Uganda y Ruanda

Una cálida bocanada a plástico y basura quemada nos envuelve como una sábana blanca en una noche de verano. El tenue resplandor del carbón vegetal con el que cocinan lo que parecen brochetas de carne en los puestos callejeros, única luz que rompe la noche, ilumina las frentes sudorosas de un borbotón de gente en los suburbios de Kampala, la capital de Uganda. El taxi en el que circulamos sortea como puede una marea de vehículos en dirección contraria, conduciendo sin luces para ahorrar combustible, una práctica bastante extendida en estos países como la de bajar las cuestas en punto muerto. No voy a negar que en ese momento dudé de nuestras posibilidades de aguantar tres semanas en esta región de África con una mochila como único recurso.

Con la primera luz del día siguiente, nuestro conductor Roland, más negro que el rodillo de una impresora y con muy buen humor nos traslada a uno de los escenarios de los documentales de vida salvaje africana, el Parque Nacional de Murchinson Falls. El nombre del Parque lo pone la poderosa catarata Murchinson del Nilo, en honor al director de la Royal Geographical Society de Londres, Sir Roderick Murchinson, mecenas de muchas exploraciones británicas del siglo XIX en África. Esta catarata ostenta el record de ser la más potente del planeta, al concentrar unos ochocientos metros cúbicos por segundo en apenas cinco metros de anchura con un salto de más de cuarenta metros, dejando un estruendo ensordecedor. Aguas arriba de la catarata, los chinos están construyendo una presa y una central hidroeléctrica que probablemente amenace la belleza y salvajismo del lugar. Si la primera colonización de África fue a cargo de los europeos, los chinos están llevando a cabo una colonización mucho más silenciosa y ambiciosa y se están haciendo dueños y señores del continente. A través de contratos a largo plazo de cuarenta a cien años explotan sus recursos, petróleo, minerales y comida a cambio de construirles infraestructuras, en muchos casos necesarias para poder explotarles dichos recursos. La calidad de sus infraestructuras no es difícil intuir que será similar a la de sus juguetes de plástico. Habrá que verlo.

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Cataratas de Murchinson del Nilo, Uganda

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Cataratas Murchinson del Nilo, Uganda

Un safari en África es algo que hay que hacer al menos una vez en la vida. Poder hacerlo en un Parque como Murchinson Falls es una auténtica maravilla. Si en los bosques ibéricos lograr ver algún ciervo o jabalí a lo largo de la jornada es la guinda del día, en una de estas reservas los animales se cuentan por cientos o miles, en un equilibrio que parece organizado por suizos. En los dos días que recorremos en 4×4 este parque de 3500km2 vemos más animales salvajes que los que habíamos visto hasta la fecha en toda nuestra vida. Los leones cazan antílopes ante la espera tranquila de las hienas y buitres. Los búfalos, jirafas y elefantes comen los brotes más verdes mientras nosotros hacemos lo oportuno con el chorizo de Albelda escondido en la mochila, recursos de los nostálgicos del porcino.

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Jirafas en el Parque Nacional de Murchinson Falls, Uganda

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Leona con su presa, Parque Nacional de Murchinson Falls, Uganda

El río Nilo nace oficialmente en Jinja en el lago Victoria y tras unos 300km desemboca mediante un impresionante delta (dentro del propio Parque de Muchinson Falls) en el lago Albert, donde retomará fuerzas antes de adentrarse en Sudán del Sur. Es gracias a este delta tan bien regado y abonado de sedimentos donde tanta vida salvaje puede originarse. El Parque fue fundado en 1952 tras una epidemia de moscas tsé-tsé que diezmó la población de humanos en esas tierras y fue aprovechada para expulsar a los que quedaban a otras zonas más seguras. En la actualidad, esas moscas siguen estresando a todos aquellos que nos adentramos en la zona y las vemos posarse en nuestras pieles. Sin embargo, quizá los peores días para la reserva y también para Uganda se vivieron entre 1981-1986 durante la guerra civil en la que perdieron la vida medio millón de personas, cifras desgraciadamente comunes en esta zona del planeta (más de cuatro millones de muertos en la guerra civil del vecino Congo y otro millón de muertos en el genocidio de la también vecina Ruanda). Los animales de la reserva sirvieron para alimentar a una hambrienta población y ha sido gracias a los esfuerzos de recuperación de las últimas décadas que hoy se pueda disfrutar de ver tantos animales en plena libertad.

