Fugitivos de la Nueva Normalidad

Tras unos meses regidos por un paternalismo estatal que ha sobrepasado lo absurdo, véase la defensa a ultranza de los bares frente al bienestar infantil o al deporte individual, necesitábamos volver a sentir el vientecillo de la libertad y salir de la burbuja española, esa que cuando miras a través de su cristal se conoce como “normalidad”. Frente al mantra constante en los medios sobre el virus, de que este año toca quedarse por aquí, de que viajar se ha acabado hasta que haya vacuna, decidimos darnos la oportunidad de un viaje por carretera por Centro Europa, por países donde sus niveles de contagios fuesen inferiores a los de España, algo que sería realmente fácil. Seguramente Europa no hubiese sido el destino para este año, sino África del Oeste, donde teníamos organizado realizar el proyecto de analizar el impacto social que tiene la electrificación rural con energía solar, en otras palabras, cuantificar las mejorías sobre la población de tener luz y de tenerla con un medio renovable y limpio. África del Oeste es la región del planeta menos afortunada en cuanto a electrificación y además ha sufrido especialmente los efectos de pandemias con mayúsculas como la del SIDA, el ébola y la malaria, lo cual ha hecho que sus fronteras estén cerradas herméticamente y que el proyecto se vea pospuesto.

Comenzamos el viaje cargando la furgoneta de comida, como para resistir una marejada de virus completa, si es que las fronteras se pusieran peleonas. Además, la instalación solar que hemos montado en el techo de la furgoneta nos permitirá tener luz y mantener la nevera bien fresca. Es una buena paradoja que el mismo sol que abrasa en verano sea el mismo que nos enfríe las cervezas.

1. Castillos del Loira, Francia

Ponemos rumbo hacia el norte haciendo la primera parada en los castillos de Loira, destino que al igual que la mayoría de los que visitaremos lo disfrutaremos este año con ausencia de turismo y con el añadido de que el combustible se encuentra en precios mínimos, abaratando nuestro viaje hasta un 30-40% respecto a cualquier otro año. De entre los 40 castillos principales de esta región, -un inciso, castillo viene de la traducción literal de “chateaux, cuando en verdad son palacios sin ningún objetivo militar-, visitamos Chenonceaux, Chambord y Chaumont-sur-Loire, los primeros residencias de la realeza francesa. La región está conectada por una extensa red de ciclovías bastante llanas, que lo convierten en un destino muy típico para familias francesas viajando en bicicleta. Ciudades como Bois y Amboise, ambas preciosas y con un pasado renacentista impresionante, -la segunda fue hogar y tumba de Leonardo Da Vinci-, nos abren el apetito de lo que irá viniendo en el resto del viaje.

Castillo de Chenonceaux
Castillo de Chambord

2. Normandía, Francia

Desde los castillos del Loira nos dirigimos al Monte Saint-Michel, ya en la costa de la Baja Normandía donde disfrutamos de apenas veinte personas en su interior, frente a los ¡miles!, que suelen ser habituales en este lugar. A unos 80km al norte de Saint-Michel se encuentran las playas del desembarco de Normandía, aquellas que en 1943 fueron las protagonistas de la entrada de los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial en Europa. Las playas de Omaha, Juno y Utah, renombradas en clave para esquivar el espionaje alemán -el cual, por cierto, fue engañado por el espía español Joan Pujol García, en clave Garbo para los ingleses y Alaric Arabel para los alemanes-, todavía hoy albergan muchos vestigios en forma de bunkers, puertos metálicos, tanques, baterías antiaéreas y cementerios militares llenos de cruces blancas. Especialmente el Ponte du Hoc y las Longues de Mar merecen la pena para entender la defensa alemana a lo largo de toda la costa Atlántica y el cementerio americano de Saint-Laurent-sur-Mer, para entender el daño que la defensa alemana hizo durante las primeras horas del desembarco.

Desde estas playas históricas, completamos la visita a Normandía conociendo el pueblo costero de Honfleur y los impresionantes acantilados de alabastro blanco de Etrerat, hermanos geológicamente de sus equivalentes en la costa inglesa.

