Kenia por libre

La carretera parcheada y rodeada de palmeras que conecta Tanzania y Kenia por la costa es el cordón umbilical de dos países que comparten la cultura y la lengua suajili. Llegamos a Mombasa cuando el sol ya está cansado de calentar la que es la segunda ciudad en número de habitantes de Kenia. Caótica, ruidosa y en ciertas zonas picante, en cuanto a seguridad se refiere, esta ciudad supo encontrar su lugar de ser en la isla fluvial de la desembocadura de los ríos Likoni y Tudor. Todavía hoy, si se quiere entrar a esta ciudad desde el sur, se debe esperar el turno a los ferris que la conectan con la orilla; barcos cuyo número de pasajeros superan en muchas veces su carga segura, transportando gente hasta en sus propias rampas.

En Mombasa pasaremos las dos primeras noches en casa de la familia de Wanjiru, la cual se ofrece a recibirnos gratis en su casa haciéndonos un poco más fácil nuestra llegada a este país. Siguiendo sus consejos, desde Mombasa nos desplazamos por la costa hacia el norte, hasta las ruinas de Gede, reminiscencias de la cultura suajili y Watamu, una famosa playa que año a año recibe a miles de italianos en busca de su sol y arenas blancas. Quizá fuera por lo reciente de nuestra estancia en Zanzíbar, que las playas de Watamu no nos impactaron como habíamos esperado. Por esta razón, acortamos nuestra estancia en la costa keniata y tomamos el nuevo tren construido por los chinos que conecta Mombasa con Nairobi. Este tren atraviesa el parque nacional de Tsavo y resulta bastante extraño ver elefantes a los lados de la vía mientras el resto del pasaje observa ajeno sus teléfonos móviles.

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Ruinas de Gede, Watamu

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En los siglos XIII y XIV se islamizó esta zona de la costa keniata. Las ruinas de Gede albergan un importante recuerdo de aquella civilización ahora escondida por el bosque

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Los guardianes de las ruinas de Gede

Nuestro paso en Nairobi es tan breve como podemos. Si Mombasa ya nos pareció una ciudad horrible, Nairobi nos lo parece al cuadrado. Una vez hemos averiguado cómo obtener el visado para Etiopía, tomamos la primera furgoneta que nos lleve a Naivasha, el punto de partida para conocer el parque nacional de Hell’s Gate. Este parque nacional es el único en el que se puede realizar un safari yendo en bicicleta, una sensación muy diferente a realizarlo desde la seguridad de un vehículo. Los grupos de cebras, jirafas, gacelas e impalas pastan tranquilos mientras pedaleamos a escasa distancia de ellos. Los búfalos, mucho más territoriales, levantan la mirada con cara de pocos amigos. En una de las cuestas del parque, cuando nos toca echar el pie al suelo, las huellas recientes de un leopardo nos recuerdan que no solo habitan herbívoros en este lugar. Resulta muy curioso que, mientras en el resto de los parques te puedan multar por bajar del vehículo un momento, en este te permitan ir a tu aire, todo siempre bajo el paraguas del “bajo tu propia responsabilidad”.

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Bea cediendo el paso a las cebras en el parque de Hell’s Gate

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Este parque alberga una colonia importante de jirafas que no mostraron ningún miedo por nuestra presencia

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Las cebras son las reinas de Hell’s Gate

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Garganta con aguas termales en el mismo parque

