Trinidad y Tobago

Trinidad y Tobago pertenecen a las Antillas, aunque su cercanía con Sudamérica es tremenda, apenas 10 km de Venezuela. Gran productor de petróleo y gas, como la Guyana y Venezuela, también comparte con éstas el dar la espalda a su industria turística y la gran delincuencia callejera y de armas en sus calles. El “be careful” -tened cuidado-, será un mantra constante y, por qué no decirlo, molesto, algo así como el “bon jour” para el que camina los Pirineos franceses.

Josu, nuestro amigo viajero de Bilbao, es la única referencia que tenemos de este país tan desconocido para nosotros y en el que el incipiente turismo suele darse únicamente durante su célebre carnaval. – Andaos con ojo, fueron sus palabras. Tras intentar durante un buen rato alquilar un vehículo en el aeropuerto, para reducir el tránsito en el centro de las ciudades, desistimos de ello; demasiado caro (alrededor de 60-80 euros el día) y sin cobertura del seguro ante siniestros o robos. Por ello, en unos segundos pasamos de tener un plan maravilloso de recorrer el país en coche a salir del aeropuerto sin un lugar a donde ir. Tomamos el primer autobús público que se dirige al centro de Puerto España, la capital, donde descubrimos lo baratísimos que son los transportes en este país petrolero; en el que por menos de un euro se puede atravesar su geografía. Las concertinas, esas cuchillas instaladas en las vallas, por si una alambrada no fuese suficiente, empiezan a florecer en los edificios en filas de dos, tres y cuatro, algunas oxidadas ya por el clima tropical. La autovía por la que circulamos desde el aeropuerto tiene cuatro carriles por sentido y el tráfico es tremendo, los edificios y las escurriduras oscuras en sus fachadas, propias de este clima, se muestran sin orden ni armonía entre antiguos campos de caña de azúcar o hierba muy alta, como si todo aquello perteneciese a una base militar de una película de Rambo. La llegada al centro de Puerto España no promete mucho más y, al igual que hemos visto en otras capitales, una muchedumbre de personas sin hogar y de personas que caminan sin rumbo o hablando solas no nos inspiran ninguna confianza. ¿Miedo?, quizá un poco, más aún cuando hace unas horas disfrutábamos del paraíso caribeño tan tranquilo de Barbados. Probablemente si hubiéramos llegado desde Venezuela esto nos parecería más seguro que Zurich, pero el “be careful” al cruzar el paso de cebra, el “be careful” del conductor del autobús y el “be careful” de la mujer del puesto de información de la terminal nos hacen sentir que algo no va bien, o que su uso sea diferente al nuestro.

Toca cambio de planes improvisado, saliendo del aeropuerto de Piarco

Nos guiamos por el olfato y decidimos salir de ahí lo antes posible tomando un autobús hacia Maracas, una de las playas más populares del país. Los poco más de 20km que separan la capital de este pueblo de costa representan un cambio de paisaje y población espectacular. Es jueves y llegamos cuando está atardeciendo, no tenemos ninguna reserva de hotel, pero las vistas de la costa son espectaculares y respiramos con gusto el aire salado. A diferencia del resto de playas caribeñas, de aguas transparentes y color turquesa, aquí el agua no es muy transparente y su color es más oscuro, como si estuviera cargada de sedimentos de algún río amazónico. Las montañas verticales y completamente cubiertas de vegetación selvática bajan hasta el mar en un ejercicio de comunión entre el mar y la jungla. Sin prisa exploramos nuestras posibilidades. No se ven hoteles cercanos ni tampoco mucha gente en la playa. Vemos que hay un puesto de guardacostas en la arena con cámaras de seguridad y nos acercamos a hablar con los responsables. Diez minutos después ya tenemos montada la tienda de campaña en el lugar más vigilado de esa playa, custodiada por ellos durante toda la noche. Cenamos un bocadillo de mantequilla de cacahuete en un bollo de pan dulce mientras contemplamos las últimas luces del día antes de entrar en la tienda de campaña. Descansamos mejor que un hotel de 5 estrellas bajo un cielo de miles de ellas.

