Ecuador por carretera

Después de conocer el norte de Perú, continuamos el viaje en autobús hacia Ecuador cruzando la frontera de La Balza, quizá la menos concurrida de entre las que conectan a estos países. Tras despertar de su siesta al funcionario peruano, que mantiene la barrera bajada, cruzamos caminando el puente sobre el río Canchis, la frontera natural de ambos territorios,  mientras los niños de ambos países juegan en el río sin tanta burocracia de pasaportes.

Desde el lado ecuatoriano tomamos una «chiva», un camión de ganado al que le han puesto bancos corridos de madera, para recorrer a 15 km/h el trayecto hasta Zumba,  un recorrido precioso entre colinas verdes salpicadas de restos de selva todavía sin deforestar. Atravesamos pueblitos serranos en los que no ha pasado el tiempo, mientras los viejillos del lugar y los más jóvenes nos miran pasar en la chiva como el que mira el agua de un río fluir. Llegamos a Zumba cuando el sol coquetea con un horizonte brumoso que parece espuma de cerveza. Desde Zumba tomamos un nuevo bus a Loja en un trayecto de 130km que nos cuesta casi 8 horas, a una velocidad a la que Kilian Jornet nos pediría paso. Tras 23 horas de bus, mototaxi, furgoneta, taxi, chiva y dos buses desde que dejamos Chachapoyas llegamos  «frescos como rosas» a Cuenca a primera hora del día. Un cafecito caliente y medio kilo de maracuyás (la fruta de la pasión) nos despiertan el apetito de conocer esta bonita y limpia ciudad colonial. Merece la pena recorrer el centro sin demasiada prisa, ver sus casas colgantes a la orilla del río (más humildes que las de la Cuenca española) y degustar en el Mercado la gastronomía ecuatoriana por menos de un par de euros.

Casas colgantes de la Cuenca ecuatoriana

Casas colgantes de la Cuenca ecuatoriana

Catedral de Cuenca de ladrillo

Catedral de Cuenca de ladrillo

Esa noche en el hostal conocemos a Lukas, un simpático colombiano que ha dejado su país para recorrer Sudamérica, escapando de un futuro demasiado cierto y aburrido. Con él quedamos para conocer el cercano Parque Nacional de Cajas al día siguiente. Caminamos por un sendero rodeado de pura vegetación andina, entre ellas los polylepis, la única especie de árbol adaptada a vivir a más de 4.000 metros con una corteza formada por muchas capas tan finas como el papel y los aguarongos, que nos recuerdan a las lobelias que vimos en las montañas del Virunga en Uganda. Sin apenas darnos cuenta coronamos el Cerro San Luis de 4.250 metros, con impresionantes vistas de este parque caracterizado por sus numerosas lagunas cristalinas.

 

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Polylepis, el árbol que vive a más altura del mundo (en este caso por encima de 4.000m), Parque Nacional de Cajas

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Con Lucas en la cumbre del cerro San Luis de 4.250m, Parque Nacional de Cajas

La siguiente parada en Ecuador la hacemos en Baños de Agua Santa, comúnmente conocida como Baños, una localidad volcada absolutamente hacia los deportes de aventura. El primer día lo dedicamos a conocer las cascadas del Pailón del Diablo y Machay, ambas muy espectaculares, aunque la segunda con el añadido de poderse bañar en su base. Negociamos los tickets de entrada a las cascadas y con el dinero que nos ahorramos en eso y yendo en autostop decidimos hacer rafting al día siguiente, una experiencia nueva para ambos.

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Catarata Machay, Baños

Tras una breve y profesional charla del instructor cuyo resumen sería «no entres en pánico», nos lanzamos en una barca de goma por los rápidos del río Pastaza. En un rápido la barca vuelca y todos nos vemos arrastrados por el agua blanca que nos envuelve como un manto de algas (expresión que aprendí de Simón Elías en su caso aplicada a los gases de las digestiones en altura). Bea consigue subirse a la barca rápidamente y yo disfruto un poco más de la corriente hasta un meandro. Sin duda las tres horas de recorrer estos rápidos de clase IV del Pastaza fueron las más intensas del viaje, quizá potenciado por ser la primera vez.

Rafting en el río Pastaza, Baños

Rafting en el río Pastaza, Baños

Desde Baños preguntamos a muchísima gente para intentar organizar una incursión a la selva amazónica evitando las masificaciones y los tours sin esencia. Desafortunadamente, para llegar a los lugares más aislados: los parques nacionales de Yasuní y Curaveno se requiere de una cierta organización y un alto coste (80-100 dólares por persona y día y al menos 4 días), algo que se nos va de presupuesto. Con estas perspectivas, tomamos un bus hacia la selva a ver qué podemos hacer por nosotros mismos. Acabamos llegando a Puerto Misahuallí, a orillas del río Napo, afluente del Amazonas. Nada más desembarcar al lugar asistimos a la escena de un par de monos entrando a la tienda del pueblo y saliendo corriendo con bolsas de patatas fritas.