Desde Hell’s Gate continuamos hacia el norte hasta Nyahururu, localidad donde conocemos las cascadas Thomson, de unos 70 metros de altura. Esa noche acamparemos en los jardines de la catedral católica y organizaremos nuestra incursión al lago Turkana, a unos 350km del lugar y al que pretendemos llegar al día siguiente. Mientras explicamos nuestros planes a uno de los curas nos pregunta si estamos preparados para lo que vamos a ver: – Vais a conocer una de las zonas más subdesarrolladas de África. Son pobres, pero, sobre todo, son pobres de mente concluye tajantemente. Estas palabras resonarán en nuestra cabeza a lo largo del camino en un autobús de los años 70 absolutamente sobrecargado de patatas en el techo, mientras damos tumbos camino de Maralal, el último punto civilizado de esta ruta. En Maralal preguntamos sobre nuestras opciones para llegar ese día a Loiyangalani, el primer pueblo en la orilla del lago Turkana. Lo que escuchamos no nos convence. – No es posible llegar en transporte público por esta ruta, pero quizá mañana… Mientras vagamos por las calles de Maralal estudiando qué hacer, una mujer se acerca a nosotros y nos pregunta si queremos ir hacia el lago. Nuestra mirada se ilumina y nos informa que un vehículo privado va a salir en breve en esa misma dirección hasta South Horr y, que casualmente, dispone de dos plazas libres. – ¿South Horr? No tenemos ni idea donde está este lugar, le decimos mientras ampliamos varias veces el mapa de nuestro teléfono móvil hasta que conseguimos encontrarlo. Este lugar se encuentra a apenas 50 km del lago, eso será pan de comido para el día siguiente, comentamos los ingenuos de nosotros.

Para recorrer los 145 km desde Maralal a South Horr invertimos 6 horas en un todoterreno por un camino terrible lleno de piedras afiladas, jalonado de animales salvajes como cebras de Grevy (quedan poquísimos ejemplares en libertad), perros salvajes africanos y dikdik de kirk (el antílope de menor tamaño). Las únicas personas que habitan a lo largo del recorrido pertenecen a las tribus turkana y samburu, con sus atuendos habituales (las mujeres con collares de colores de hasta 8 kilos de peso y los hombres con las ametralladoras Kalasnikov al hombro y algunos con plumas en la cabeza). Estas tribus están tradicionalmente enfrentadas por el control del ganado y todavía hoy se siguen matando entre ellos como sabríamos después. Tras atravesar durante horas horizontes infinitos, llegamos a South Horr a las 10 de la noche, un pueblo de 5000 habitantes sin luz eléctrica. Las siluetas de las cabañas de palos y barro se dibujan cercanas a los lados del camino, mientras el conductor del vehículo nos hace el favor de acompañarnos a un lugar seguro para que acampemos. Sin dudarlo, como primera opción nos lleva a la casa de los curas, donde nos ofrecen plantar la tienda entre sus relucientes Toyota Landcruiser. A la mañana siguiente, mientras buscamos un transporte que nos lleve al lago Turkana, descubrimos que estamos en lo que comúnmente se llama “culo de saco”. Ni podemos llegar al lago, ni tampoco retroceder sobre nuestros pasos al no existir transporte público a este lugar. Unos minutos después conocemos a Susana, una monja mexicana de 60 años que vive aquí y que desde el primer momento nos inspira mucha confianza. – Si hay algo en lo que podamos ayudarte mientras encontramos una forma de llegar al lago nos encantaría colaborar, le decimos. – Por supuesto, aquí siempre hay muchas cosas que hacer; por ejemplo, podéis ayudarme a hacer los bloques de adobe para construir la sala de maternidad. De esta forma tan sencilla empezaremos la mejor experiencia de los últimos 5 meses de viaje que llevamos en África.

Atravesando el Ecuador en dirección al lago Turkana

Atravesando el Ecuador en dirección al lago Turkana

Las infrecuentes cebras de Gravy a las afueras de South Horr

Las infrecuentes cebras de Grevy a las afueras de South Horr

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South Horr

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Acampando en el hospital

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Mujer samburu abrevando su ganado

Susana nos dará una auténtica lección de vida, aunque es cierto que su estilo de vida no sea para todos los públicos por el ritmo trepidante y organizado que lleva. Cada día que duerme, porque los hay muchos que no lo hace al tener que atender partos y pacientes en el centro de salud -el único abierto 24h/365 en 6 horas a la redonda-, que ella controla como enfermera/médico, suele descansar unas 4-5 horas. El resto de su día lo dedica a la comunidad de South Horr, con la ilusión de que la gente de este lugar tan remoto tenga alguien que se preocupe de ellos. Su labor en el centro de salud de South Horr lo combina con otras muchísimas actividades, como conseguir convencer a las madres de que saquen a sus hijos, principalmente hijas, del cuidado del ganado y de que, a cambio, las lleven a la escuela. Este último hecho, el de la educación reglada, me generará más de un quebradero de cabeza, ya que la escuela supone en gran medida la pérdida de la cultura de estas tribus, absolutamente ligadas al cuidado del ganado. Sin embargo, por otra parte, el mantenimiento de esta cultura supone aceptar que a las niñas las casen a los 10 años y que compartan el mismo marido con otras muchas mujeres, además de otros muchos elementos como la ablación del clítoris, el analfabetismo y la resignación vital a vivir pobres. ¿Hasta qué punto tenemos la potestad de hacerles cambiar su cultura? Y ¿hasta qué punto una cultura debe perdurar? La respuesta a estas preguntas no es para nada sencilla cuando se viven de primera mano.