Cementerio americano en Saint-Laurent-sur-mer
Monte Saint Michel
Puerto de Honfleur
Acantilados de Etrerat

3. Bélgica

La “nueva normalidad” francesa nos ha regalado ausencia de gente en lugares que tradicionalmente están abarrotados de visitantes, lo cual nos anima a continuar en la vecina Bélgica. Conocemos Brujas (una joya para visitarla durante una post-pandemia, lo cual hace que los visitantes de este verano se conviertan en los visitantes que habría en un martes lluvioso de febrero) y Gante (ciudad estudiantil magnífica y que vio nacer a Carlos I), Amberes (ciudad más portuaria y donde se trafica y talla el 70-80% de todos los diamantes del mundo) y Bruselas (donde nos quedamos con su Gran Place y con la visita al hemiciclo del Parlamento Europeo). No podemos evitar dejar de ver la estatua ecuestre de su rey Leopoldo II, el gran genocida del Congo. Mientras vemos por muchos lugares la absurda moda de echar pintura roja a la esculturas de genios de la literatura, Cervantes, y de la exploración, Colón y Magallanes, en Bruselas, el genocida rey Leopoldo II puede estar muy tranquilo. Tras estos días intensos de ciudades nos damos un pequeño respiro en la Ardenas del sur de Bélgica, una región de bosques y meandros preciosos, como los del río Semois a su paso por Bouillon y Ucimont.

Frente al castillo donde nació el emperador Carlos V, en Gante
En el hemiciclo de la Comisión Europea de Bruselas
Río Semois cerca de Ucimont, la tumba del gigante
En las Ardenas del sur de Bélgica

4. Luxemburgo

Desde Bélgica cruzamos al vecino Luxemburgo, el que supuestamente se trata del segundo país más rico del mundo, cuya renta es equivalente a que cada luxemburgués gane de media 9.000 euros al mes. Hay países donde atan a los perros con chorizo, pero en Luxemburgo los atan con lonchas de jamón de Jabugo. Tras recorrer la capital y sus Casamates, una red de pasadizos excavados durante siglos en su roca arenisca, nos dirigimos a Berdoff, a conocer los secretos que la arenisca esconde en su hayedo. Escalamos algunas rutas de gran calidad en estas paredes de cuento.

Luxemburgo capital
Bosque de Berdoff

5. Treveris y Selva Negra, Alemania

Desde Luxemburgo, cruzar a Alemania es tan simple como cruzar el río Sauer. Así pues, nuestra primera parada la hacemos en Treveris, una tranquila ciudad alemana famosa por dos cosas. La primera por disponer de un arco romano impresionante conocido como la Puerta Negra, por la patina negra de la roca acumulada a lo largo de los siglos y la segunda por ser el lugar donde nació Karl Marx. A apenas una hora de conducción de Treveris llegamos a Baden-Baden, la puerta de entrada a la Selva Negra. En verdad el nombre de Selva Negra hizo que nos imaginásemos bosques oscuros llenos de niebla y tartas de chocolate con el mismo nombre, algo que dista mucho de su realidad en días despejados de verano. Visitamos los pueblos de Sasbachwalden y Gengenbach, antes de hacer las caminatas del lago Feldsee y la garganta del río Wutach.

Puerta Negra de Treveris
Treveris, cuna de Karl Marx
Sasbachwalden
Gengenbach
Lago Feldsee

6. Alpes de Ammergau y Múnich

Continuando hacia el Este y tras un merecido baño en el lago Constanza en Wasserburg, llegamos al castillo de Neowanstein, en el que se inspiró el de Walt Disney, un castillo cuyo excéntrico propietario, el rey Luis II,  prácticamente no llegó a disfrutar. Desde aquí nos adentramos en los Alpes de Ammergau. La meteorología de tormentas fuertes al mediodía para los próximos días hace que desistamos de intentar alguna cumbre en esta zona y que lo sustituyamos por chapuzones en los lagos de Barmsee y Kochelsee para esquivar el calor pegajoso de los días de tormenta y también la visita a los pueblos de Oberammergau y Mittenwald, donde tienen la costumbre de pintar al fresco en las paredes de las casas todo tipo de escenas, como la de los cuentos de Hansel y Gretel, los cuales por cierto proceden de esta zona.

Lago Constanza en Wasserburg
Castillo de Neowanstein

Posteriormente conocemos Múnich, una ciudad que nos gusta por sus contrastes. Hacemos una parada para comerme un codillo asado en el único restaurante que pisaremos durante todo el viaje, la cervecería Hofbräuhaus, célebre por el October-Fest e histórica por ser el lugar donde una Alemania hundida económicamente y con sentimiento de humillación por las condiciones impuestas en el tratado de Versailles, tras perder la I Guerra Mundial, vio en el primer discurso de Adolf Hitler y su nacionalsocialismo la solución a todos sus problemas. La historia nos ha enseñado numerosas veces que hay que sospechar de quienes prometen resolver problemas sociales complejos de una forma fácil.