En la playa fluvial conocemos a un par de hermanos de Bilbao que llevaban viajando un año y medio. Salieron de su casa con 1.000 euros en el bolsillo cada uno y después de atravesar el Atlántico en velero iban a remar desde Puerto Misahuallí hasta la desembocadura del Amazonas en una canoa de madera que habían comprado a un viejillo del pueblo. Con esta canoa vaciada de un tronco de un árbol, un hilo, un anzuelo y una hamaca iban a emprender una aventura digna de Francisco de Orellana o Gonzalo Pizarro que en 1516 hicieron un recorrido similar por el Napo y Amazonas. Cuando acabaran esta empresa tenían pensado volver a su casa y poner una huerta. Supongo que también escribirán un buen libro de viajes.

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Este simpático Tucán se nos acercaba a la cabaña

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Nuestra cabaña en Aynu Wuarina por 8 euros la noche

Un tipo del pueblo que tiene una canoa nos ofrece llevarnos a la cercana comunidad indígena Ayllu Awarina a lo que accedemos y en la que nos quedaremos a dormir. Nos dejan una cabaña para los dos por 8 euros con derecho a usar la cocina de la comunidad. Pasaremos dos días hablando, comiendo y observando el modo de vida de esta gente. Por la tarde machacan unas raíces venenosas que introducen en unos sacos de tela y que atizan en el agua. Poco después recogen los peces muertos con el veneno natural en la orilla, mientras un joven con un arpón pesca a los que se resisten a caer. Esos peces serán su cena. Nosotros freiremos yuca y unos huevos. A la caída de la tarde encienden una hoguera de una madera que ahuyenta los mosquitos. Tumbados en unas hamacas hechas de red de pesca nos cuentan sus creencias en los chamanes y brujos, estos últimos los culpables de las muertes tempranas en la comunidad. Todos sus problemas médicos los resuelven los chamanes mediante ritos donde consumen ayahuasca, un potente alucinógeno natural. Entre tanta historia, Wairo, el mono mondongo que vive en la comunidad intenta subirse a nuestras hamacas para jugar. Por las mañanas todos madrugan mucho para evitar el calor sofocante y beben infusión de guayusa, una planta que como dicen les quita la pereza de trabajar. Mientras unos cultivan los plátanos, otros se suben a 15 metros de altura trepando por los árboles para cosechar unas vainas gigantes que parecen mutantes de habas. Aunque sus hijos se educan en la escuela bajo el sistema de educación ecuatoriano, viendo como viven, todavía hay lugar para la esperanza de que estas comunidades indígenas mantengan sus tradiciones.

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Niñas remando en el río Napo, afluente del Amazonas

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Felicidad pura, río Napo

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Toda la vida de esta comunidad transcurre por el río Napo

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Ducha de rigor, comunidad Ayllu Awarina

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Wairo, mono mondongo, comunidad Ayllu Awarina

Bea con su amigo Wairo

Bea con su amigo Wairo, comunidad Ayllu Awarina

Con harto dolor de corazón dejamos la comunidad y nos dirigimos a Quito. Metemos en la batidora el contraste entre la selva amazónica y la capital, mezclado con que en sus volcanes dan muy mal tiempo para intentar subir, que no conseguimos quedar con una amiga mía -el motivo por el que vamos a esta ciudad, aderezado con descubrir que tendremos que volver a Santiago en autobús y que está a solo 5.300 km de distancia (al costar en ese momento el billete aéreo tanto como ir a Europa), que deambulamos por la ciudad como perros sin amo… Los dos coincidimos en que la arquitectura de Cuenca nos parece más atractiva y el monumento de la Mitad del Mundo un robo para turistas, menos mal que afortunadamente no pagamos la entrada. Quizá esa mezcla de sentimientos tenga que ver algo en nuestra visión de la ciudad. En este momento tenemos dos opciones o recorrer la costa ecuatoriana, o emprender la migración al sur poco a poco. Tras sopesarlo un rato, cargamos las mochilas y nos vamos a la estación rumbo a la costa peruana. Si vamos a hacer tantos kilómetros mejor poco a poco.

No quiero decir que un viaje a Ecuador no merezca la pena, pero creo que es un destino mucho más costoso que sus países vecinos. Salvo sus islas Galápagos, únicas en fauna pero también uno de los destinos más caros que existen, y que por supuesto se nos escapan de presupuesto, es un país en el que muchos viajeros no suelen hacer demasiadas paradas salvo que se vaya a subir volcanes, en cuyo caso mejor no ir en febrero como hicimos. Sin embargo, el recorrido que completamos nosotros, lejos de ser costoso seguro os dejará como a nosotros un muy buen sabor de boca.

Mitad del Mundo, Quito

Mitad del Mundo, Quito

3 comentarios en “Ecuador por carretera

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