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Pacientes de la tribu samburu en el centro de salud de South Horr con la hermana Susana y Bea

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Las fotos siempre son una buena manera de relacionarse aunque no se comparta el idioma

Combinamos el trabajo de hacer bloques por la mañana con los paseos por la tarde por el pueblo para conocer la idiosincrasia del lugar. Nos sorprende mucho ver a gente con más de 100 camellos -cada camello cuesta unos 900 euros-, viviendo de forma terriblemente pobre en cabañas de palos y excrementos de vaca de 10 m2. Más aún, cuando a una de sus mujeres la tienen que hospitalizar y es necesario el dinero, la negativa del marido a vender el ganado porque supondría la pérdida del estatus social. Por otra parte, es sorprendente que las mujeres vayan a dar luz solas y regresen con su niño al hombro, sin que nadie las haya ido a acompañar en el parto. No comen pollo porque asocian su carne a la de los buitres, que tradicionalmente se comían los cadáveres. Sobre los cadáveres, los entierran a poca profundidad y es frecuente que las hienas se encarguen de su “reencarnación” (en el cementerio muchas de sus tumbas están vacías). Estas son algunas de las peculiaridades de los samburu, una de las muchas tribus que viven en los alrededores del lago Turkana, sin duda uno de los últimos reductos tribales sin domesticar por el progreso en África.

En nuestra labor con los bloques de adobe nos acompañará Lasanna, un joven de la misma tribu samburu, que se encarga además de guardar el centro de salud por la noche. Aunque no nos podemos comunicar con él porque no habla inglés, esto no es problema para que en seguida tengamos un aprecio mutuo. Nos invita a su “mañata”, las cabañas típicas de los samburu y con mucho orgullo nos enseña su ropa de “morán”, los jóvenes guerreros encargados de cuidar, si hace falta, a muerte, el ganado de la tribu. Estos mismos moranes son los encargados de jurar justicia cada vez que algún miembro de la tribu turkana les robe ganado. Susana nos cuenta muchas historias recientes de los conflictos entre los pueblos vecinos: South Horr, de la tribu samburu, y Serima, de la tribu turkana, a apenas 40 km de distancia entre ellos. Por ejemplo, que tan solo hace 6 meses que los turkana habían matado a una familia samburu al suponer que les habían robado el ganado y que uno de sus miembros había conseguido escapar durante la noche. A la mañana siguiente, lo encontraron y las propias mujeres turkana de Serima, a las que Susana atiende voluntariamente vacunando a sus hijos, lo habían matado y desmembrado. Si se aplicase la vara de nuestra justicia estos hechos serían absolutamente brutales, sin embargo, bajo la cultura y la justicia de estas tribus son hechos justificados.

En plena labor de hacer bloques de adobe con Lasanna para la nueva sala de maternidad

En plena labor de hacer bloques de adobe con Lasanna para la nueva sala de maternidad

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Las mujeres samburu lucen orgullosas su estilo tradicional. Los pendientes en forma de anillo indican que están casadas

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Niño pastor abrevando sus camellos. Cada camello cuesta unos 900 euros y dotan de alto estatus a sus dueños. Los camellos no necesitan beber todos los días, aguantan muy bien las sequías y siempre producen leche

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Madre e hijo de Lasanna a las afueras de su mañata, la casa tradicional de los samburu

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Lasanna vestido con la ropa de gala de morán, la cual llevan en los días de fiesta

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Niño pastor con un rebaño de más de 100 camellos

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Pastores samburu en South Horr