Marienplaz de Munich
Codillo en la cervecería de Hofbräuhaus

A la caída de la tarde nos dirigimos al pueblo de Dachau, donde encontramos un aparcamiento para dormir anexo al que fuese el primer campo y campo “modelo” de concentración, ese en el que se inspiraron los nazis para el resto de la infinidad de campos de la muerte que sembraron por Centro Europa. Al día siguiente recorremos durante 6 horas los entresijos de un sistema de odio y genocidio, en el que el conjunto de la sociedad alemana no disidente participó de una forma más o menos activa. La encuesta que realizaron los estadounidenses inmediatamente después de la liberación de este campo no deja lugar a dudas, la práctica totalidad de la población conocía la existencia del campo y miró hacia otro lado.

7. Mauthausen y Viena, Austria

Desde Dachau, continuamos hacia el Este hasta Linz, ya en Austria. El objetivo de esta parada no es solo visitar esta tranquila ciudad sino conocer el campo de concentración de Mauthausen, conocido como el campo de los españoles. Hace unos años conocimos los campos de concentración franceses en las playas de Argeles sur Mer, cerca de Perpiñán, allí donde decenas de miles de exiliados españoles durante y tras la Guerra Civil Española fueron tratados como alimañas por los franceses. Las condiciones inhumanas, la ausencia de comida y parapetos para cubrirse del frio y del viento -tan fuerte en esta zona- hicieron de estos campos la tumba para multitud de exiliados, muchos de los cuales sin saber nadar se entregaban al mar como muerte rápida. Muchos de los supervivientes de estos campos han guardado silencio de por vida por no recordar lo allí vivido. Resulta conmovedor que Francia haya decorado esta parte tan podrida de su historia bajo su emotiva “resistencia francesa”. El caso es que tras meses malviviendo en estas playas, Francia vio en los hombres exiliados, carne de cañón para combatir a los alemanes. Por su parte, los exiliados vieron en la lucha contra Alemania una oportunidad de vencer al fascismo en Alemania, para posteriormente vencerlo en España. Pocas semanas después, tras capitular Francia, serían servidos en bandeja por Francia como presos a los alemanes, los cuales, en un primer momento, los trataron con dignidad en campos de trabajo, -en palabras de los supervivientes vivieron mucho mejor que en las playas francesas. Vale la pena ver el documental “Los últimos españoles de Mauthausen”, disponible en Youtube. Fueron estos presos militares, el primer convoy de españoles que fue enviado a Mauthausen y quienes la historia dice construyeron los barracones de lo que llegó a ser este campo de exterminio. Así mismo, más de 900 personas pertenecientes a familias de exiliados con mujeres y niños fueron enviados desde Angulema (Francia) hasta Mauthausen (históricamente, la primera vez que los nazis enviaban a familias a un campo de concentración/exterminio). Allí las SS preguntaron a Franco qué debían hacer con ellos. Franco solicitó que enviasen de vuelta a España a las mujeres y a los niños de menos de 13-14 años, indicando que “no existen españoles fuera de España”, una condena a muerte para los varones, quienes inmediatamente fueron marcados con un triángulo azul como apátridas, con una S en su interior, como españoles. Una paradoja la de ser apátrida y a la vez español.

Mauthausen fue la central de una compleja red de campos de trabajos forzosos que llegó a incluir 40 subcampos en la zona de Linz, entre ellos el de la cantera de granito de Gusen, donde fallecieron la mayor parte de los casi 5.000 españoles que dejaron la vida ahí. Mauthausen se construyó pegado a una cantera de granito donde los internos debían trabajar en condiciones inhumanas picando piedra de sol a sol. Además, debían subir hasta 10 veces al día con 50 kg de bloques de granito a la espalda los 186 peldaños de la nombrada “escalera de la muerte”. Los SS solían empujarles desde arriba para crear un efecto dominó, donde morían aplastados y también se divertían obligando a los judíos a empujar a sus camaradas por el enorme cortado vertical de la cantera, en lo que denominaron el “muro de los paracaidistas”. Fue esta primera remesa de españoles la que, por méritos propios, se ganó un cierto renombre de trabajadores incansables ante los SS y lo que permitió que progresivamente pudiesen conseguir algún puesto de trabajo algo mejor, como el barcelonés Francisco Boix, quien revelaba las fotografías que los SS tomaban de sus barbaries y quien pudo duplicar los negativos y usarlos como pruebas acusatorias testificando en los juicios de Nuremberg. La segunda remesa de españoles llegaría posteriormente, de aquellos que colaboraron con la resistencia francesa. Sin embargo, en Mauthausen los que peor lo pasaron fueron sin duda los judíos y los presos militares soviéticos, a quienes no se daba ni comida ni cama hasta que fallecían. Fue histórica la fuga de 500 presos soviéticos: 100 fueron ametrallados en el mismo campo, mientras que los 400 restantes fueron cazados como animales -en parte por los propios habitantes del pueblo de Mauthausen, prueba de la complicidad y conocimiento de lo que allí pasaba-. Solo 11 sobrevivieron.