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Hipopótamo del Nilo. Pasan la mayor parte del día en el agua para refrigerar sus hasta tres toneladas de peso. Al entrar en nuestra tienda de campaña nos encontramos uno comiendo hierba a dos metros de nosotros

Con el dulce sabor que nos deja el safari ponemos rumbo a la vecina Ruanda. Ver la película «Hotel Ruanda» la semana antes del viaje quizá no sea la mejor manera para conciliar el sueño cuando llegamos a Kigali, la capital de Ruanda, tras trece horas en autobús (para completar 500km de recorrido). Tras bajarnos unas excelentes cervezas «Primus» conseguimos dormir algo. Si algo aportaron en positivo los belgas al continente africano, fue su maestría cervecera. A cambio fue el terreno de juego de uno de los mayores genocidas de la historia, el rey Leopoldo II que dejó unos 10 millones de muertos (muchos a machetazos) en esta zona. Por cierto, este «caballero» todavía goza de una estatua ecuestre en Bruselas…

Al día siguiente visitamos el Memorial del Genocidio en Kigali, la mejor muestra que he visto hasta la fecha de hacer memoria histórica, explicando las causas históricas del genocidio de 1994 en el que un millón de personas del grupo «tutsi» fue masacrada a machetazos por sus hermanos «hutus» durante tan solo 100 días, y el proceso de reconciliación post-genocidio. Es la primera vez que leo todos los paneles escritos de una exposición. Siento envidia porque existiera algo igual con la Guerra Civil española, la dictadura y el terrorismo de ETA. En el baño se escuchan los vómitos de la gente que no soporta el nivel de crudeza de las imágenes, mientras grupos de escolares visitan el centro en un completo silencio. Se me escapa alguna lágrima. Afuera del edificio, en 12 tumbas enormes descansan las 259.000 personas del grupo «tutsi» que solo en esta pequeña capital fueron macheteadas ante la pasividad de la ONU en solo tres meses.

Los ruandeses fueron clasificados por los belgas en «tutsi» y «hutu» en función del número de vacas que dispusiesen (10 o más vacas «tutsi», menos «hutu»). En 1934 también los belgas crearon el carné de identidad racial indicando a qué grupo pertenecían y se otorgó un mayor poder en las organizaciones a los «tutsi». Una vez ganaron la independencia en 1962, las tensiones entre los dos grupos «hutus» y «tutsis» no dejaron de crecer generando decenas de miles de muertos y cientos de miles de exiliados, que solo volverían unos años antes del genocidio ante la promesa de una reconciliación. Avivados por unos medios de comunicación tóxicos, los «hutus» radicales aprovecharon la oportunidad de tener a sus rivales cerca para descargar su ira sobre ellos durante 100 terribles días de la primavera del 94. Acabaron con familias enteras con un ritual que comprendía reventar los tendones de Aquiles de los padres de familia de un machetazo para que no escaparan, y así pudieran ver lo que hacían con sus hijos y mujeres antes de acabar con ellos. Es triste saber que con solo unos 5500 cascos azules de la ONU se podría haber acabado con este episodio, mientras en Occidente se discutía si era genocidio o actos de genocidio. Tras una serie de juicios populares sumarios, los culpables reconocieron sus delitos y muchos de ellos fueron encarcelados y cumplieron con trabajos por la comunidad. Quizás, la parte más interesante de su historia sea el proceso de reconciliación, ya no hay «hutus» ni «tutsis» solo ruandeses y el perdón público de las víctimas a sus asesinos, aunque según supimos en su fuero interno no pueden olvidar cómo les trataron.

