europea de forma un tanto «curiosa» por el estado del país, en mi opinión decisión geopolítica por su cercanía a Turquía y Rusia.
Plovdiv merece la pena ser paseado con calma y si es posible degustando uno de sus deliciosos «burek» (algo así como una ensaimada rellena de queso o carne). Y es que, si hay algo que haya unido a todos los países balcánicos es este plato, que tradicionalmente se come por la mañana en la calle acompañado de un yogur agrio. Con un «burek» en la mano siempre es más interesante visitar el estadio y teatro romano, o sus complejas viviendas del renacimiento búlgaro.
Continuamos la ruta para conocer el Buzludzha, una de las edificaciones comunistas más impresionantes como inútiles, en lo alto del pico Buzludzha (1441m). Su torre de 70m con la estrella roja y su estilo en forma de platillo volante dejan boquiabierto a cualquiera. El cielo gris y amenazante le da todavía más un aire tenebroso e imaginamos cómo serían los congresos comunistas en este lugar. Desgraciadamente, desde hace pocos meses han sellado el único agujero por el que se entraba de manera relativamente segura al recinto (totalmente abandonado) y por el cual, todavía se podían ver los mosaicos y esculturas de Marx y compañía. Aun así es una visita totalmente recomendable en un viaje a Bulgaria.
Hacemos una parada en Shipka para conocer su colorido monasterio ortodoxo y de allí, continuamos el camino por las construcciones mamotréticas en las montañas. La torre del paso de Shipka, en conmemoración a los 7000 soldados rusos y voluntarios búlgaros muertos en 1878 contra los turcos, nos hace entrar en calor con sus 976 escalones (Bea tuvo la paciencia de contarlos). De allí proseguimos hasta el pueblo renacentista de Tryavna donde dormiremos.
A la mañana siguiente, ponemos rumbo hacia Veliko Tarnovo, para muchos búlgaros uno de sus pueblos más bonitos. A nosotros nos deja un sabor un tanto amargo al descubrir que en el intervalo en el que nos tomamos un café y recorremos algunas de sus calles nos han multado por aparcar, y es que las instrucciones en cirílico de las normas de aparcamiento no las entienden ni ellos. Al tiempo que arranco la multa del limpiaparabrisas con el pensamiento de que nunca llegará a España, descubro que nos han puesto un cepo en la rueda y que de allí no se mueve nadie sin pagar. Afortunadamente, lo resolvemos abonando los 8 euros y salimos de este pueblo, que desde luego para nosotros no fue ni el más bonito, ni tampoco el más agradable. Sin embargo, el día mejora notablemente al visitar la espectacular cueva de Devetashka, iluminada por sus siete enormes agujeros en su bóveda. Para desgracia de los escaladores, este lugar es uno de los hábitat más importantes para los casi 250.000 murciélagos que aquí pasan el invierno.
La siguiente maravilla que descubrimos son las agujas de arenisca y conglomerado de Belogradchik, que aprovecharon los romanos para construir una fortaleza inexpugnable, reconstruida en siglos venideros. Por su tranquilidad y belleza, este lugar es bastante interesante para el senderismo y bicicleta (hay numerosos senderos marcados), en especial merece la pena recorrer el «Belogradchik Rocks», que sortea las principales agujas.
Al día siguiente cruzamos a Serbia con un poco de incógnita, ya que todo lo que sabíamos era relativo a su pasado de guerra. La primera parada a pocos kilómetros de la frontera la hacemos en Felix Romuliana, la residencia de la jubilación del emperador romano Gaelio. Gaelio nunca la llegó a disfrutarla, ya que falleció antes de jubilarse y todavía hoy se pueden ver los enormes túmulos de él y su madre Romula en la cercana colina. El estado de conservación de Felix Romuliana es bastante aceptable y el guarda del recinto nos hace de guía turístico para la ocasión y es que en noviembre nadie hace turismo en esta zona.
Lo primero que nos sorprende de Serbia es su gran presencia militar cerca de la frontera búlgara (cuartéles, tanquetas, camiones y puestos de control con militares armados hasta los dientes). Sin embargo, la actitud para con nosotros de ellos y de la gente que nos tropezamos es muy agradable y en todo momento nos tratan de ayudar. Un cierto contraste con la frialdad que nos hemos encontrado en Bulgaria, uno de los países que menos he visto sonreír a la gente. Como las carreteras son muy buenas zapateamos hasta Belgrado. Todavía queda algún edificio hundido y con disparos de los bombardeos de la OTAN, pero salvo eso es una ciudad moderna, limpia y ordenada, que nada tiene que envidiar a otras capitales europeas. Recorremos el centro y disfrutamos de un precioso atardecer en su fortaleza, donde otros jóvenes también disfrutan del momento en el que el sol se esconde detrás de los edificios y tiñe de naranja el Danubio. Cenamos en un restaurante de más de cien años en el famoso barrio de Skardalija, el barrio bohemio por excelencia de la ciudad con sus locales de distintos estilos, a cada cual más original. Como viene siendo norma, los hoteles son de muy buenos a excelentes y por 15 euros tenemos habitación doble con baño y jacuzzi: con estos precios a ver quién duerme en el coche como en otros viajes…
La mañana siguiente e influidos por una meteo horripilante de nieve y lluvia para la próxima semana, cambiamos la idea de hacer montaña en Montenegro por la de seguir los lugares que tengan algo de sol. En ese momento no lo sabíamos, pero el plan nos saldrá redondo y al contrario de los «cazatormentas» conseguimos no mojarnos. En nuestro rumbo sur conocemos Nis. Merece la pena conocer su campo de concentración nazi, en excelente estado de conservación, y en el que perdieron la vida 12.000 personas (masones, comunistas, judíos y gitanos). En el centro de Nis charlamos con una chica serbia que nos habla de su infancia durante la guerra de Bosnia y su visión de esta guerra. También nos cuenta que la OTAN usó bombas prohibidas con metralla para acabar con la población civil en Nis. Viendo las terrazas rebosantes de gente sonriente y tranquila parece increíble que hace tan poco tiempo el pueblo serbio tuviera en vilo y acabase con los sueños de tanta gente. Esta misma sensación la hemos sentido en otros países con guerras en el pasado reciente como Bosnia, Uganda y Ruanda. En Nis también visitamos la Torre de las Calaveras, un extraño monumento que construyeron los turcos con las calaveras de 950 soldados serbios muertos en combate, para recordar a los serbios que su insurgencia no era deseada. Además visitamos la casa Medina del emperador Constantino, en un estado de conservación bastante malo comparado con Felix Romuliana. Finalmente, acabamos el día conduciendo hasta Skopje (capital de Macedonia), a la que vuelvo después de tres años.