Cuando Mauthausen fue liberado por los estadounidenses, más de 120.000 personas ya habían sido asesinadas en este campo. Los estadounidenses fueron recibidos con una enorme bandera republicana sobre los muros del campo que decía “Los españoles antifascistas dan la bienvenida al ejército americano”. Tras la liberación del campo, los distintos países reclamaron a sus supervivientes, mientras que los apátridas españoles tuvieron que esperar a que los miembros de la resistencia francesa, con los que habían compartido el sufrimiento de Mauthausen, intermediasen para que se les permitiese volver a Francia.

Escaleras de la Muerte de Mauthausen

Tras la intensa visita a Mauthausen nos dirigimos a conocer Viena, cuyas calles fueron adoquinadas con granito y sufrimiento del mismo campo. La grandeza de sus edificios, el color gris del granito y la excesiva tranquilidad de sus calles hacen que esta ciudad nos parezca un poco aburrida y pongamos rumbo a la vecina Hungría.

Parque de las rosas de Viena

8. Hungría

Cuando cruzamos la frontera entre Austria y Hungría inmediatamente notamos la diferencia entre ambos países: las carreteras más parcheadas, las fábricas abandonadas de su pasado comunista y los pueblos notablemente más pobres, nos dan la bienvenida a un país eminentemente llano y agrícola, principalmente de maíz, cereales y patata. Así llegamos a su capital, donde el barrio alto de Buda y el barrio bajo de Pest, nombran a Budapest. Fiel a nuestro estilo, buscamos un aparcamiento gratuito, casi siempre tan lejos como para que el ayuntamiento se plantee instalar parquímetros y recorremos la ciudad a pie, más de 15km para conocer su ciudadela, sus bares de un estilo tan decadente -que alardean de su estado en ruinas-, su barrio judío, su parlamento y su Danubio a modo de mar que vertebra esta ciudad tan interesante.

Continuamos el viaje en carretera por Centro Europa conociendo el castillo de Gödöllö y el pueblo de Holloko, en el norte de Hungría.

9. Tatras de Eslovaquia

Para este momento ya estamos deseosos de dejar las llanuras agrícolas centroeuropeas y sustituirlas por las montañas. ¡Qué mejor que la cordillera de los Tatras! Estas montañas delimitan Eslovaquia y Polonia con elevaciones de hasta 2.600 m de un granito negro salpicado de ibones azules y praderas de un verde intenso para captar mejor la radiación solar en un clima fuertemente marcado por la nubosidad y las lluvias. Afortunadamente, la tónica del viaje está siendo la del buen tiempo y en los Tatras no va a ser menos. De entre las múltiples posibilidades de estas montañas elegimos la ruta de los lagos de Velicke y Dlhe y la ascensión al fronterizo pico Rysy, el que es el pico más alto de Polonia. Si la primera ruta la elegimos bien, fallamos con la segunda al elegir sin saberlo una montaña terriblemente popular entre los eslovacos y los polacos. Nunca habíamos ido a ningún monte con tantísima gente, lo cual resta intensidad a la actividad. Mientras bajamos de la cumbre, la escena de más de 500 personas esperando a encaramarse a las cadenas metálicas para superar un resalte vertical nos recuerda que en este mismo punto en agosto de 2019 fallecieron durante una tormenta muchas personas y más de 150 sufrieron quemaduras al descargar el rayo sobre la misma cadena a la que estaban agarrados.

El hecho de que la población eslovaca, checa y polaca no tenga excesivos lugares de esparcimiento natural, en un verano en el que el miedo a cruzar fronteras les ha impedido recalar en su ansiado Mediterráneo, probablemente haya sido la causa de tantísima gente en los Tatras.