Tras este baño de historia nos dirigimos a la estación de buses para poner rumbo a Kibuye, el punto de partida para hacer la mitad del Congo Nile Trail, una caminata de 100km hasta la localidad de Gisenji al norte del lago Kivu, que hace de frontera natural con la República Democrática del Congo. Kibuye fue la sede de una de las batallas más penosas del genocidio, en la que unos 30.000 tutsis armados de palos y azadas hicieron frente en una colina a sus rivales hutus bien armados de AK-47. Solo 10 tutsis sobrevivieron a esa barbarie. Con un poco de nervios en la cama, al día siguiente comenzamos la caminata con un mapa no demasiado detallado que emitió el gobierno en un panfleto y sabiendo que no veremos muchos europeos en los próximos días (ninguno de hecho). Los primeros kilómetros es recomendable saltárselos en auto-stop o boda-boda (moto-taxi), ya que comparten recorrido con la carretera que están construyendo los chinos, ahora mismo un barrizal lleno de camiones de obras. Optamos por autostop, y los primeros coches que pasan nos hacen un hueco con mucha generosidad. Es importante recalcar que la gente local confunde el Congo Nile Trail (un camino a la orilla del lago, a veces sendero) con la carretera Congo Nile, que va a media ladera de la montaña. Nos costó medio día de equivocación y de chupar polvo saber que no íbamos por el sendero que queríamos. Lo justo para llegar todavía de día al punto final de la etapa (Musasa). Como nadie que encontramos habla inglés, nos dirigimos a la escuela y los maestros nos ayudan en la tarea de encontrar un sitio para dormir. Los niños uniformados nos rodean a decenas. Hablamos durante un buen rato con los profesores, atónitos a la forma de vida que tenemos en Occidente. No pueden entender que en Europa la gente tenga animales de compañía en casa y que no se los coman; que a la universidad puede ir cualquiera que quiera estudiar; que la sanidad sea gratuita; que una persona pueda comer en un comedor social o banco de alimentos e incluso cobrar el paro sin tener que trabajar. Tras una noche en el «hotel» que nos encuentran los maestros, un cuchitril tan cutre que nos hace desarrollar la técnica de montar la tienda de campaña dentro de la habitación sobre el colchón, muy útil para los próximos días. Nos servirá de mosquitera y de espacio mínimamente higiénico. Sin agua, ni luz, ni posibilidades de comer nada diferente a la patata dulce cocida, agradecemos un montón llevar comida envasada de España. Una lata de atún en aceite se convierte en merluza de pincho del Cantábrico a estas latitudes.

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En la escuela de Musasa, Congo Nile Trail, Ruanda. Los niños y niñas están obligados a afeitarse la cabeza para poder ir a clase y así evitan los piojos.

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Una buena técnica para los «hoteles» rurales de África. Acampada en tienda sobre el colchón. Recomendación: las varillas de la tienda se van poniendo según va tomando forma la tienda, ya que son más largas que la propia habitación

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Memorial del genocidio de Musasa, Ruanda pegando a la escuela. En casi todos los pueblos se recuerda a los asesinados en las fosas comunes donde descansan

Quizá la jornada que mejor sabor de boca nos dejase sería la del día siguiente entre Musasa y Kinunu. Un sendero precioso, con innumerables paradas para saludar a los niños que desde lo alto de las colinas bajan corriendo a saludarnos bajo los chillos de «muzungu» (blancos). Su voz se propaga como la pólvora por los cafetales y bananeras como el acontecimiento más destacable del día. En Kinunu, agotados por el calor y la humedad previos a la temporada de lluvias, decidimos parar. Esta vez buscaremos la iglesia a lo alto del pueblo como lugar para dormir. Pero tampoco pasamos desapercibidos ya que todos los niños de la escuela salen corriendo a rodearnos. Algunos tocan el pelo rizado de Bea y observan con intriga cómo comemos salchichón.

