San Vicente y Las Granadinas

Desplazarse en transporte público en San Vicente y Las Granadinas es un deporte de riesgo. Si bien el hecho de que el transporte público en los países en desarrollo sea operado de forma privada o personal, avivando el ingenio de “cazar” pasajeros yendo a toda velocidad, en ningún otro lugar del mundo hemos vivido algo similar a la forma de conducir y de poner la música a bordo como en este pequeñísimo país de 32 islas al norte de Granada. La soca, el estilo de música tan particular de esta zona del Caribe retumba a un nivel ridículamente alto, tan alto que tras cinco minutos de trayecto los oídos duelen, quizá sangren. La velocidad de las Toyota Hiace, pintadas de colores exóticos es bestial y en todas las curvas -y hay muchas- los neumáticos, que instalan especialmente anchos para sobresalir de la chapa al estilo de los “bugas” de las películas de Hollywood, dan los toques de agudos chirriando rueda sobre la soca. Niños, ancianos, qué más da, así hasta 17 o 18 personas simultáneamente se montan a diario en esta montaña rusa, que a todas luces parece una ruleta de la misma nacionalidad. Sin rechistar.

Tras media hora de encomendarnos a nuestro ángel de la guarda, llegamos a Kingstown, la capital de este país de unos 100.000 habitantes, tierra de nativos caribes mezclados con esclavos africanos, colonizada por franceses y después ingleses, independiente desde 1979, tierra indómita bajo el volcán de La Soufriere, volcán activo donde los haya, que en 2021 hizo sacar sus escrituras y de qué manera. No es extraño que varias escenas de la película Piratas del Caribe se rodasen en esta geografía especial de cañadas de lava recubiertas de vegetación impenetrable y calas de arena negra con fondos marinos espectaculares. La capital es un crisol de puestos ambulantes de frutas y verduras, pescados de colores y de cobertizos de chapa para resguardarse de la furia de la lluvia que viene y va. Nuestra tienda de campaña, comprada en un supermercado por 10 euros y con demasiada vida como para prevenir del agua, no será una buena opción para este país. Sin embargo, dado que el turismo independiente de San Vicente es bajo y prácticamente limitado a los cruceros que aquí llegan, hace que existan opciones relativamente económicas para encontrar alojamiento en las exuberantes laderas volcánicas. Y menos mal, porque este jardín isleño se riega cada noche.

A diferencia del resto de islas que hemos visitado en el Caribe, San Vicente no es circunvalable por tierra, pero eso no quita que decidamos conocer los dominios que nos permite la carretera. Nos cargamos de paciencia para retomar el transporte público hasta llegar a Wallilabou, escenario de Jack Sparrow en su célebre película, pero salimos de allí despavoridos cuando llegan cientos de cruceristas recién llegados en sus tours. Hacemos autostop sin más rumbo que el de encontrar una playa más tranquila que la de la película y así llegamos a Mt. Wynne, una preciosa playa de arena negra, con un fondo marino impresionante de corales naranjas y peces loro. Inmersión tras inmersión vamos desenmascarando el hogar de tanta vida, en un mundo independiente y ajeno de lo que ocurre al otro lado de la superficie. Se nos hace tarde buceando y no queda más remedio que montarnos en otra Toyota, con los neumáticos mostrando los alambres como pelos de un barbudo. – Tocará marejada de regreso, nos decimos. Y tanto. De regreso en Kingstown celebramos la vida comprando frutas y verduras para preparar la cena.

Coloridas colinas de San Vicente y Las Granadinas
Wallilabou, la célebre cala de la película Piratas del Caribe
Salamanquesas de San Vicente
Playa de Mt. Wynne, con excelente snorkel en la misma costa

Al día siguiente la meteo parece adecuada para intentar la ascensión al volcán de La Soufriere. Tras el mareo del trayecto de ida en la correspondiente furgoneta, la humedad y el calor bananero con el que comenzamos esta ascensión, con un desnivel considerable, nos parecen una bendición en comparación. Poco a poco vamos atravesando cocotales y plantaciones de plátano, que tanto disfrutan de los nutrientes de la ceniza volcánica. Al cabo de un rato una pickup de un agricultor se ofrece a facilitarnos el camino un poco. – Son pocos los que aquí vienen a subir este volcán pudiendo descansar en la playa bebiéndose un ron frío. El hombre se desvía de su camino para acercarnos hasta el lugar más alto al que se puede acceder en vehículo 4×4 deseándonos una feliz ascensión: todo un caballero.

Las faldas de los volcanes permiten la agricultura de cocos, plátanos y verduras en San Vicente
Ascensión a La Soufriere, una de las actividades que hacer en San Vicente y Las Granadinas

Desde allí comienzan los dominios del bosque tropical y una barbaridad de helechos arborescentes nos reciben como sombrillas abiertas. Su tronco es muy especial y los hexágonos constituyen la geometría de su corteza negra. Mucho del carbón que consumimos como sociedad viene de los restos de los mismos helechos arborescentes que poblaron un día los bosques del periodo carbonífero. Ellos fijaban el alto nivel de dióxido de carbono de una atmósfera cargada de volcanes y hoy nosotros liberamos de nuevo ese carbono en una atmósfera con pocos volcanes. Aunque hoy estemos ascendiendo a una preciosa excepción. Poco a poco los piroclastos y los efectos de los flujos piroclásticos -corrientes de aire ardiente a más de 300km/h- de hace apenas un año y medio se van viendo más claros. Los árboles más altos están todos tronchados y en los restos de sus troncos las pequeñas bromelias se aferran a la vida. Así hasta llegar a los alrededores del cráter, donde los musgos y alguna pequeña planta comienzan la colonización de la ceniza. La niebla coquetea con la cumbre y la temperatura baja drásticamente. Desde el borde del cráter se vislumbra un lago sulfuroso que borbotea entre el rugido del viento. Sentimos frío por primera vez en semanas. Qué maravilla.

Los restos de la erupción de La Soufriere en 2021 son visibles y los musgos comienzas a colonizar las cenizas volcánicas
Acercándonos a la cumbre de La Soufriere
Cráter de La Soufriere, San Vicente y Las Granadinas
En la cumbre de La Soufriere, con su cráter envuelto en gases de azufre y niebla

Con el calor de la playa Villa y con excelentes vistas de la isla Young nos despedimos de la isla de San Vicente. Las comunicaciones de esta isla no son geniales, ni por mar, tierra o aire, y, como en este caso, toca salir como se puede hasta llegar a la isla de Santa Lucía, nuestra siguiente parada en este viaje para el recuerdo.

Isla de Young desde la costa sur de San Vicente
Despidiendonos de Kingstown, capital de San Vicente y Las Granadinas

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