El paisaje desde Puerto España, capital del país, a Maracas cambia de forma espectacular

A la mañana siguiente nos despiertan varias personas que trabajan en la playa y sus rastrillos. Nos saludan con cariño, a la vez que nos confiesan que somos la primera tienda de campaña que ven allí en años. -Antes era algo común pero las cosas han cambiado, reconocen.  Es viernes y lo que ayer era una playa tranquila hoy se convertirá en uno de los lugares de esparcimiento más populares de la isla. Los chiringuitos venden bocadillos de tiburón con queso, muy populares en este país y los altavoces comienzan a atronar la “soca”, un estilo de música muy particular de esta zona del Caribe. Recogemos nuestro campamento y nos lanzamos a la carretera para descubrir el escasísimo transporte público que existe en la costa norte de la isla. Por ello, toca sacar el pulgar a relucir y hacer autostop. El viaje vuelve a devolvernos vez tras otra a nuestro estilo preferido: la tienda de campaña y el autostop.

Autostop para desplazarnos en Trinidad
Cuevas, un tranquilo pueblo de pescadores en el norte de Trinidad

Paramos en Cuevas, una playa salvaje en la que el mar ha ido horadando la roca arenisca en forma de cuevas y hornacinas. La playa es inmensa y apenas unos pescadores que descansan tranquilos en sus botes en la arena alteran  la paz del lugar. Es en esta costa donde entre los meses de abril y junio llegan las tortugas laúd, de hasta 500 kilos de peso, a desovar. La vida de las que son las mayores tortugas marinas, que además no tienen caparazón, es una incógnita. Los dispositivos GPS que les han puesto indican que algunas viven en el golfo de Guinea de África y vuelven a desovar cuando cumplen los 25-30 años de edad a la misma playa de Trinidad, donde nacieron. Se alimentan de medusas, principalmente de la carabela oceánica, una de las especies más peligrosas para los seres humanos. Comenzamos a explorar la costa en busca de su rastro y de sus nidos, pero nada hace pensar que en Cuevas haya llegado alguna de estas tortugas en los últimos días.

Pescadores en Cuevas
Playa de Cuevas, la selva tropical y el mar se unen en una costa espectacular

Volvemos a la carretera donde un ciudadano filipino nos lleva en su vehículo hasta Blanchiseusse, el final de la carretera de la costa. Muchos filipinos buscan una salida profesional embarcándose como tripulación de barcos pesqueros y de cruceros. Este caballero descubrió que el mar no era lo suyo y se bajó del barco en Trinidad, donde se dedica a gestionar las propiedades urbanísticas de un señor inglés. Nos sube en su vehículo y cuando le decimos que somos españoles hace práctica de su español de la escuela -reminiscencias de la que fue colonia- y nos explica con la visión de alguien de fuera la situación del país. -El país se ha vuelto muy peligroso, pero casi siempre tiene que ver con ajustes de cuentas familiares, que las resuelven a tiros. Para cambiar el tema nos habla de una playa llamada Paria, que solo se puede conocer caminando durante dos horas por un sendero a lo largo de la costa, -allí llegan muchas tortugas por la noche porque no ven ninguna luz; no les gusta la luz para desovar. De este modo, nuestro plan de viaje vuelve a cambiar y cargamos agua para continuar a pie hasta Paria.