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Los niños y no tan niños bajaban de las laderas chillando emocionados «muzungu» (blanco), dándonos la mano, Congo Nile Trail, Ruanda

Esa misma tarde asistimos a una boda en la iglesia en la que nos miran más que a los novios. Tanto es así, que François, el cura, nos invita al banquete. Por un fallo en la previsión de cambiar dinero, solo tenemos unos 10 euros para dos personas para los próximos tres días, así que una oportunidad de conocer cómo es una boda ruandesa y tengo que reconocerlo, de comer caliente, no se puede desaprovechar. Somos los invitados del cura, que después sabremos es el hermano del novio, y eso significa estar en primera fila junto a los novios en la casa que han alquilado para el evento. A la ceremonia religiosa se sucede la ceremonia tradicional, en la que se realiza la petición de mano de la novia. Unas cervezas calientes Primus nos ayudan a entender todo el evento con mucha más claridad, hasta que llega el momento en el que sacan las cazuelas. Los novios se sirven un plato de comida que comparten. El cura me susurra al oído, – Los siguientes sois vosotros-, una situación algo incómoda por comer antes que los demás asistentes, incluso de los padres de los novios. Ante una sala abarrotada de gente y de las miradas de los niños descalzos del pueblo, que se aglutinan en las puertas y ventanas por si se escapa algo de comida, me sirvo con delicadeza el menú del banquete: arroz blanco, alubias y patata cocida, unos pescados del lago Kivu más finos que colas de lagartija y un trozo de ternera. Respecto a ésta última, será la ocasión anual en la que los asistentes probarán su recio sabor, ya que según nos dicen es la mejor boda del año y en esta zona la gente no come carne en muchos meses. Conforme va anocheciendo y las cervezas vaciando, compartimos bailes levantando las piernas y saltando al son de su música, hasta un punto en el que al no disponer de electricidad no se ve nada. François nos lleva a la casa de los curas, donde, sorpresas del destino disponen de un menú similar al del banquete de la boda (ternera incluida). Parece ser que no todos cumplen lo de no comer carne en meses. Al día siguiente el cura François nos levanta a las 5:30 de la mañana para ir a misa. Nunca pensé que alguien rezase tan temprano. Cuál es nuestra sorpresa al ver a los novios recién casados el día anterior también en la misa. Bendecidos y bien cenados emprendemos la siguiente jornada que alargamos hasta Gisenji, localidad de playa en donde descansaremos un día.

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Boda a la que nos invitaron, merece mención la cara de los niños hambrientos de la puerta

De allí volvemos a Uganda para conocer el sur del país. Nuestra primera parada la hacemos en Kisoro, ciudad rodeada de los volcanes del Virunga, uno de los pocos lugares del mundo en donde se pueden observar los gorilas de montaña. Los 600 dólares por persona por una hora en su compañía (en Ruanda cuesta 750) nos echa para atrás y no por la falta de ganas. Da mucho dolor de tripas saber que el dinero va a ir a parar al gobierno y que este no hace nada por mejorar la calidad de vida de la gente que vive alrededor del parque. A cambio subimos el volcán Muhabura de 4127m con unas vistas maravillosas de la región y podemos disfrutar de la flora típica de estas montañas africanas. Las lobelias gigantes se imponen por encima de los 3800m sobre un manto de turba y roca volcánica.