Camino del Rysy en los Tatras de Eslovaquia
Muchedumbre en el ascenso al Rysy
Bea en el lago Dlhe

10. Cracovia, Polonia

Desde los Tatras, a apenas una hora de camino, se encuentra la ciudad de Cracovia, ya en Polonia. El objetivo es ahorrar tiempo de desplazamiento por la “interesante” red de carreteras naciones de Eslovaquia a la vez que conocemos esta ciudad y el cercano campo de exterminio de Auschwitz. De Cracovia nos sorprende especialmente su historia, el gueto judío, la fábrica de Oscar Schindler, recreada por Spielberg en su “Lista de Schindler” y su gigantesca plaza medieval. Todavía sorprende ver judíos tradicionalistas por sus calles y algunos souvenirs muy poco acertados que recrean a un judío de negro con un saco con el símbolo del dólar.

Gueto de Cracovia

Desde Cracovia nos dirigimos a la entrada del campo de Auschwitz, donde descubrimos que disponen de poquísimas entradas gratuitas cada día (en Dachau y Mathausen la visita es totalmente gratuita y no hace falta reservar). En Auschwitz si no se ha reservado una de esas escasas visitas gratuitas, el coste de la visita asciende a ¡17 euros por persona! para un grupo de 20 personas, lo cual es absolutamente abusivo para el que es, sin lugar a dudas, el lugar más horrible de nuestra historia europea. Mientras intento justificar mentalmente que ese dinero es para el guía, Bea es tajante, ella no va a entrar porque no se puede hacer negocio de un campo de exterminio, en el que, por ejemplo, fueron asesinados los abuelos de nuestra amiga Ruth, así como casi un millón de personas.

11. República Checa

Después del chasco de Auschwitz, que vuelve a confirmarnos que la dirección que sigue el turismo es muy frecuentemente errónea, llegamos a Adrspach en la vecina República Checa. Adrspach es un parque natural con centenares de agujas de arenisca que emergen de un bosque de abetos y turberas, donde probablemente se practica la escalada más expuesta de Europa. La ética de la escalada de este lugar, es decir, las normas autoimpuestas por los escaladores en esta zona, dicta que no se puede usar magnesio para eliminar la humedad en las manos, ni cualquier dispositivo metálico que se pueda empotrar en sus fisuras, elementos totalmente extendidos en el resto de las paredes del continente. A cambio, los escaladores usan nudos de cuerda que empotran en los estrechamientos de las fisuras naturales de su roca con la ayuda de un palo de madera, confiando que dicho nudo no se salga de la roca ante una potencial caída. Solo en aquellos tramos de roca sin fisuras se permite el uso de clavos metálicos, los cuales deben ser instalados escalando desde abajo bien, agarrados de una mano y maceando con la otra mano, o colgados de un gancho. Resulta abrumador ver la capilla de los escaladores muertos en este lugar, con cifras que se cuentan por docenas.

Agujas de Adrspach
Ciudad de roca de Adrspach, República Checa
Capilla por los escaladores caídos en Adrspach

Desde las agujas de Adrspach llegamos a Praga, capital del país y, en nuestra opinión, la ciudad que más nos gustó en este viaje. La plaza de la ciudad vieja, su barrio alto y el puente de Carlos visitados en un año sin apenas turismo nos sorprenden, algo llamativo después de semanas viendo castillos, ciudades y pueblos de tanto renombre.

Praga

El ritual de comprobar el estado de las fronteras por la mañana y por la tarde en la página oficial de la Comisión Europea de Re-Open Europe nos va actualizando que varios de los países que hemos ido visitando se han ido cerrando para los españoles. Por esta razón, viendo lo bien que se ha ido dando el viaje y sin ánimo de estropearlo con cierres de fronteras que nos afecten la vuelta, decidimos conocer el parque nacional de Sumava, en el sur de la República Checa y después regresar a casa. Sumava dispone de los únicos lagos alpinos del país y bosques de abetos donde perderse y hace que nos parezca un lugar interesante a visitar en un viaje por este país. Desde Sumava, un día y medio de conducción después, refrescado por un par de baños en el lago Constanza y en las Landas del sur de Francia nos separan de casa.

Parque nacional de Sumava

España nos recibe con mascarilla y más coronavirus y nos sentimos como esos fugitivos que vuelven al lugar del que un día escaparon, eso sí, habiendo sentido por unos días el vientecillo de la libertad.

4 comentarios en “Fugitivos de la Nueva Normalidad

  1. Hola Santi, en nuestro caso hicimos el viaje días antes de que en cada país se exigiese PCR, cuarentena o directamente prohibiese la entrada. En la web de Reopen Europe actualizan diariamente el estado de las fronteras, aunque hoy en día en la UE las fronteras se cruzan a 120km/h y el control es inexistente salvo que paren coche por coche para comprobar a todos sus pasajeros, algo que no está ocurriendo en la mayoría de los países. Saludos!

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