El sendero hasta esta playa podría ser uno de los más escénicos del país al ir recorriendo bajo la vegetación selvática una costa de lo más salvaje. En ningún momento el mar nos invita a nadar en él y respetamos sus indicaciones. La temperatura muy elevada y la humedad total nos agotan en cada paso en un sendero lleno de sube-bajas y en el que sudamos a raudales. Poco a poco el mar va conquistando la costa o llevándose hacia él partes de la misma, islotes que el clima los vuelve ínsulas de vida sobre el mar. Bastante cansados llegamos a Paria; una playa absolutamente espectacular. Llevamos agua y comida como para aguantar 24 horas, nos decimos. Al fondo se ven las dos chabolas de los dos rastafaris que viven en la playa todo el año. Cultivan cuatro plátanos y fuman hierba todo el día, gente muy tranquila y relajada. Según vamos caminando por la playa descubrimos los rastros, como si hubieran pasado un tractor, de las tortugas laúd. Pasamos el resto del día disfrutando de esta playa con un sonido ensordecedor de las olas al romper allí hasta que cae la noche. El plan sin plan es hacer de vigías cada hora para, si tenemos suerte, ver las tortugas laúd desovar en su entorno natural. Levantamos la tienda de campaña protegidos de la húmeda brisa marina bajo unos árboles. En cada vigía recorremos como 1 km de playa con la única luz de un frontal en su intensidad mínima. Las vigías pasan y pasan sin dormir entre ellas por la excitación del cazador de experiencias y sin conseguir ver tampoco ninguna tortuga, pero acabamos la noche con la sonrisa de saber que existen animales así aunque no los hayamos visto esta vez.

Costa norte de Trinidad, vistas espectaculares
Ínsulas de vida que el mar arrastra
A lo largo de kilómetros la costa está salpicada de islas con vegetación inverosímil camino de Paria
Las formas y texturas y un mar poco amigable nos invitan a quedarnos en tierra y a no bañarnos
Llegando a la espectacular playa de Paria
Playa de Paria, una de las más salvajes y espectaculares que hemos conocido en el Caribe
Formas y texturas en Paria
Nido reciente de una enorme tortuga laúd, playa de Paria
En el extremo más alejado de Paria viven dos rastafaris durante todo el año, alejados más de dos horas a pie del núcleo de población más cercano
Marea baja en Paria, Trinidad
Atardecer antes de salir a buscar tortugas laúd
Playa de Paria

Retrocedemos poco a poco hasta la playa de Maracas y descubrimos que lo que recordábamos de playa relativamente tranquila parece Valencia en el día de San Juan, desde luego, nada idílico para acampar en la playa. Es tarde para llegar a la capital y, sin lugar planeado donde dormir, decidimos buscar un sitio tranquilo donde permanecer  aquí. Bea ve un cartel de un edificio comunitario, la que podría haber sido una buena primera opción para acampar, pero está cerrado. Explicamos nuestros planes de buscar un sitio tranquilo donde acampar a una mujer que vive allí cerca y nos recomienda el campo de beisbol. Un sitio abierto y sin iluminar, una mala opción para una noche con tanta gente. Al momento pasa por allí Dion, quien nos saluda afectuosamente como si nos conociera. Y en el fondo nos conoce, porque él es uno de los trabajadores de la playa que nos vio acampando el primer día. Pregunta qué necesitamos y al explicarle nuestra situación, nos dice que ningún problema que en su casa hay sitio de sobra. Nos presenta a toda su familia y saca una botella de vodka, donde hasta la abuela se mete buenos lingotazos. La mujer, un encanto de persona, prepara cena para todos y con la música de la sobrina todos se ponen a bailar. La luz se va durante casi dos horas y encienden un generador de gasolina. Una cena para recordar entre las risas, ruido de la música y generador… La botella de vodka cae y con ella caemos también nosotros, cansados de la vigía para las tortugas de la noche anterior. Nos despedimos de ellos con un “be careful” mutuo entre abrazos.

Al día siguiente retrocedemos a Puerto España, donde nuestros recelos iniciales van suavizándose. La ciudad es una mezcolanza del pasado colonial: español con la llegada de Colón en 1498 y británico desde 1797 y de la arquitectura impersonal reciente como país independiente y buen exportador de petróleo desde 1962. Al día siguiente saldremos hacia Granada, un destino productor de especias, pero, sin duda, menos picante que Trinidad y Tobago.

Centro de Puerto España
Mercado de Puerto España

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