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Con el telón de los volcanes del Virunga en Kisoro, Uganda. Subimos el de la izquierda, el volcán Muhabura (4127m)

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Lobelias gigantes por encima de 3800m en el Muhabura, Parque Nacional de Mgahinga, Kisoro, Uganda

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Cumbre del Muhabura

De allí, nos dirigimos al cercano lago de Bunyonyi, abarrotado de pajarillos endémicos que nos hacen disfrutar de unos conciertos matutinos deliciosos con sus cantos. Negociamos con un chico del pueblo que nos lleve a conocer una tribu de pigmeos (batwa) en la otra orilla del lago. Les obligaron a salir del bosque, su hogar durante las últimas decenas de miles de años, para no interferir con los turistas que visitan los gorilas. Los pigmeos vivían de la caza (no de gorilas) y de la recolección y habían conseguido ser sostenibles en el largo plazo. A cambio les cedieron un erial sin árboles a una hora de la carretera en barca. Ahora malviven de los donativos que les damos sin más esperanza que comprar algo de alcohol con el que emborracharse. Cuando llegamos a su poblado es difícil de encajar ver a personas tan degradadas. El intento del estado por construirles una escuela y casas ha sido en vano, ya que han destruido parte de las edificaciones. Reparto la poca comida que nos queda (un par de galletas y una lata de sardinas) ante un público voraz: no han comido en dos días. El viaje de vuelta en barco lo hacemos mitad tristes, mitad cabreados. Nuestro donativo solo contribuirá a su alcoholismo y sin él tampoco comerían.

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El lago Bunyonyi dispone de 29 islas. En una de sus islas, «punishment island» hasta hace 50 años se abandonaba a las mujeres embarazadas sin estar casadas. Morían de hambre salvo que fuesen rescatadas por algún hombre que las tomaría como sus esposas

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Niños batwa (pigmeos). El grupo humano más antiguo de África central, lago Bunyonyi, Kabale, Uganda

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Escuela de primaria de los batwa (pigmeos), lago Bunyonyi, Uganda

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Con la tribu pigmea mientras cantaban su música tradicional, lago Bunyonyi, Uganda

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El orfanato de Cristopher en Bunyonyi, Uganda. Un ejemplo de que todavía se puede tener ilusión en este rincón del planeta

Esa tarde conocemos a Cristopher, otro joven del pueblo. Nos invita a conocer el orfanato que él y su hermano han fundado para acoger a los huérfanos y críos del pueblo que no tienen donde caerse muertos, el Kengoma Luck Orphan Project. Un proyecto que realmente merece la pena visitar. Les dan un techo y les dan de comer. Han comenzado un proyecto con el que están muy ilusionados, el «chicken project», que consiste en tener una gallina por niño que tienen para que así puedan comer huevos. Todavía no tienen agua, ni luz y los niños tienen que trabajar en los campos para poder comer. Pero confían en que poco a poco las cosas vayan mejorando. Las dos caras de la moneda en un mismo día, la de la gente que se abandona y la de la gente que todavía tiene sueños. Sin duda África está llena de sueños.

8 comentarios en “Uganda y Ruanda

    • gracias David! en este viaje hemos comprobado que se puede viajar de forma independiente por Uganda y Ruanda con un presupuesto muy bajo y que merecen la pena a pesar de que no se visiten los gorilas (600 dólares por persona en Uganda y 750 en Ruanda). Todo los occidentales que conocimos iban en tours organizados o alquilando vehículo, pero hacerlo de forma autónoma es totalmente recomendable!

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  1. Que bonito y completo el reportaje Fernando. Cada crónica que leo de tus viajes me gusta mas. Cada viaje te aporta algo nuevo y único. Para nosotros en Jordania de lo mejor fue compartir con vosotros ese día en el Wadi Rum.
    Un abrazo

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  2. Impresionada por el viaje y por el modo de vida de su gente. Muchos deseamos ir a África, pero al conocer algunos detalles, es un poco atemorizante; saber de niños que no cuentan con lo básico, triste. Las grandes potencias en vez de preocuparse por aumentar el poder, deberían usar éste y sus recursos para ayudar a estos lugares del mundo. De todas maneras, África tiene un gran encanto. Gracias por compartir la tremenda experiencia.

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  3. Pingback: Ecuador por carretera | Comomarcopolo

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