Estatua de Alejandro Magno de Skopje con las pintadas del boicot al plan urbano de dotar de historia a la ciudad, Macedonia
Skopje es conocida por su ambicioso y también criticado (y boicoteado con pintadas) plan de 500millones de euros para dotar de identidad a su ciudad desde 2010 (y el caso es que su bazar y ciudadela tienen historia). Han llenado la ciudad de estatuas, fuentes, barcos en el río y arcos militares con apariencia antigua y construcción muy reciente. Eligiendo símbolos griegos y asumiéndose como propio a Alejandro Magno, rey de la Macedonia de la Antigüedad y nacido en Pela (Grecia), que poco tiene que ver con el país Macedonia, han construido una estatua ecuestre gigantesca de Alejandro en el centro de Skopje. Esto es algo que pone de mal humor a los griegos, que siguen llamando a Macedonia como FYROM (Former Yugoslavian Republic of Macedonia). Quizá su ciudadana más ilustre sea la Madre Teresa de Calcuta, algo de lo que sí es para sentirse orgulloso. Compramos dulces y bureks en el centro y proseguimos el camino hacia la bella y tranquila ciudad de Ohrid, a orillas del lago homónimo. Tras disfrutar de una maravillosa tarde en Ohrid, decidimos que el próximo día subiremos alguna montaña en el cercano Parque Nacional de Galicica. Esto se ve truncado por la lluvia y sin pensárnoslo ni un minuto decidimos cruzar a la cercana Albania.