Cada día que pasa nos sentimos un poco más parte de South Horr y algunas personas del pueblo se quitan sus pulseras tradicionales y nos las colocan en el brazo mirándonos fijamente a los ojos, con una mirada difícilmente olvidable. Por otra parte, el número de ladrillos necesarios para construir la sala de maternidad ya está prácticamente conseguido. Mientras nos duchamos después de la labor de peones con nuestra ducha portátil (uno de los grandes inventos para este tipo de viajes en África junto con la tienda de campaña autoportante), Susana se acerca a nosotros y nos pregunta si nos gustaría conocer el lago Turkana. Han pasado ya casi 10 días desde que llegamos a South Horr con esa intención y ya se nos ha olvidado ese objetivo inicial. -¡Por supuesto que sí!, le decimos. – Perfecto, he hablado con un mozo del pueblo y mañana os llevará en mi todoterreno y, además, una mujer de la tribu elmolo (la tribu más pequeña de Kenia) os va a cocinar pescado del lago. Con este broche de oro, conociendo el que para nosotros es el lago más bonito de África, no solo por el verde intenso de su agua si no por los sentimientos que recoge, nos despediremos de South Horr. Un par de días después, aprovechando que Susana va a comprar una incubadora a Nairobi con dinero de su familia y amigos, con el precepto de que no se le muera ni un niño más, haremos con ella ese camino para obtener el visado de Etiopía en la capital. Cuando nos despedimos, no puedo evitar confesarle con brillo en los ojos que es lo más cerca que he estado de una “santa”. – Gracias a vosotros por atreveros a conocer esta región y nuestra forma de vida. -Asante sana, Susana. (Muchas gracias, en suajili).

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Lago Turkana en las cercanías de Loiyangalani

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Poblado de Elmolo, la tribu de menor tamaño de Kenia

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Joven elmolo pescando desde su embarcación tradicional consistente en cuatro troncos unidos con trozos de tela. Pescan tilapias y percas del Nilo

Bea rodeada de mujeres Elmolo mostrando sus collares

Bea rodeada de mujeres Elmolo mostrando sus collares

Bea con una mujer samburu y otra turkana. Ni mucho menos no todo son problemas entre estas tribus y en la actualidad no es extraño los matrimonios mixtos

Bea con una mujer samburu y otra turkana. Ni mucho menos no todo son problemas entre estas tribus y en la actualidad no son extraños los matrimonios mixtos

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Mujer de la tribu turkana fotografiada en su casa a orillas del lago Turkana

Con las hermanas Josephine, Susana y Romani

Con las hermanas Josephine, Susana y Romani, la aspirante Silvia y nuestras cuatro tortillas de patata

 

 

6 comentarios en “Kenia por libre

    • La verdad es que el lago Turkana nos ha parecido un «must» para los viajeros con tienda de campaña. Cierto es que las comodidades no abundan pero los pros superan con creces a los contras. Hacerlo en transportes públicos es una odisea y hace falta tener bastante tiempo!

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  1. Involucrándose en un sitio y viviendo en él es como mejor se conoce. Y es lo que habéis hecho!!. Me ha recordado a cuando leí a Javier Reverte en “Vagabundo en África”, y hacía referencia a ese lugar tan aislado que es el lago Turkana. Espero que sigáis disfrutando de tan buenas experiencias y dándonos envidia a todos tus lectores. Un abrazo y a seguir descubriendo sitios y gente tan maravillosa como Susana!!.

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    • Muchas gracias Josu! La verdad es que no teníamos nada mirada esa parte y acabó resultando memorable. Reverte tiene buen olfato para estos lugares y por lo menos en ese lago queda aventura para bastante rato. Van a hacer una carretera y será más accesible pero la gente seguirá teniendo identidad. Un abrazo!

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  2. Gracias Beatriz y Fernando por compartir nuestra vida unos días inolvidables y crean e de verdad, solo hacemos lo que tenemos que hacer, que esta gente pueda sentir el amor de Dios a través de nuestro trabajo diario, gracias por ese gran granito de arena para nuestra maternidad ahí están ustedes cuando esté lista. Los estaremos esperando!!! Un gran abrazo lleno de cariño. Excelente descripción, me encantó

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