En la bonita ermita sobre el lago de Ohrid, Macedonia
Albania es con diferencia el país más pobre y quizá desorganizado de Europa, pero esto le da un toque único de exotismo a un viaje por los Balcanes. Con un pasado comunista y con gran influencia del ejército, todavía hoy se pueden ver cientos de búnkers a los lados de las carreteras. También sorprenden los oxidados pozos de extracción de petróleo que se mueven lentamente entre los invernaderos, y es que por su clima mediterráneo es un vergel para la agricultura. Es muy interesante ver que la mayor parte de los vehículos son Mercedes, Audi y Porsche relativamente nuevos aparcados en las calles de chabolas. Qué cada cual piense lo que quiera, pero lo que es probablemente seguro es que salvo lugares vigilados no da mucha tranquilidad dejar el coche por la noche en la calle. Por cierto, conviene «no meter la pata» y es que la mayor parte de las alcantarillas de los pueblos están sin tapa, en algunas lo advierten con un neumático usado encima o con unas pocas piedras…
La primera parada la hacemos en el pueblo de Berat, el de las mil ventanas. Lo bueno que tiene Albania es que las cosas son feas o bellas, pero nadie ha hecho nada por cambiarlo para atraer al turismo, son así y conservan su autenticidad. Berat nos sorprende muy gratamente y son destacables su fortaleza todavía habitada (vale la pena prestar atención si se va solo porque puede haber sorpresas no deseadas en forma de hurtos o robos, a nosotros nada) y sus barrios orientados al río. Nos comemos un «gyro» (similar al kebab pero además con patatas dentro) por 1 euro y es que la comida en Albania y Macedonia son baratas al extremo. Continuamos por la carretera hacia el Mediterráneo albanés haciendo parada en la ciudad costera de Durrës, un auténtico desastre urbanístico en un idílico mar azul, principalmente orientado para el turismo nacional albanés. Esa noche dormimos en la capital Tirana, después de haber sudado cebollita con la forma de conducir que tienen.
Tirana es una ciudad con pocos elementos interesantes comparada con sus capitales vecinas, aunque merece la pena un paseo por ella. En mi opinión creo que la verdadera joya de Albania son sus montañas pegando a Montenegro, uno de los lugares más aislados de Europa sin apenas carreteras. De hecho, se descubrieron tres nuevos glaciares hace poco y cuyas cumbres dejaremos para otra incursión en verano.
Desde Tirana tenemos dos opciones, o dar un rodeo monstruoso volviendo por nuestros pasos hasta Skopje, o jugárnosla y cruzar a Kosovo, a pesar de que la tarjeta verde del coche indica que no se permite cruzar. El problema es que si nos deniegan la entrada a Kosovo habremos sumado otros 350km al rodeo de la primera opción. Nos lo jugamos a una carta y conducimos hasta la frontera de Kosovo por la autovía Patriótica construida entre Tirana y Pristina (capital de Kosovo). Las relaciones entre Albania y Kosovo son fluidas y algunos hablan de la construcción de un Estado común albano-kosovar. Kosovo declaró unilateralmente su independencia de Serbia en 2008 y ésta ha sido reconocida por 109 estados, entre los que no se encuentra España. En la actualidad, Serbia lo sigue considerando una provincia autónoma, aunque su capacidad de influencia en la zona es muy limitada. Tras la guerra de Kosovo de 1999, las fuerzas de la OTAN siguen presentes en la zona para tratar de garantizar su paz e independencia. En la frontera albano-kosovar el policía nos indica que para cruzar a Kosovo necesitamos un seguro, y que éste se puede adquirir ahí mismo por 15 euros (para 15 días). Será el seguro que más contentos hayamos pagado.

Reconomiento a los países que reconocen la independencia de Kosovo

Prizren, Kosovo

Vistas de Prizren desde la ciudadela, Kosovo
Aprovechamos a conocer Prizren, una bonita ciudad estudiantil con muy buen ambiente y con mucha vida en la calle a pesar de las fechas en las que nos encontramos. Merece la pena subir a la fortaleza (reconstruida por la embajada americana), ya que las vistas sobre la ciudad son magníficas. Poco después, emprendemos el camino a la cercana capital Pristina. Esta vez nos hospedamos en un hostel, que más bien parece una casa okupa. En las traseras del hostal se encuentra una estatua de Bill Clinton en agradecimiento a su apoyo prestado durante la guerra y el monumento «Newborn» al estado recién nacido.

Hoy en día la flota de vehículos es más como en los países vecinos (alta gama)
Ojalá que esta zona del planeta tan castigada en el siglo XX por los experimentos políticos, las hostilidades, el odio a los vecinos y las guerras, sean cosa del pasado y que el siglo XXI sea el de la reconciliación entre hermanos.